Mencionamos en una entrega anterior que la ciudad de Catamarca y las localidades vecinas han experimentado un crecimiento extraordinario en las últimas décadas; algo que es común en muchas ciudades del país y del mundo, ya que la gente emigra de las áreas rurales a las áreas urbanas, con la esperanza de mejorar su calidad de vida.
También recordamos que la relación entre la antigua Población del Valle (hoy Valle Viejo) y la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca, fundada o trasladada por Fernando Mate de Luna en 1683, fue constante desde entonces hasta nuestros días; sus habitantes tenían un terreno en la ciudad “fundada”, pero “vivían” en Las Chacras.
Pasó el tiempo y un cordón umbilical unió la nueva ciudad con la vieja población. La gente es sabia y sabe que San Fernando del Valle de Catamarca no sería lo que es, sin la memoria de “sus Chacras”.
En un recorrido por el circuito del Valle Central de Catamarca, nos encontramos con pequeñas poblaciones que dan vida a un sistema de asentamientos humanos, como en el caso del departamento Fray Mamerto Esquiú, ubicado en el valle homónimo, atravesado longitudinalmente por el río del Valle y enmarcado por las Sierras de Gracián y de Fariñango.
En esta parte del territorio, gracias a la construcción del Dique Las Pirquitas, inaugurado oficialmente en 1961, son abastecidas con agua de riego sus más de 10.000 hectáreas y, por lo tanto, se favorece el desarrollo agrícola; como lo hicieron en el pasado, en otra escala, los originarios y los españoles que poblaron este lugar.
En el marco de este paisaje que describimos, una localidad denominada San Antonio tiene la particularidad de ser un lugar donde el tiempo parece no haber pasado y encarna la difícil misión de recordarnos la forma de vida de un pequeño pueblo, para situarlo en el presente de nuestro mundo contemporáneo.
San Antonio constituye una de las centralidades del departamento Fray Mamerto Esquiú, junto con su cabecera administrativa de San José de Piedra Blanca. Esta situación le confiere ciertas características donde se fusiona el ideal de lo urbano y lo rural. Y aquí se pueden ver los valores de un vecindario en el que está presente su espíritu de comunidad.
Raymond Ledrut, un investigador del espacio social de la ciudad, destaca que, como “zona de trato mutuo”, el vecindario es necesariamente reducido. En sus calles se encuentran a cada paso habitantes que ya se conocen, un mundo peatonal y cotidiano donde el espacio colectivo configura una extensión concreta de la esfera familiar. Los niños y los ancianos, más que otro grupo de edad, se procuran aquí sus contactos habituales.
En San Antonio vemos un claro ejemplo del espíritu de comunidad de un vecindario. La gente adquiere experiencias y acumula recuerdos comunes, que Julio Ladizesky, en su libro El Espacio Barrial, denomina “conciencia de comunidad”, que es el sentimiento de pertenecer, de estar y querer quedarse.
Algunos patrones del medio natural que son considerados intuitivamente por los vecinos de San Antonio, como las acequias, la agricultura minifundista y la vivienda productiva; generan sentimientos de pertenencia, identidad colectiva, participación y apropiación.
La plaza de San Antonio es el espacio primigenio, el más antiguo y cotidiano de los ámbitos de uso colectivo del lugar. Lo que mejor define el rol de esta plaza es la multiplicidad de acontecimientos que se superponen y suceden en ella, un espacio de libertad para las actividades del tiempo libre. La plaza ocupa un espacio en el orgánico tejido urbano y está contenida por edificios que son significativos para el vecindario, como la iglesia de San José.
El desafío para la Comisión Metropolitana del Plan Estratégico Integral, integrada por los intendentes del Gran Aglomerado Urbano de Catamarca, liderada por la Ciudad Capital, es asumir el reto de pensar y poner en valor estos asentamientos humanos de su territorio, como es el caso de San Antonio, entendidos como una mínima unidad sustentable productiva que pueda replicarse en el continuo del paisaje chacarero.
*Arquitecto