La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner reemplazó interinamente a Alberto Fernández durante su gira por Europa. Se temía lo peor, que decretara que Argentina es Venezuela y adoptara su bandera. Que ampliara la Corte Suprema de Justicia mediante otro Decreto de Necesidad y Urgencia, sumando cien piqueteros que cobrarían sueldos astronómicos (los mismo que los cortesanos) ¡sin pagar impuesto a las ganancias! Que reimplantara la doctrina Irurzun. Nada de eso sucedió, el Presidente regresó cansado y conforme sin euforia ni anuncios altisonantes.
Para ser un déspota bolivariano le fue extrañamente bien. Fue recibido por (y departió constructivamente con) primeros mandatarios de Portugal, España, Francia e Italia. Dialogó cara a cara con la titular del Fondo Monetario Internacional Kristalina Georgieva (FMI). También con el Papa Francisco que atañe menos a esta nota, enfocada en el poder, las deudas, la economía y las vacunas.
Fernández llevó planteos concretos que expuso con buenos modos para avanzar en las tratativas con el FMI y postergar un inminente pago al Club de París. Es altamente posible que esta prórroga se concrete. Será tema de conversación remota con la canciller alemana Angela Merkel la semana entrante. Principal socia del susodicho Club, principal acreedora, despiadada años atrás con Grecia, acaso la más centrada estadista de Occidente durante la peste… Merkel califica como interlocutora clave.
El ministro de Economía Martín Guzmán tejió lazos menos ostensibles que los de Alberto Fernández aunque igualmente funcionales. Absorbió retos del presidente por sus torpezas en el conflicto con el subsecretario de Energía Federico Basualdo. Fernández se enchinchó mucho: recomendó “un curso acelerado de política” al joven ministro. Luego pasó página, reconociéndole su aporte y protagonismo. Quiere darle un corte al entredicho, ya hay demasiado fuego amigo para extinguir, semana a semana.
Las sobretasas eventualmente pagaderas al FMI formaron parte del menú en todos los paliques. Sería pagar intereses sobre intereses, demasiado. En una deuda de 44.000 millones de dólares las sobretasas gravitan poco en valores absolutos pero una eventual dispensa implicaría una señal positiva. Los peregrinos la consideran posible.
Desde diciembre de 2019 Fernández y Guzmán siempre dijeron lo mismo respecto del acuerdo con el FMI: cerrar trato priorizando los intereses (y por ende los tiempos) de los argentinos. Los muertos no pagan predicaba el fallecido presidente Néstor Kirchner; la frase redobla vigencia y adquiere connotaciones macabras en la era del coronavirus. La línea oficial se mantiene: importa más un acuerdo viable que uno veloz y ruinoso.
Lecturas diversas --con frecuencia de opositores o aliados del FMI o las dos cosas-- clavaron la mira solo en las fechas desnaturalizando el discurso oficial. Ahora dicen que Fernández está apurado, lo que es falso si se lo separa del contexto y de los objetivos concurrentes. Como en el canje con los privados el Gobierno aspira a “comprar tiempo” que es sinónimo de gobernabilidad. Se negocian años sin pagos de deuda externa, pre requisito para recuperar la economía.
En Europa AF pudo darse el gusto de anunciar la inminente llegada de vacunas AstraZeneca, cantidades importantes de dosis. Les puso fecha, lo que siempre es un riesgo. Toma cuerpo la -tal vez- mejor política pública importante del oficialismo.
En paralelo y sin poder suspirar, se conoció el aumento del Índice de Precios al Consumidor del INDEC (IPC) acentuando una inflación que trasluce la -tal vez- más ineficaz política pública relevante del Gobierno.
Vamos repasando a vuelo de pájaro el conjunto de deuda, política sanitaria e inflación: las claves del año electoral.
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A vacunar, a vacunar: El primer movimiento de la política vacunatoria del gobierno fue pro occidental, pongalé: AstraZeneca, vacuna Oxford, coproducción con México. La logística, ardua de por sí, se complicó. La intercesión de Estados Unidos (“más cerca de México que Dios” reza el refrán) empiojó la producción, trastocó el cronograma.
Acudir al laboratorio Gamaleya de Rusia constituyó el paso ulterior, impuesto por la necesidad. Acertado sin duda, sobrellevando los embates macartistas y anacrónicos de la oposición. Hasta el 11 de mayo pasado el 56 por ciento de los argentinos vacunados habían recibido dosis de Sputnik V, informa Santi Olszevicki en su cuenta de Twitter @SantiOlsze. El flujo proveniente de los pagos del presidente Vladimir Putin sostuvo la oferta.
Si se confirman las remesas de AstraZeneca, las proporciones cambiarán sensiblemente en las semanas próximas. Buena nueva.
La segunda ola y las proyecciones confirman que la covid-19 llegó para quedarse, que durante años la producción nacional de vacunas será necesaria aunque no suficiente para absorber todas las necesidades de los argentinos.
La ministra de Salud Carla Vizzotti explica con claridad y paciencia envidiables el abanico de tratativas, las formas de distribución. Acotación (no tan) lateral: la mayoría de les mejores comunicadores del oficialismo son mujeres: en particular Vizzotti, la asesora presidencial Cecilia Nicolini, la secretaria Legal y Técnica Vilma Ibarra y la vicejefa de Gabinete Cecilia Todesca Bocco. Cualidades comunes: saben de lo que hablan, argumentan, informan. No se “sacan”, no invaden competencias ajenas. Cualidades de género, acaso, que no relucen en el desparejo Coro de la Casa Rosada y zonas de influencia o arrabales.
