Sé que puede escucharse como una confesión, y no es la idea; sé que suena como torpe autorreferencia, pero no sabría expresarlo de otra manera: soy pariente de Nathy Peluso. En la época de “Corashe”, mi tío Ati abrió una revista dominical, señaló su foto y me dijo: “Mirá, la nieta de Carlitos”. Mi abuela, Dominga Peluso, tuvo seis hermanos. Entre ellos Manolo, el bisabuelo de Nathy. En su Torino Manolo nos llevaba con mi hermano y mis dos primos segundos a jugar a la pelota al Parque Saavedra. Hay unas fotos por ahí. Manolo era carnicero como mi abuelo: fumaba demasiado y murió demasiado joven, de un infarto. Dejó viuda a tía Piedad, una española brava, de Burgos, con la que después pasamos dos veranos en una casona en Villa Gesell para que no se sintiera tan sola. Los días de lluvia jugábamos a la canasta y al chinchón, y tía Piedad nos enseñaba elegantes y castizas puteadas cuando la baraja esperada no llegaba. Cada vez que en el chinchón le tocaba una figura –una sota, un caballo o un rey- repetía: “De cada pueblo un paisano”. Piedad sería la bisabuela de Nathy y uno de esos primos del Parque Saavedra, Hernán, es su padre. De esa imagen sepia de la década del 70 en un Torino que parecía un barco a la imagen color pandemia de mi madre ahora, ya octogenaria, resolviendo sopas de letras por consejo del neurólogo y cantando en un susurro “en la disco quiero tu mordisco”, pasó la vida.
Las Peluso de la cuadra –mi abuela y, llegando a la esquina con Ayacucho, tía Clara- eran mujeres hermosas y tenaces que se instalaron en Florida en la década del 30 y se especializaron en ravioles y lasagnas rellenas caseras y en hacer girar al mundo a su alrededor a fuerza de carácter y de un cariño inconmensurable; la Peluso actual allende los mares es otro tipo de locomotora, una máquina de actitud, sexo, irreverencia, soul, hip hop y pop. Sus mohines son encantadores, “terrible artista” repetimos en Florida. La queremos a Nathy. Como buena famiglia, el apellido tiene su peso. La vieja guardia de la parentela –más afín al cerrado espíritu Corleone que a la globalización- celebra el triunfo de la sangre.
En la casa doble de la calle Lavalle –adelante la de mi tío, atrás la de mi madre, a la que todavía, a veces, llamo “mi casa”- el nombre de Nathy surge con insistencia en las charlas de otoño, las de estos días, con la tele muda clavada en partidos de fútbol europeo. Pasta frola, Premier League y Premios Gardel. Mamá toma compota de ciruela, por indicación del gastroenterólogo. “Nathy tuvo nueve nominaciones, nene, ¿viste?”, dice de pronto bajándose el barbijo. Mi tío habla de la versión de “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, con Fito Páez. Está en YouTube y es maravillosa. Páez la presenta como “una artista fabulosa que va a dar mucho que hablar en los próximos años. Y es nuestra”. Nathy canta y sobre el final baila como una diosa. Se dice en Florida: ella estudió danza, telas; ella se hizo experta de su propio cuerpo. Me cuenta otro de mis primos diseminados por España –son muchos- que su abuelo Carlitos fue el que la impulsó a estudiar teatro y expresión corporal en Madrid. De Luján a Saavedra, de Saavedra a Torrevieja, de Torrevieja a Madrid, de Madrid a Barcelona, de Barcelona a devorarse el planeta de un bocado. Torrevieja es una ciudad que pertenece a la provincia de Alicante. En una de sus plazas, a los 8 años, Nathy se paraba algunas tardes en el centro del zócalo munida de un bombo legüero. Tocaba e improvisaba rimas a la gente que pasaba. Fue el primer dinero que ganó con la música. Siempre, de cerca, la siguió la hermana menor: Sofía. Hoy es una cantante hecha y derecha. Para diferenciarse del tsunami-Nathy, rebanó el Peluso y se presenta como “Sofía Gabanna”. Está al acecho, espera el turno: tiene varias canciones en la red.
Muchos preguntan de dónde sale el acento de Nathy Peluso. Es otra de sus invenciones. La tonada funciona como un esperanto sonoro, una fragua centroamericana con inflexiones porteñas e ibéricas. “Es como si en mi cerebro hubiese una biblioteca de acentos y saliesen de acuerdo a lo que pide cada canción”, explica. Nathy es nuestra, dice Páez. Pero ¿cuál es su patria? Ella dice que al fin y al cabo vive en un avión, que es nómade por naturaleza, que siempre estuvo con inmigrantes. Buscas latinos de toda estofa que toman a Europa como una tabla del naufragio. Ella fue una más, pero zafó. Fue camarera, vendedora de ropa, panadera y esclava en un call center. “La pasé re mal”, dice. En esos años conoció la trashumancia en busca del euro. Se dice que uno es del sitio en donde alimenta a sus hijos. No lo sé. Para mí la patria de Nathy es twitter, instagram, YouTube. Justo interrumpe mi pantalla un post por lo de las nominaciones del Gardel: “Estoy tan feliz q podría volar like a maripousa”. Igual creo que al final, cuando las papas queman, se impone el origen. Más que el himno o cualquier otro símbolo, la identidad debe tener que ver con lo no dicho, lo que se cuela sin que se advierta. Ahí está la canción “Buenos Aires”, el bandoneón de “Agarrate”.
Hay algo irresistible en las maneras de Nathy. No es sencillo expicar su atractivo. Los Peluso siempre fueron contenedores y, en el mismo gesto, avasallantes. Nos gusta pensar que hay algo de mi abuela, o de tía Clara, y seguramente mucho más de tío Manolo, que bulle por las venas de Nathy. Nos gusta leerla en las entrevistas: “Viven diciéndote que de la música no se come, así que nunca soñé con dedicarme a esto. Yo solo proyecté mi éxito artístico. No sabía por dónde se iba a manifestar. Si iba a ser fotógrafa o actriz, o incluso profesora, porque para mí lo importante es contagiar el arte. Me di cuenta de que era muy buena con el verso y empecé a tomármelo en serio. Además, me ayudó a pagarme los estudios”.
Me dice otro primo que de chica escuchaba a Caetano Veloso, a João Gilberto, a Ella Fitzgerald, a John Coltrane. Que también le gusta Erykah Badu y Dr. Dre y que sabe, mucho, de rock argentino. Mamá ahora toma aceite de cannabis por recomendación del traumatólogo y dice que la Nathy Peluso es la cantante más famosa del mundo. No sé si es exactamente así, pero la semana pasada estuvo en la televisión de los Estados Unidos, en el programa The Late Show que conduce Stephen Colbert. Por ahí pasaron Lady Gaga, Barack Obama, George Clooney. Cantó “Delito”, y la rompió. Mostré el video de YouTube en Florida. El clima era el de las sempiternas proyecciones de diapositivas después de un viaje importante. Silencio en la cocina, y solo la pose desafiante de Nathy Peluso desde la laptop y su voz: “A esta vida de crimen yo me someto /Es un tatuaje en mí, te lo prometo/ Si esto es condena, hagámoslo en secreto”. Fue emocionante. Después nos distrajo el gol de Cavani al Aston Villa y mi hermano se comió la última porción de pastra frola.