Decenas y decenas de “películas de enfermedades terminales” nos han acostumbrado a dramas repletos de lugares comunes, más allá de las mejores intenciones. Casi todas las dolencias conocidas por la medicina han acaparado la atención de guionistas y realizadores, con especial predilección por el cáncer y, allá por los ochenta y noventa, el fatalmente novedoso VIH. En el pelotón hay films buenos, malos y de toda clase intermedia, e incluso algunos se salen de los casilleros más reconocibles y transitados. Un amor memorable, genérico título local para el original Supernova, pertenece en más de un sentido a este último grupo. El film escrito y dirigido por el británico Harry Macqueen, actor devenido realizador que debutó detrás de las cámaras en 2014 con Hinterland, evita en gran medida las recetas azucaradas y refuerzos lacrimógenos para contar la historia de Sam, un pianista clásico que ha dejado en suspenso la carrera musical para cuidar de su pareja, y Tusker, un encumbrado novelista que comienza a transitar las primeras etapas duras de una demencia frontotemporal. Más allá de un guion calibrado, que escapa a las estridencias y prefiere en gran medida la sutileza, el aporte de los actores Stanley Tucci y Colin Firth no es nada menor en el éxito de la ecuación creativa. Son ellos quienes logran darles a los personajes una credibilidad y potencia apoyada no sólo en aquellos diálogos que hacen avanzar la acción, sino en las miradas, los gestos y las pequeñas conversaciones cotidianas, esas que suelen describirse como triviales pero terminan dándole forma al mundo de las emociones humanas. Estrenada el año pasado en la sección oficial del Festival de San Sebastián, casi en las antípodas histriónicas de la oscarizada El padre –el film en el cual Anthony Hopkins encarna a un hombre afectado por la enfermedad de Alzheimer–, Un amor memorable llega al streaming local en la plataforma Cining de Cinemark-Hoyts, luego de un intento frustrado de lanzamiento presencial durante los meses pasados.
Sam (Firth) conduce y Tusker (Tucci) hace las veces de copiloto, leyendo el tradicional mapa de papel en busca del mejor camino para llegar a destino (afecto a escribir de forma manuscrita, la posibilidad de utilizar la tecnología GPS le resulta odiosa, intrusiva). El volante a la derecha de la casa rodante no deja lugar a dudas: la bella zona boscosa que recorre el dúo pertenece al Reino Unido, país de nacimiento del músico, abandonado muchos años atrás para iniciar una nueva vida en Nueva York junto a Tusker. El viaje, que vuelve a reunirlos en aquellos sitios visitados durante el primer encuentro, tiene algo de romanticismo bien entendido y mucho de despedida. Hace tanto tiempo que Tusker y Sam están juntos que se conocen a la perfección, en sus virtudes y defectos, pero de a poco Tusker ha comenzado a ser otro –un ser nuevo hecho de olvidos parciales y puntuales, cada vez más frecuentemente esenciales–, y la certeza de que en el futuro ya no será posible reconocerse mutuamente adquiere formas angustiantes. “Con Colin somos amigos desde hace veinte años, pero a pesar de conocernos y de haber participado en un par de películas juntos, nunca habíamos protagonizado una película en tándem”. Quien habla, en comunicación exclusiva con Página/12, es Stanley Tucci, el actor neoyorquino de ascendencia italiana que debutó en la pantalla grande hace más de tres décadas en El honor de los Prizzi (1985), de John Huston, y que ha aportado su talento en más de un centenar de largometrajes y series, usualmente en roles secundarios de carácter. “El guion me gustó desde un primer momento, y se lo pasé a Colin con la esperanza de que también quisiera participar”. Firth, que también forma parte de la entrevista vía Zoom, confirma que su interés por la historia fue inmediato. “Además, Stanley ya estaba metido. Y al ver el primer largometraje de Harry Macqueen la imagen quedó completa. Lo interesante es que originalmente mi rol era diferente. Stanley iba a interpretar a Sam, el pianista, y yo comencé a prepararme para el rol de Tusker”. Para el actor inglés, célebre por su participación en Orgullo y prejuicio, El discurso del rey y, desde luego, El diario de Bridget Jones, “hubo un momento durante las primeras lecturas del guion en conjunto en el que comencé a pensar que, tal vez, las cosas funcionarían mejor si invertíamos los roles. Stanley estaba de acuerdo y, muy temerosamente, le llevamos la idea a Mcqueen. Supongo que debe haber tenido sus reticencias pero, luego de algunos ensayos, la idea tomó forma”.
Además de escritor de novelas, Tusker es fanático de la astronomía, y el viaje permite algunas paradas para observar las estrellas, los planetas y la vía láctea. Es justamente un diálogo nocturno y ligeramente filosófico el que le brinda a la película su título original: la materia esencial de las supernovas es, al fin y al cabo, la misma que le da forma al cuerpo y la mente humanas. Pero por cada nombre de un astro o de una constelación que Tusker recuerda a la perfección, la enfermedad acecha con sus olvidos primordiales. En cierto momento, Sam descubre que su compañero ha desaparecido y la búsqueda por el laberíntico camino promete ser desesperada. Sin embargo, la película no se deja seducir por la posibilidad del suspenso y la secuencia no admite que desbarranque en intrigas innecesarias. Lo importante es la relación entre ellos, las decisiones que deben tomar, la perspectiva de un porvenir complejo, y no la aparición de peligros externos. Para Tucci, el hecho de que la pareja protagónica sea gay posiblemente recubra a la historia de aspectos particulares, aunque “en el fondo, la película sería bastante parecida si se tratara de un matrimonio heterosexual. Creo que esa es una parte de la belleza del guion: es un relato sobre el amor y la pérdida, más allá de cualquier otra cuestión. Los personajes no se la pasan hablando sobre el hecho de ser gays”. Firth agrega que “en cuanto el film comienza, se trata de Sam y de Tusker. De las cosas que han compartido a lo largo de los años. A nivel actoral, es importante saber dónde están ubicadas las propias limitaciones, pero no es algo que me haya ocurrido en este caso. Lo interesante es que es muy común que a uno le pidan que interprete personajes similares a otros que hizo en el pasado. Nadie lo hace a propósito, imagino, porque tienden a contratarte para aquellas cosas que hacés bien, pero al mismo tiempo eso te mantiene en una zona de confort. Es el famoso typecasting. Ahora bien, el de Stanley es un caso diferente, porque es justamente reconocido por su versatilidad. En fin, a mí nunca me llamaron para actuar con el pelo teñido de azul, aunque esa perspectiva me resulta apasionante”.
