Ursula Burton no sólo era una dedicada esposa y madre de tres hijos; también era un alto rango de la inteligencia soviética. Lejos de llevar una vida rural apacible, pedaleaba diariamente en su bicicleta por la campiña inglesa para encontrarse con un físico nuclear. ¿Cuál era la misión de “Sonya”, su nombre en clave? Descubrir los secretos para que la Unión Soviética pudiese construir la bomba atómica. A partir de sus diarios y su correspondencia privada, Ben Macintyre –columnista y editor asociado en The Times– reconstruye en Agente Sonya (Crítica) la figura de una mujer nacida en Berlín en el seno de una familia judía, testigo de las atrocidades del nazismo y partidaria de la causa comunista. Burton lideró algunas de las operaciones más peligrosas del siglo XX y logró prevalecer en un mundo dominado por hombres.