La tejonera comienza de noche, en algún lugar del campo galés. Es la temporada de nacimiento de los corderos y en distintas granjas por aquí y allá las ovejas dan a luz con ayuda de sus cuidadores. Valles y cerros están oscuros pero sembrados de las luces de quienes hacen ese trabajo. Hay algunos ladridos, murmullos de autos que pasan por la ruta, alguna maquinaria que se queja, todo parece mayormente tranquilo. En dos extremos de ese paisaje están los personajes de esta historia. Ambos hombres se mueven pesadamente en la noche: uno porque su día terminó y todavía no puede conciliar el sueño. El otro, porque a esa hora comienza su tarea. Con descripciones concisas que apuntan a elementos materiales y acciones concretas, la novela nos sitúa en un espacio que si bien no nos resulta cercano, rápidamente nos incluye. El campo de Cynan Jones no es cualquier campo, sin embargo, por debajo de los detalles de los quehaceres granjeros, de las referencias puntuales a animales y plantas, hay un trasfondo común en el que encontrar una resonancia, que a medida que se avanza en las páginas de la novela, se vuelve muy poderosa.
Cynan Jones (1975) nació en la costa oeste de Gales en 1975, en el mismo espacio donde transcurren sus historias. Es más, según cuenta en algunas entrevistas, cuando empezó a escribir decidió mudarse de su pueblo natal en Ceredigiona hacia Glasgow para interiorizarse en la vida citadina, pero no duró mucho. Lleva editadas cinco novelas, una de ellas, Tiempo sin lluvia, fue publicada en 2020 en nuestro país, también por la editorial Chai. Nombrado como una de las mejores voces de su generación por revistas como Granta y The New Yorker, además de ganador del BBC National Short Story Award y el Wales Book of the Year Fiction Prize entre más premios, Jones también se anima a otros formatos: es autor del guion de la serie Hinterland --que puede verse en Netflix—historia detectivesca ambientada en los majestuosos paisajes galeses.
La trama gira alrededor de estos hombres que viven muy cerca, pero no tienen una relación directa. Uno de ellos, Daniel, acaba de perder a su mujer y atraviesa un duelo demoledor en la soledad absoluta de su granja, que por otra parte, no le da tregua en su incesante trabajo. El otro hombre, nombrado escuetamente como “el grandote” es un ex presidiario que vive marginado, juntando chatarra y cazando tejones cuando baja el sol. Esta es una cuestión que no se aclara del todo en la novela, pero que es toda una problemática en el Reino Unido: la proliferación de estos animalejos silvestres y de gran fuerza física, que según afirman, provoca la tuberculosis bovina en el ganado. Algunas leyes ambientales los protegen, pero surgen otras que avalan la caza llevada adelante por ganaderos que intentan reducir los daños económicos que provoca esa enfermedad. Precisamente a eliminar tejones se dedica el grandote. Por encargo, por venganza, por placer o por todas esas razones juntas. La turbiedad de su tarea es una sombra que pesa sobre él y que pareciera volverse palpable para todos los que se cruza.
Pero más allá de estos dos hombres silenciosos, la gran protagonista de la novela es la naturaleza. Como una fuerza corpórea, se impone en el relato compitiendo con la voluntad de quienes viven en ella. Jones se detiene en su aspecto, sus matices, su proceder muchas veces inexplicable. A través de capas de sonidos, de olores, de texturas, nos traslada a ese entorno bello y hostil. Que no es solamente un marco o un paisaje de fondo, sino que también pervive en los cuerpos cansados que lo habitan y que son un elemento más, ni más fuerte ni más lúcido, de ese entramado sin nombre. La muerte de un tejón, el parto de una oveja, la persecución de una rata por una jauría de perros, un accidente con un caballo, son narrados con una precisión perturbadora.
En las notas críticas muchas veces se ha vinculado a este autor con William Faulkner y Ernest Hemingway. Y la herencia es innegable. Jones escribe: “Y en la noche silenciosa siente por un momento, como si algo invisible le rozara la cara, la antigüedad de eso que hace; siente que podría ser un hombre de cualquier época”. Esta descripción, que se aplica a las tareas de un granjero, podría perfectamente ser una forma de nombrar su estilo. La tejonera, como Tiempo sin lluvia, son novelas que podrían transcurrir en cualquier tiempo, también en éste. La maestría de Jones se trasluce en una prosa seca, sin ornamentos, dispersada en pequeños párrafos que funcionan como golpes de maza, duros y varoniles, pero que trasmiten un lirismo profundo, silvestre, no sentimental.
Es notable cómo tratándose de una novela de personajes, estos hablan tan poco –tres o cuatro monosílabos en 140 páginas--. Recuerda aquellos versos célebres de Cesare Pavese: “Callar es nuestra virtud./ Algún antepasado nuestro debió encontrarse muy solo/-un gran hombre entre idiotas o un pobre insensato- para/enseñar a los suyos tanto silencio.” La trasmisión de lo que les pasa es narrada desde afuera; a través de la descripción de sus movimientos incesantes y algunos pensamientos mientras trajinan sobre la tierra, se va construyendo la hosquedad, la soledad en la que se encuentran.
Pero sus movimientos no son sólo sobre la tierra, sino que también intentan ir hacia abajo, meterse en ella. Esa tejonera donde se ocultan los animales que deben morir, o el cuerpo de la mujer de Daniel, enterrado muy cerca de su granja y que él evoca a cada instante. Ese mundo subterráneo funciona como una imagen en negativo de lo que ocurre afuera. Una metáfora oscura y natural –como no podía ser de otro modo en Jones—, que aparece para cerrar el universo complejo de esta novela. Y que sirve para condensar todo lo que no puede ser dicho, no puede ser pensado, sino apenas intuido en el transcurso de sus páginas. La tejonera queda abierta en medio de la noche y los hombres merodeando a su alrededor, buscando algo, una señal, una salida, que probablemente tampoco aparezca con las luces del día.