Santa Elena nunca fue fundado. Ninguna bandera plantada sobre esa orilla litoraleña. Ningún acto heroico, ni gesto de orgullo o autonomía. En su origen, ese pueblo existe como consecuencia de un contrato comercial. Un saladero, un extracto de carne, un antiguo matadero aprovechado y revivido, que alrededor terminaría generando un municipio. Un municipio paranaense más, que como cualquier otro obedece a una Justicia provincial. Una justicia provincial que hace tres años cambió la suerte de Joe Lemonge, habitante de Santa Elena, al condenarlo, descarnadamente, por intento de homicidio. “Me han destruido todo –cuenta Joe-. Ahora solo me devuelven una parte de mí ser que es un derecho innato: la libertad. Consigo esto y me falta todo un resarcimiento que lo material no podría tapar, aunque es muy necesario. A mis padres les quitaron todo también. Mi mamá se empeñó en pagarme un abogado al principio porque nadie me quería defender aquí, en Santa Elena. Pedí un defensor oficial. Me lo asignaron catorce días antes del juicio. No pudo hacer mucho. Desesperado contacté con ABOSEX, ese fue el inicio de nuestra maratón que ha durado cinco años”.

Efectivamente, esta agrupación de activistas se cargó el caso al hombro y la buena noticia es que gracias a elles, les jueces Marcela Badano, Marcela Davite y Hugo Perotti no solo dieron vuelta la historia de Joe Lemonge, sino que también sentaron precedente al adoptar una perspectiva inclusiva en materia penal. Respetando su identidad, su pronombre, su género, concluyeron: “Le asiste razón a la Defensa en su escrito cuando afirma que en la sentencia se omitió valorar las circunstancias contextuales del inculpado (…) se debe tener en cuenta la especial vulnerabilidad de las personas transgénero, que está reconocida por la misma CSJN, en fallos como el que cita la Defensa en su escrito recursivo”. Este fallo denuncia la “violencia ejercida para mantener los privilegios del colectivo mayoritario (…) que se ejerce para recordar al otro la condición de subordinación o inferioridad, para dar una lección sobre el lugar que se debe ocupar (…) violencia que busca erradicar las diferencias (…) se ejerce para liquidar lo que el otro representa, para hacerlo desaparecer”.

LIBRE SOS

Joe cocinaba cuando recibió la videollamada de Sol Álvarez, desde Concepción del Uruguay. Atendió pensando que seguramente era una equivocación; había pasado apenas un mes desde que su causa entrara al despacho de la Cámara de Casación y esto significaba poco tiempo para él, demasiado poco para los plazos de la Justicia que conocía. Se sentía preparado para ejercitar la paciencia y supuso que algo se aceleraba en una dirección otra vez indeseable al escucharla llorar. Por eso tardó en reaccionar cuando su defensora le transmitió eso de lo que había sido informada: “Joe, sos libre. Sos libre”. Y claro, Joe lloró también. Y no hizo más que dejar el teléfono y abrazar la foto de su madre y decirle, donde sea que estuviera, que gracias, que el de esa absolución no era un triunfo solo suyo. En estos cinco años en los que perdió todo, hubo momentos en los que contó únicamente con su ayuda, pero también la perdió a ella.

Su casa incendiada por las manos del odio quizás sea lo único de algún modo recuperable. Lo demás no. Ni su padre también muerto, ni el viaje a Francia que nunca llegó a hacer, ni la tranquilidad que en su lugar dejó un insomnio pertinaz, que no remite, que lo hace dormir recién a la hora en que toda Santa Elena despierta: “Yo salgo a penas mis perros ladran. Aquí es siempre descansar con un ojo abierto. El insomnio vino desde que volví a este pueblo nefasto, por el miedo que siento cada noche. Creí que sería por unos días nada más, unas vacaciones, pero encontré a mi mamá enferma. Falleció el 14 de enero, muy repentinamente. Yo incluso todavía mantengo mi alquiler en una habitación en Pompeya, en Buenos Aires. Dejé ahí todas mis cosas. No pensé nunca que iba a ser su final”.

