La distancia que existe entre los únicos personajes protagónicos que Eva Duarte interpretó en el cine, uno al comienzo y otro al final de su breve filmografía, es asombrosamente equivalente a la que media entre la muchacha frágil y tímida que describen quienes la conocieron al comienzo de su vida artística y la avasallante personalidad de la mujer más importante de la historia política argentina.
Su primer protagónico tuvo lugar en un cortometraje publicitario titulado La luna de miel de Inés (1938), que hasta ahora era un misterio para los historiadores. Omitido de una mayor parte de los textos sobre su vida artística, el film aparece mencionado recién en 2002 por Noemí Castiñeiras en El ajedrez de la gloria: Evita Duarte actriz, como parte de “una serie de trabajos publicitarios” que Eva realizó pero que hoy no existen.
Una copia de 35mm, en soporte nitrato, de La luna de miel de Inés sobrevivió de manera milagrosa, conservada a lo largo de las décadas por dos hermanos de filiación peronista, Sergio y Tito Livio La Rocca. El padre de ambos, Alberto La Rocca, fue director de la distribuidora I.N.C.A. Films de la Argentina entre 1936 y 1938 y se presume que de allí procede la copia. Los hermanos no saben por qué su padre decidió conservar justamente este film ni tienen el recuerdo de haberlo visto proyectado. Pero siempre supieron que era una “publicidad de Evita” y así la preservaron hasta 2019, cuando me la hicieron llegar a través de una amiga común, la productora, realizadora y artista gráfica María Verónica Ramírez. El museo Evita se ha comprometido a proporcionar los medios para restaurar y preservar debidamente La luna de miel de Inés, cosa que seguramente sucederá cuando pase la peste, porque el trabajo requiere un laboratorio fotoquímico y desde 2017, gracias al macrismo, la Argentina no tiene ninguno.
El corto dura unos seis minutos y según el libro de Castiñeiras está realizado para una agencia publicitaria llamada Linter. En los créditos del comienzo aparece mencionada otra empresa, denominada Prociton, que pudo ser la productora encargada de realizarlo. Un señor M. Casenal aparece acreditado con el argumento y la dirección. Los únicos protagonistas son Eva Duarte, como la mujer del título, y el actor Claudio Martino, como Ernesto, su flamante marido. Irónicamente, Martino, que también estaba en los comienzos de su carrera artística, fue en 1951 víctima de las caprichosas listas negras de Apold.
En realidad, la trama del cortometraje no trata sobre una luna de miel sino sobre lo que ocurre a su término. Ernesto llega a su casa desde la oficina para almorzar y espera que su esposa Inés tenga todo preparado. “¿Qué dice mi flamante cocinerita?”, es su saludo al entrar. Inés ha preparado mayonesa de langostinos y buñuelos, que no cuentan con la aprobación de Ernesto porque no están hechos con aceite de oliva. Mientras la muchacha solloza, Ernesto le recomienda que se asesore con su madre, que conoce sus gustos, y vuelve a la oficina. Inés pide ayuda telefónica a su amiga Carmen.
Cuando Ernesto regresa se muestra preocupado porque tiene hambre y no siente olor a comida. Inés lo sorprende con manjares preparados a su gusto. Ernesto imagina la influencia de su madre pero Inés la niega y lo lleva a la cocina para mostrarle su secreto: el aceite Olavina.
-Pero ¿no es aceite de oliva?
-No, pero tiene el mismo sabor y al cocinar no produce humo ni olor.
Ernesto considera que ese es un hallazgo digno de compartirse con el público y ambos rompen la cuarta pared y se dirigen directamente al público, mientras un telón cae tras ellos.
-Como ustedes han visto, señoras, este aceite me ha sacado de apuros.
En las antípodas de esta sumisa y complaciente Inés de cocina y delantal, síntesis arquetípica de todo lo que Eva Perón no quiso ser, está el personaje de Julia Montes en La pródiga (1945), una mujer independiente y fuerte, comprometida con el sufrimiento ajeno. Durante décadas La pródiga fue el gran film maldito de Evita y su historia es bien conocida: se iba a filmar protagonizado por Mecha Ortiz y dirigido por Ernesto Arancibia, pero Eva quiso hacerla y quiso también que su director fuera Mario Soffici, que la había dirigido poco antes en el film La cabalgata del circo.
El productor Miguel Machinandiarena accedió con entusiasmo, con la probable esperanza de que la influencia política de “esa mujer”, que ya vivía con Juan Domingo Perón, le permitiera recuperar la concesión de los casinos de la costa atlántica, que el gobierno le había quitado en 1943. Lo que no se sabe exactamente es por qué Eva insistió en hacer el film en un momento de gran conmoción política y febril actividad profesional. Ambas circunstancias limitaron su disponibilidad y el rodaje se demoró varios meses más de lo previsto. Cuando finalmente estuvo terminado ya se habían producido las movilizaciones masivas del 17 de octubre y poco después Eva Duarte pasó a ser primera dama, por lo que La pródiga quedó inédita y supuso una pérdida total para el estudio. Durante varios años se creyó que el film estaba perdido pero Machinandiarena conservó una copia clandestina y así fue posible realizar un muy tardío y opaco estreno en 1984, impulsado por el hecho cierto de que el film había registrado a un mito en construcción.
La pródiga se basa en una novela homónima del español Pedro Antonio de Alarcón y tiene el estilo un poco engolado de las varias adaptaciones de obras extranjeras que por entonces proliferaban en el cine argentino pero no es ni peor ni mejor que muchas otras. Es evidente que el guionista Alejandro Casona escribió la adaptación pensando en Mecha Ortiz porque es muy fácil imaginársela en el rol de esa mujer que tiene un pasado, sobre el que corren toda clase de rumores y que está dispuesta a convivir con un hombre sin casarse. Pero si bien Ortiz hubiera interpretado ese papel a la perfección, la verdad es que Evita lo estaba viviendo en la realidad.
Y en perspectiva son asombrosamente proféticas las varias frases del texto que anticipan el rol inmediato que tendrá en la vida política argentina, como cuando reza y pide “por los que no tienen techo ni lecho ni pan”, cuando asegura que jamás tendrá hijos, cuando dice “Lo que da la tierra es para los que viven en ella” o cuando la llaman “¡Hermana de los tristes, madre de los pobres!”. En perspectiva, es posible que en todas esas afinidades del personaje de Alarcón con la inmediata imagen pública y la vocación social de la propia Evita se explique su voluntad de hacer el film a pesar de todas las dificultades.