De pronto, la entrevista se transforma en un diálogo entre Tucci y Firth sobre aspectos de la profesión que no suelen abordarse en las entrevistas con la prensa. Un diálogo sincero no exento de humor. “Supongo que la parte más atractiva de ser actor es querer interpretar personajes diferentes. Ser otro”, continúa Tucci. “Y una de las cosas buenas de envejecer es que ya no te llaman tanto para componer personajes derivativos. Hay más opciones, creo. Lo que he notado en mi caso, por ejemplo, es que el hecho de perder el cabello me ha ayudado mucho. Al perder el pelo la gente ya no sabe bien qué edad tenés. Y también hay algo ligado a la etnicidad. Siempre me llamaron para hacer de italiano, que en parte soy, o personajes de tez oscura. Y en Hollywood siempre han pensado que esos personajes son malvados, el tipo malo. Pero eso comenzó a desaparecer con el paso de los años. Supongo que al envejecer todos comenzamos a parecernos”. Las sonrisas en la conversación se transforman en risotadas cuando Firth remata con un clásico comentario flemático, en perfecto inglés británico: “El deterioro físico es una cualidad muy interesante en la pantalla. Cuando tenía veinte años solían decirme que me veía muy insípido. Y recuerdo ver al veterano actor Paul Scofield, con esa cara vieja y sus líneas, y pensar que necesitaba algo de eso. Ahora lo tengo. Más de lo que habría deseado. Hablando en serio, tampoco me preocupa demasiado que me encasillen. Creo que si la historia es buena y auténtica hay mucho margen para maniobrar”. “Muchas veces veo que algunos actores crean un acento o caminan de una forma particular en determinados papeles”, acota Tucci, “porque quieren ser diferentes a cómo fueron en las dos o tres películas anteriores. Pero en realidad hay que hacer lo que es correcto para la película en su totalidad, no sólo para tu personaje. A veces ni siquiera hace falta crear un personaje, sino simplemente hacer lo que dice el guion. Si la historia contiene cierta verdad, el desafío es lograr que la actuación la revele”.
La reunión en la casa de campo de la hermana de Sam permite el reencuentro con viejas amistades, pero también el descubrimiento de un secreto que Tusker guarda con recelo ante la presencia de su pareja. Nada explosivo, nada oscuro, ningún cadáver en el closet, apenas una certeza y un deseo que, hasta ese momento, el enfermo no ha podido o querido compartir. Más tarde, empujado por el escritor, el músico dará su primer recital en mucho tiempo, en un pequeño teatro de su país natal. Quien toca las teclas del piano y ejecuta en vivo la melodía del “Salut d’Amour” de Edward Elgar es el propio Colin Firth, quien a pesar de no considerarse un buen pianista, aceptó el desafío. “Fue algo que me quitó el sueño: quería dominar esa pieza, que imagino debe ser muy sencilla para un pianista profesional. Así que trabajé bastante en eso, aterrado ante el momento en el que tendría que tocar delante de otra gente. Creo que era algo esencial tratar de ser honesto en general. Y eso es un desafío enorme, además de una paradoja, porque el cine de ficción es una simulación. Recuerdo a un tutor en la escuela de actuación que un día nos decía que lo importante era buscar la verdad, y en la clase siguiente nos pedía que nunca olvidáramos que todo era falso, una simulación. Es una paradoja que no tiene solución. Lo importante es que, para intentar llegar a cierta verdad, hay que salirse de uno mismo. Eso puede ser algo perturbador, pero es necesario tratar de mantener la sensibilidad, la curiosidad y la empatía”. La última pregunta rodea el concepto de lo personal como hecho político, y para Stanley Tucci, “eso es algo que la gente debe decidir. No creo que Un amor memorable sea un film político en un sentido estricto, pero supongo que al normalizar una relación homosexual, al decir que simplemente se trata de dos personajes que se aman, eso lo transforma en una declaración humana y política. Firth, en tanto, cita a Brecht. “Creo que fue él quien dijo que todo es un acto político. El poder de esta película está dado por su especificidad, porque ve cosas que podrían definirse como políticas en términos muy personales. Y lo político tiene sus raíces en lo personal, en las experiencias y percepciones personales. Pienso que deberíamos intentar ver todo a través de ese prisma, si se tiende hacia la comprensión, la humanidad y la aceptación del otro. El prejuicio sólo es posible gracias a la ignorancia. La película también habla de cómo enfrentamos la muerte, y eso también tiene sus implicaciones políticas”. Algo de razón tiene. Al fin y al cabo, Un amor memorable es no sólo la historia de un gran amor, sino también una historia sobre la cualidad inexorable de la mortalidad, y de cómo el ser humano la enfrenta y, eventualmente, termina aceptándola.