Desde Barcelona
UNO Desde que regresó la semana pasada de Madrid (apenas estuvo horas en la ahora cuasi independentista y temida y rebautizada por muchos como Nueva Mordor de La Mancha, con su volcán que en lugar de lava expulsa cerveza y que acabó quemando no iglesias sino a Iglesias) Rodríguez no se encuentra del todo. No se encuentra ni bien ni mal. ¿Síntoma de desordenado fin del estado de alarma ordenador en el que algunos ya piden retoque de queda? No se encuentra y punto. Y, lo que es aún más extraño: parece no encontrar a Barcelona. Aunque esté ahí, claro, y no se haya movido ni un centímetro del sitio que solía frecuentar. Ahí sigue, creciendo esa cada vez más irreconocible Sagrada Familia. Ahí está ese cartel en balcón que suele estar poblado por jóvenes locales con ganas más de arrojarse que de hacer turístico balconing, donde se lee "Todo Mal" y está, sí, todo bien dicho.
BADcelona.
DOS Y ahí está el barcelonés Rodríguez: deambulando por calles alguna vez llenas de clientes y ahora cada vez más vacías de negocios y en la que la apertura de terrazas y bares o cierre de zonas sanitarias (a las que algún iluminado fantasea con rebautizar con el término medieval de verguerías) es asunto de estado y en las que las cuestiones de peso y de euros (como, por ejemplo, quién gobierna todo esto) se patean para más adelante porque todos aquellos que se consideran políticos andan a las patadas. Y en algún lugar Rodríguez leyó que salió una novela ucronista en la que --tras la Guerra Civil-- Madrid se divide en dos, como la Berlín del Muro. Una parte republicana y otra monárquica. Suena interesante pero le faltan fuerzas: ya vive en la dividida y presente Barcelona donde no hace mucho hubo elecciones que siguen sin elegir a nadie. Pero no es esta la única división en la ciudad. La más tremenda de todas es aquella entre lo que se era y se es y lo que se quería ser y lo que, ahora, se fue (no de ser sino de irse). Así, florecen primaverales encuestas en las que se revela que se rebelan cada vez soñando con irse lejos y dejar atrás esta Tierra Prometida que ya no sólo no cumple lo prometido sino que, además, se siente cada vez más segura en lo que hace a la inseguridad. Un 30% de barceloneses asegura que saldrían de aquí de poder hacerlo y un funcionario tartamudeó un "Sí, pero son muchos los que quieren venir, eh".
CARcelona.
TRES Las cosas están claras y turbias. La onda expansiva del sueño olímpico ya no da para más. El fuego (mal) amigo de la pesadilla independentista ha golpeado duro en lo económico. La montesca/capuleta Madrid ha pasado a la delantera en cuanto a la atracción de empresas de adentro y de afuera (y, ay, Rodríguez teme el efecto de las radiaciones del tan de moda "vivir a la madrileña" en el competitivo orgullo supremacista catalán). Todos los grandes proyectos urbanos que se anuncian tienen un aire de parches vistosos para distraer de la rotura. Los impuestos se repiten con nombre distinto (y mejor no investigar la mutación de dineros públicos del Fondo Covid para publicidad patriota y privada). El constante y demencial rediseño de los carriles de las calles induce a ser atropellado por camión de basura o monopatín o por la propia consciencia. La alcaldesa sólo sirve para emocionarse hasta las lágrimas cada vez que puede (es el equivalente demo-catalánico a la íbero-monárquica reina emérita Sofía) y pide que paren las rotativas para anunciar que, tras "decisión muy meditada", deja Twitter renunciando a "un capital social de casi un millón de seguidores" entre los cuales, unos cuantos, no dejan de insultarla. "Es decisión firme", insistió la alcaldesa quien animó a seguidores a que la sigan siguiendo (no persiguiendo) en Facebook, Instagram y Telegram.
BAHcelona.
CUATRO Una cosa está clara: el modelo de urbe entregada al bien pasar de los visitantes más que al bienestar de los que la viven no contaba en sus cálculos la posibilidad de una paralizante pandemia mundial manteniendo a la comarca fuera del alcance de hordas destroyer-mediterráneas. Ahora, los hoteles de la ciudad están al 10% (la mitad de los que hay en la ciudad ya ha decido no abrir hasta el otoño como mínimo) y los "agentes turísticos" (unos de S.H.I.E.L.D y otros de HYDRA) ya predicen otro verano estilo winter is coming.
No todo es tan triste: salió la nueva y melancólica y genial novela de Eduardo Mendoza, acaso el escritor que más y mejor comprende a una ciudad cada vez más incomprensible y rota (“Todas las ciudades crean una imagen de ellas; Barcelona también la ha buscado y para ello hasta se ha inventado barrios históricos; en ese sentido, Barcelona es mentirosa, le gusta la escenografía”, dijo no hace mucho al recibir otro merecido premio) y cuyo protagonista postula que eso de la clase media "es una engañifa. Dios creó a los ricos y a los pobres, y lo demás es un invento que ideamos a modo de autoayuda".
CRACKcelona.
CINCO Semanas atrás, Rodríguez leyó y recortó (tirado en ese balcón en el que alguna vez salió a aplaudir como un autómata y en el que hoy no tiene un perro al que comerse a la memoria de J. G. Ballard) todo acerca de una noticia. Un hombre de 66 años (nacido en Galicia pero también con nacionalidad suiza) junto a su pareja, otro hombre de 88 años, se aprestaban a viaje sentimental por tierras españolas. El mayor tenía enfermedad terminal y quería despedirse de todo y murió en algún punto del recorrido. El primero decidió cumplir con última voluntad y seguir el itinerario establecido con el cadáver en el asiento del copiloto. Pasaron por Italia y varios puntos de España antes de ser detenidos por los Mossos d'Esquadra, luego de circular en sentido contrario por más de treinta kilómetros y ya a las puertas de Barcelona. Luego de comprobar la muerte por causas naturales de su acompañante (ya semimomificado) el hombre fue detenido acusado de conducción temeraria. Y Rodríguez no pudo dejar de pensar en la intensidad de un amor así: de una última road-movie-novel y love-dead story protagonizada por él mismo e imaginando a quién --a cuál muerto vivísimo e inmortal-- llevaría en el asiento de al lado en su último viaje. Primero, claro, pensó en Mirta, su espectral prima muerta y argentina. Pero su cuerpo nunca había sido encontrado. Después, enseguida, sólo le quedó pensar en sí mismo: Rodríguez ahí, a su lado, silencio sepulcral y con los ojos bien abiertos, mientras él mismo aceleraba a fondo. Y entraba en esta ciudad cada vez más zombi y a contramano: como un fantasma a la caza de casa embrujada y, de inmediato, sabiendo que no le alcanzará el dinero para pagar su alquiler.
SADcelona.
SEIS Luego de escuchar la encajada reedición cincuentenaria del por siempre encendido John Lennon / Plastic Ono Band (allí, "The dream is over" y todo eso) y antes de apagarse él, Rodríguez prende la televisión para enterarse del último conjuro que ha proferido Isabel "Blancanieves / Maléfica" Díaz Ayuso: presidenta y "libertadora" de la capital del reino, vociferante vocero del racial orgullo madrileño, ahora estadista-top y --¡guau!-- alguna vez apenas encargada de la cuenta de Twitter de Pecas, el perro de Esperanza Aguirre, baronesa del Partido Popular y condesa consorte de Bornos y Grande de España.
MADrid.