El sábado 8, en la zona sur del conurbano bonaerense murió la poeta Marta Cwielong, a causa de un cáncer. “Un cuerpo herido confía/ distingue en ciertos casos/ el balbuceo/ que se asemeja a la palabra/ o al mamey maduro/ justo para rasgar con los dedos,/ llevarlo a la boca en migajas,/ trozos disueltos/ en el ejercicio de la lengua/ que no pregunta/ solo clama”, se lee en uno de sus textos más recientes. El cuerpo, el deseo y la modulación de una voz siempre alerta ante el hechizo del mundo son algunos de los motivos centrales de su obra poética. Cwielong había nacido en Longchamps, en enero de 1952, y vivía en Temperley. “Mi adolescencia no es la típica de la pequeña burguesía: trabajé desde los catorce años, cuidé a un padre enfermo hasta su muerte en un hospital, y a los diecinueve años estudié, de noche, el bachillerato –contó en una entrevista con Rolando Revagliatti-. A los veintiuno ya tenía un hijo. Entre la dictadura, los amigos que desaparecían, los que había que esconder o sacar del país, el miedo, el coraje de seguir, de pronto ya se había escapado entre las manos la hermosa adolescencia”. Cultivaba una poesía atenta al dolor ajeno y al misterio: “traducir en palabras/que no nombren// asomarse a la inocencia/ y en el desconocimiento// nombrar”.
Además de poeta, fue una infatigable gestora cultural. En Quilmes, junto con Beatriz Piedras y Miguel Ángel Morelli fundó la “seccional sur” de la Sociedad Argentina de Escritores. Con el poeta y periodista Enrique Puccia, creó en 1994 un ciclo de debate entre artistas y poetas. En 1996, con los poetas Leonardo Martínez, María Cristina Santiago, Stella Vergara, Paulina Vinderman y Puccia, integró el comité de la Antología Oral de la Poesía Argentina, ciclo de lecturas del Centro Cultural General San Martín por donde pasaron más de trescientos poetas. Dio talleres de escritura, colaboró en programas radiales y fue editora del sello Libros de Alejandría entre 1996 y 2003. “Fui socia de Puccia en cuanto emprendimiento me propuso; hacíamos buena dupla y nos unía el amor por la poesía, la amistad, la lealtad y la vida”, reconoció. Para ella, Alberto Girri era “san Pugliese”.
“Fue una gran luchadora –dice la poeta Graciela Perosio, amiga de Cwielong-. La voz dándome el diagnóstico con serenidad, sin la más mínima queja; pensó en los demás hasta el final. Era de esos seres que te reconcilian con la humanidad”. Cwielong publicó su primer libro, Razones para huir, en 1991. Le siguieron De nadie (1997), Jadeo animal (2003), Morada (2007), Pleno de ánimas (2008), Las vírgenes terrestres (2015) y La orilla (2018). “Necesito la brevedad, la palabra directa, me molesta todas las palabras que entorpecen llegar al carozo, a la semilla”, sostuvo en una entrevista con Augusto Munaro, en ocasión del lanzamiento de este último libro. Su obra se tradujo a varios idiomas y con el poeta catalán Pere Bessó presentó en 2019 No esperes que me anuncie, una correspondencia poética en dos lenguas.
“Hay personas que les sacan brillo a algunas palabras –destaca el escritor Jorge Boccanera-. Me refiero a Marta Cwielong y a términos como solidaridad y generosidad, que en ella encarnaban una alegría compartida. Su ser amiguera hizo de su casa lugar de encuentro, pista de baile, mesa de truco, juntadas para el asado. Cuando el ambiente se sosegaba, había resto para murmuraciones alrededor del mate. Fue la hermana que no tuve desde que la conocí en los años 90, cuando tras largas jornadas de trabajo se daba tiempo para empujar con Enrique Puccia el sello Libros de Alejandría y organizar encuentros como la Antología Oral de la Poesía Argentina”. Boccanera también habita la patria chica de Temperley. “No me llamaba por mi nombre, me decía vecino, marcando cada sílaba de un apelativo que más allá de lo geográfico designase afinidades, sentires, miradas sobre el mundo. Escribía como si soltara de a poco palabras apretadas en un puño. Por su poesía cruzaban jardines del anhelo, pero también los ramalazos del invierno”. Clamor o susurro y contra la intemperie, perdura la voz de Cwielong.