La vacunación sigue, la distribución entre provincias y la Ciudad Autónoma Confederada de Buenos Aires (CABA) se concreta mediante parámetros objetivos. Vizzotti elogia las campañas en todo el territorio nacional. Irradiar calma y sensatez entre tanto temor y debates confusos: otra virtud.
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El Presupuesto abstracto: Los argentinos conocen y padecen la inflación a diario, el IPC solo los anoticia de un guarismo que confirma sus vivencias. El de abril superó las predicciones más pesimistas. El colega de Página/12 Raúl Dellatorre sintetizó en un inmejorable tuit: “Inflación del 4,1% en abril, 8 meses seguidos por arriba del 3,2. No es por emisión monetaria. No es por el déficit fiscal. No es presión salarial sobre la demanda. Son las políticas monopólicas de los sectores más concentrados en principales rubros de consumo”. Tal cual.
La cantidad de medidas tomadas por el Gobierno resulta inversamente proporcional a los resultados conseguidos. La inflación sólo se redujo durante el ASPO, en yunta con la recesión.
La combinación entre palo y zanahoria, opinamos, contiene exceso de zanahoria para un empresariado rapaz e insolidario. Se han generado numerosos encuentros sin continuidad ni logros. “Fotos” en la jerga periodística. Simulacros o conversatorios desnudos de sustancia. Hay excepciones aisladas mientras los costos de los alimentos trepan sin cesar.
El empresariado está dividido, la Asociación Empresaria Argentina y un sector de la Unión Industrial Argentina (UIA) defraudan al gobierno y damnifican a millones de consumidores. Daniel Funes de Rioja --flamante presidente de la UIA en una contienda dividida que narra bien el colega Leandro Renou en este diario-- corporiza a lo peor de la élite patronal.
A principios de año se debatía acerca del Presupuesto 2021. Sectores de la coalición gobernante lo consideraban avaro en materia de gasto social, perspectiva que compartía este cronista. La segunda ola que recrudeció la pandemia, la inflación que avasalló los pronósticos, tornaron (como dicen los jueces) abstracta a la Ley de Leyes. La proyección de Economía para todo el año se cumplirá en el primer semestre o antes de la primavera, sin ser agoreros.
Deviene irresistible la necesidad de incrementar el gasto social e invertir en producción, fomentar empleos, fortificar salarios.
Con las subas ocurridas quedaron desfasados los refuerzos a prestaciones sociales o jubilaciones. Las convenciones colectivas exigirán revisión más pronto que tarde. La mejora en la distribución del ingreso naufraga cuando los alimentos orbitan muy por encima de los ingresos de la clase trabajadora o los sectores medios.
Suponer que el empresariado que lucra en ese río revuelto cooperará fue un error inicial del oficialismo que debe repasar no solo sus acciones sino los recursos democráticos de confrontación con los oligopolios que medran con la crisis. Los laboratorios están en la mira, merecidamente… no son los únicos.
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Intereses en danza: “No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero, o del panadero, de quienes debemos esperar nuestra cena, sino de la preocupación de estos por sus propios intereses” prescribía el compañero Adam Smith. Las expectativas argentinas respecto del volantazo de la diplomacia sanitaria del presidente estadounidense Joe Biden se emparentan con esa idea. No hay bondad ni altruismo en la Casa Blanca. Sí se insinúa un cambio de política para enfrentar el soft power chino. China es la prioridad de la política exterior yanqui. En lo que atañe a Argentina, les preocupa que instale una base, hipótesis descartable según le comentó el canciller Felipe Solá al titular del Departamento de estado Anthony Blinken. Otra demanda, imposible desde el vamos, es disminuir el intercambio comercial.
Mejorar concretamente las relaciones depende de decisiones de Biden, únicas como la coyuntura. Estados Unidos podría retomar (o, mejor dicho, emprender) la competencia contra China. El ex presidente Donald Trump despreció dicho carril. En simultáneo alcanzó un record similar a su ex aliado político ideológico argentino Mauricio Macri. Ambos perdieron la reelección que encaraban con hartas ventajas.
Como reseñó esta columna semanas atrás, Biden tiene encanutadas casi 60 millones de dosis de AstraZeneca que no utilizará en su país. Las normas le prohíben venderlas o donarlas. Pero puede transferirlas a modo de “loan” (préstamo en inglés). Si las dispensara podría mejorar su relación con naciones situadas al Sur del Río Bravo. Superar la performance de Trump es sencillito. Casi una quimera empardar a China en la "diplomacia de las vacunas" tras concederle más de un año de ventaja… pero descontar distancias tendría encanto. En un escenario de cooperación podrían entrecruzarse los intereses de Argentina y Estados Unidos. El gobierno nacional apuesta unas fichas a ese número mientras sigue articulando con los rusos, con los chinos, con otros laboratorios gringos y promoviendo la producción nacional de vacunas.
Como insumo para quinchos o charlas de sobremesa: vaya paradoja que suene más factible un pacto con el Club de París o con la Casa Blanca que con la crema del empresariado nativo. La realidad, caramba, es así: cruel y menos engañosa que el mito de la burguesía nacional.