Casi un mes después de haber contraído coronavirus, Miguel Lifschitz murió ayer en Rosario a los 65 años, luego de pelearle a la enfermedad por varios días. Actual presidente de la Cámara de Diputados, y gobernador de Santa Fe entre 2015 y 2019, falleció en la unidad de terapia intensiva del sanatorio Parque, adonde había ingresado el 21 de abril pasado, luego de experimentar complicaciones de salud por el cuadro de covid-19 que le habían diagnosticado diez días antes. El comunicado oficial sobre su deceso informó que no habrá velatorio por razones de público conocimiento y que "se reciben muestras de afecto en la Biblioteca Argentina Dr. Juan Álvarez de Rosario por pasaje Dr. J Álvarez 1550".
Desde el primer día de internación, el cantero del bulevar Oroño al 800 frente al sanatorio lució pasacalles con mensajes de apoyo al socialista que gobernó Rosario en dos períodos consecutivos. El mismo reconocimiento que recorrió las redes sociales desde entonces y que llevó al hashtag #fuerzaMiguel a convertirse en tendencia en Argentina. Lifschitz no tenía comorbilidades. Falleció al caer la noche. Estaba en pareja con la diputada provincial socialista Clara García, con quien se casó pocos días antes de asumir como gobernador, en 2015.
Ingeniero civil de profesión, político de vocación, había nacido el 13 de setiembre de 1955 en Rosario, en los bordes del barrio Martin. Y fue uno de los jóvenes hacedores del Partido Socialista Popular que rodearon a su fundador, Guillermo Estévez Boero, en los tempranos años 70.
Cursó estudios secundarios en el Instituto Politécnico Superior, y continuó como estudiante de Ingeniería en la Facultad de Ciencias Exactas y Agrimensura de la UNR donde se graduó en 1979. Pero antes, en el 73, el golpe de Estado al Chile de Salvador Allende lo persuadió de involucrarse en la práctica política, y el camino elegido fue sumarse a las filas del Movimiento Nacional Reformista, brazo universitario del socialismo.
Ejerció en el ámbito privado entre el 1979 y 1989, cuando ya como militante experimentado en el PSP, el entonces intendente electo Héctor Cavallero lo designó al frente del Servicio Público de la Vivienda. Dentro del Ejecutivo municipal creció como un funcionario clave del socialismo. Cuando Cavallero rompió filas con el PSP, Lifschitz se alineó con una de las corrientes que continuaría con las riendas del partido, liderada entonces por Hermes Binner. Y desde la primera intendencia de éste, Lifschitz colaboró como secretario general, como secretario de Servicios Públicos y como coordinador general de gabinete.
Como buen ingeniero, Lifschitz no era extrovertido, más bien hermético en sus pareceres, sin que en su entorno más estrecho supieran de antemano qué decisión tomaría. Cultivaba como máxima aquello de que el hombre es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice. Con ese estilo supo construir un espacio propio, al margen de los nombres más notorios por entonces del socialismo en Rosario, como el propio Binner y Antonio Bonfatti. Y fue merecedor del designio del rafaelino para ponerlo en la candidatura de sucesor en el Palacio de los Leones. Así se consagró intendente en las elecciones de 2003.
Su primera gestión estuvo bendecida por el viento de cola de la recuperación económica del país en ese lustro post 2001, y tuvo margen suficiente para impulsar la marca Rosario en el concierto nacional como una urbe bien administrada y de avanzada. Surfeó los días dorados del III Congreso de la Lengua Española, de la exagerada comparación "Rosario, la Barcelona argentina", y los cimientos del programa metropolitano que intensificó la apertura de la ciudad hacia el río y, sobre todo, la génesis del fabuloso negocio inmobiliario de Puerto Norte y aledaños.
Le alcanzó para consolidar la hegemonía socialista en el Frente Progresista y, con el 57% de los votos, para ser reelecto en el comicio de 2007, donde derrotó al propio Cavallero, que había ido por el Frente para la Victoria. Y así Lifschitz siguió gobernando la ciudad hasta 2011, cuando –a pesar de muchos en su partido– impuso como su sucesora a Mónica Fein.
Al mismo tiempo, Lifschitz introdujo cambios en la política de promoción social que había organizado Hermes Binner y con la que Rosario había amortiguado la crisis nacional de 2001. Esos cambios, en el llano, significaron el final del programa Crecer, una política reconocida a nivel internacional por su concepción del desarrollo social. Los más críticos de esta gestión señalan allí un hito importante en el deterioro socioeconómico que prologó la marginalidad y la violencia urbana que se disparó en la década siguiente.
Después de ser intendente, Lifschitz resignó su expectativa de postularse a gobernador y aceptó el mandato de Binner, de que fuera Bonfatti la carta socialista. El rosarino, en cambio, postuló y ganó la senaduría departamental de Rosario, y desde ese lugar siguió construyendo espesor propio dentro del Frente Progresista hasta ser el candidato indiscutido del oficialismo para el comicio del 14 de junio de 2015.
Si bien ensayó en algún momento un experimento de proyección nacional con la intrascendente postulación presidencial de Margarita Stolbizer, Lifschitz siempre se preservó de esa vidriera y se ocupó de cimentar su peso dentro de Santa Fe.
En aquella elección de 2015, una semana de recuento de votos después, este rosarino hincha de Central ganó la Gobernación de Santa Fe al humorista Miguel Torres del Sel, que por entonces había presentado el macrismo, por apenas 1.600 sufragios.
De su paso por la Casa Gris habrá de quedar como mejores logros la inauguración de dos hospitales de alta complejidad, en Venado Tuerto, y el nuevo Iturraspe en Santa Fe, y el Cemafé. Intentó mantener algún grado de relación con el gobierno de Mauricio Macri en Casa Rosada, pero no sirvió para conseguir cobrarle a Nación la plata mal detraída de coparticipaciones, a pesar del fallo de la Corte Suprema, ni equiparar políticas de subsidios al transporte o inversiones federales en obra pública, ni conseguir la creación de más estructura local de la Justicia Federal.
Creó la Junta Provincial de Seguridad, una mesa con los tres poderes del Estado para consensuar la forma de prevenir el delito urbano y atenuar la violencia callejera. De todos modos, este tema fue siempre el talón de Aquiles de su gobierno, como lo fue para sus antecesores, y la narcocriminalidad no dejó de aumentar su influencia en el cotidiano de Rosario y alrededores. Dentro de la provincia, sí supo construir buenos puentes con la oposición parlamentaria.
Lifschitz le entregó la banda y el bastón del Brigadier López a Omar Perotti, quien en 2019 venció a Bonfatti, y marcó el regreso del peronismo a la Casa Gris. Asumió como diputado provincial y accedió a la presidencia de esa cámara y, en la práctica, al liderazgo de la mayoría de la oposición, esto es el Frente Progresista Cívico y Social. En esto estaba cuando la pandemia lo atrapó y, al cabo de unas semanas, lo sumó como otra de sus víctimas.