Una diferencia fundamental entre la versión nacional, popular y federal de nuestra historia con la historiografía liberal y oligárquica, que no enseñaron y nos siguen enseñando, es la reivindicación de la participación de los sectores populares en las circunstancias claves de la vida de nuestra Argentina.
Los sucesos de Mayo son apropiados para demostrarlo. Según la versión de nuestra historia oficial se habría tratado de un putsch de criollos de clase alta que desplazaron del poder a sus pares representantes del rey de España aprovechando su debilidad por estar prisionero de Napoléon. Belgrano, Moreno, Passo, Castelli, los Rodríguez Peña, pertenecían a la categoría de “decentes” como se autodenominaban los de clase privilegiada.
La historia de los “grandes hombres”, en la que no hay lugar para las mayorías populares, nos ha tratado de convencer de que el pueblo común, la plebe, no tomó parte de los hechos de Mayo, de la misma manera que las derechas reaccionarias se esfuerzan políticamente por mantener a la clase trabajadora fuera de las decisiones públicas. Sin embargo de no haber sido por la intervención popular la insurrección independentista no hubiera sido posible.
Dicha participación plebeya se dio por dos vías: una de ellas fue el activismo de la ‘Legión Infernal’ liderada por Domingo French y Antonio Beruti, también conocidos como los ‘chisperos’ pues portaban y usaban armas de fuego que en aquellos tiempos detonaban a chispa. Constituían un temible grupo de choque integrado en su gran mayoría por pueblo humilde, excluidos de privilegios de clase, orilleros de extramuros, también afrodescendientes, gauchos y originarios. Comprometidos con el derrumbe del poder virreinal.
El otro vector de la participación popular fueron la milicias populares que se formaron cuando las tropas regulares españolas fracasaron indignamente ante la primera invasión inglesa. En la seguridad de que habría una segunda intentona, Liniers organizó fuerzas civiles armadas, siendo la más importante en Buenos Aires la de ‘Patricios’, cuyo jefe era Cornelio Saavedra. Es decir que las armas pasaron de los españoles a los criollos, circunstancia que sería decisiva en la semana de Mayo.
Los ‘infernales’ tuvieron una participación decisiva en los disturbios callejeros que presionaron al gobierno virreinal para convocar el Cabildo Abierto: despegaban los bandos oficiales, amenazaban a los partidarios del virrey, recorrían las calles gritando consignas levantiscas. Acciones silenciadas en la historia oficial.
Por ello Cisneros convocó a Saavedra y le ordenó reprimir los disturbios, a lo que el vendedor de vajilla improvisado jefe militar se negó dignamente: “El que a V.E. dio autoridad para mandarnos ya no existe; de consiguiente usted tampoco la tiene ya, así que no cuente con las fuerzas de mi mando para sostenerse en ella”.
El Cabildo del 22 de mayo es el momento crucial en que los asistentes votaron la defenestración del Virrey, luego de un debate protagonizado por Lué, Castelli, Villota y Paso. Pero para comprender lo allí sucedido cabe señalar que las invitaciones elegidas y enviadas por los virreinales fueron 450, lo que garantizaba el triunfo de Cisneros. Pero de ellos sólo concurrió la mitad. ¿Cuál fue el motivo de tamaño ausentismo? Los ‘infernales’, con la colaboración algo disimulada de los Patricios, controlaron la concurrencia.
Apostados en los arcos que daban entonces el ingreso a la Plaza dejaron pasar a los partidarios de la caída del gobierno virreinal y con prepotencia se lo impidieron a sus adversarios. Y para distinguir a unos y otros proveyeron de cintitas, probablemente blancas, que se prendían en la solapa o en los sombreros. Ese es la verdad de las supuestas escarapelas patrias. Lo que es claro es que sin esa acción de “colador” a cargo de la chusma armada otro podría haber sido el resultado de la votación.
Dos días después se produciría la decisiva y polémica jornada del 24. El Cabildo había quedado con la misión de nombrar una Junta que sustituyera al gobierno virreinal. Entonces sucedió algo típico de todas las insurrecciones que en nuestro planeta se dieron: llega un momento en que los sectores acomodados que participan de la rebelión se asustan de que el entusiasmo de la plebe por la posibilidad de un cambio social que los favorezca se lleve por delante sus privilegios y entonces llegan a acuerdos con el poder cuestionado. Eso quedó claro cuando el 24, con el beneplácito de ambos sectores de “decentes”, criollos y españoles, quedó conformada una Junta presidida por Cisneros, que así conservaba el poder, secundado por dos comerciantes españoles, Solá e Inchaurregui, y dos criollos, Saavedra y Castelli. Las dos figuras más importantes de la insurrección patriota.
Siempre se nos enseñó que fue una trampa de los virreinales, sin embargo lo cierto es que Saavedra y Castelli firmaron su aceptación y según contaría Tomás Guido en sus ‘Memorias’ los otros ‘alumbrados’ dieron su conformidad y el día transcurría con serenidad, como si la revuelta hubiera llegado a su fin muy posiblemente con el acuerdo de que de allí en más los criollos tendrían acceso a los niveles más altos del ejército, de la iglesia, de la administración hasta entonces reservados solo para los nacidos en la península ibérica.
Pero entonces intervino la rabiosa indignación popular, esa que no hacía mucho había rechazado en dos oportunidades al ejército de la potencia más fuerte de aquellos tiempos, y se puso nuevamente en acción para continuar la revolución que sus jefes habían abandonado inconclusa.
Fue entonces que Beruti y algunos de sus ‘chisperos’ subieron en tropel las escaleras del Cabildo, forzaron la puerta y exigieron a los asustados cabildantes la renuncia definitiva de Cisneros: "Señores del Cabildo: esto ya pasa de juguete; no estamos en circunstancias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces. Si hasta ahora hemos procedido con prudencia, ha sido para evitar desastres y efusión de sangre. El pueblo, en cuyo nombre hablamos, está armado en los cuarteles y una gran parte del vecindario espera en otras partes la voz para venir aquí . ¡Sí o no! Pronto, señores, decirlo ahora mismo, porque no estamos dispuestos a sufrir demoras y engaños; pero, si volvemos con las armas en la mano, no responderemos de nada".
Por su parte, Martín Rodríguez, en representación de los ‘Patricios’, también tomó su parte en la amenazante coacción: “Si nosotros nos comprometemos a sostener esa combinación que mantiene en el gobierno a Cisneros, en muy pocas horas tendríamos que abrir fuego contra nuestro pueblo, nuestros mismos soldados nos abandonarían; todos sin excepción reclaman la separación de Cisneros.”
La importancia de tan decisiva participación de los sectores populares hizo también inevitable su protagonismo en la definitiva constitución de la Junta de Mayo ya que según Tomás Guido fue Beruti quien, dando fin a deliberaciones que se prolongaban, tomó un papel y escribió los nombres, seguramente luego de consultar con los jefes de las milicias. También es seguro que Belgrano y Castelli opinaron.