UNA CASA COMO UN HUECO

Sus noches, dice, siempre son igual de dramáticas desde que sabe que sus agresores andan deambulando por la calle, como aquella vez. Fue en octubre de 2016 cuando Juan Manuel Giménez y dos más entraron por la fuerza a su domicilio -donde también había montado un kiosco con el que sobrevivía, además del ingreso por sus clases de inglés: los trabajos que tampoco pudo conservar. Y no fue él sino el terror, la inexperiencia en armas, la autodefensa, eso que sin consecuencias mortales accionó el calibre 22 contra el cuerpo feroz de Giménez que se le abalanzaba. “Mucha gente se ha enterado de esta historia en estos días por medios nacionales, me enojo con los provinciales que han sido siempre muy oscuros -dice Joe-. Tampoco nadie de la política de Entre Ríos me demostró su humanidad cuando pedí ayuda. Cuando me quemó mi casa Juan Manuel Giménez no me dieron nada, ni siquiera me colocaron la luz de nuevo. Mi casa es hoy cenizas. Es un hueco. En mis videos en Instagram puedes ver los escombros. Nunca me ayudaron a levantarla. El Estado me hizo sentir una exclusión total. Por eso fue que en Buenos Aires tendí mis redes de amistad, más en el activismo y la militancia que en lo político, pero también hubo en un momento una alianza con la gente de Avellaneda. Con el tiempo fue más preponderante el acompañamiento de activistas independientes. Y claramente de ABOSEX, que son los artífices del plan de apelación, que trabajaron en conjunto: más de doce abogados con la doctora Sol Álvarez. La gente que se está enterando ahora no puede creerlo y pide una compensación para mí y yo ahí me doy cuenta de que me la deben, por supuesto. Me la debe el fiscal Santiago Alfieri, quién quería condenarme a ocho años de prisión, quién se río todo el juicio y pedía mi inmediata detención porque corría peligro de fuga ya que pululaba por distintas ciudades como Paraná, Buenos Aires, La Plata, Córdoba. Lo que él consideraba que eran pruebas para que me encerraran ya. La jueza Cristina Lía Vandenbrouken fue quien falló entonces. Está retirada y muy bien”.

¿Y qué sigue ahora, Joe?

-Mirá, actualmente peleo por tener los decretos que me permitan escriturar los terrenos de mi madre y de toda su familia desde los años cincuenta. Depende del municipio de Santa Elena y de la provincia. A mi mamá no le dio el tiempo, así que pido ayuda al gobierno de Entre Ríos para que aceleren los trámites. Como así también al gobierno nacional le pido una oportunidad laboral. Necesito trabajar para sustentarme. La ropa que uso aquí es la que quedó a salvo desde el 2016 y la que heredé de mi mamá. Podemos decir que sí, hasta me visto con la ropa de mi madre muerta. Necesito trabajar para poder dejar de depender de colectas y de sorteos. Necesito cupo laboral tras, lo necesito ya. No sé cómo continuar a nivel mental. Yo he tenido una fortaleza bastante inquebrantable en estos años aunque muchas veces pensé en terminar con mi vida. No lo hice. Me alegra no haberlo hecho para hoy marcar un hito en el derecho penal para nuestra comunidad lgbtq+, para abrir un paradigma nuevo. Lo que sigue es un pronto viaje a Buenos Aires, porque necesitamos que el fallo quede firme. También pensamos que existe la posibilidad de que la fiscalía apele –aunque sería bochornoso que lo haga-, pero claro que no prosperaría frente a un fallo unánime de tres jueces con semejante reputación.

¿Demandarías un resarcimiento?

-Quisiera tener el resarcimiento que me corresponda. Y a los tipos no creo que les hagan nada porque siempre fueron las blancas palomitas, las víctimas. ¿Y además que se les puede sacar a un grupo de ladrones? Porque su manera de subsistir es robando. ¿Qué les puedo pedir si no entienden nada, si todavía me ven y piensan en el matarme?

Poco antes de que todo esto pasara, habías empezado tu transición. Rápidamente recibiste el aleccionamiento…

-Mi transición es una cuestión que en ese momento vivimos como algo personal con quién era mi pareja, otro chico trans que estaba viviendo conmigo, con quién planeaba luego mudarme a su país y casarnos. Esta relación terminó a raíz de que yo quedé detenido y luego pasaron los años y nunca quedé libre. Recién ahora, cinco años después lo estoy, pero ya todo se fue deteriorando. Fue algo que vivimos de modo íntimo con él, pero el odio de esta gente venía desde antes. Tenían una fijación. Y cuando empezaron a ver que yo vivía como un chico, el odio se incrementó.