En alguna parte de su obra Gastón Bachelard dice que hay que olvidarse de la filosofía si se quiere estudiar el problema de la imaginación poética. En su prólogo a “El medio pelo en la sociedad argentina” Arturo Jauretche reivindica como método el conocimiento de “estaño” (otro modo de la fenomenología) cuyo modelo es el Martín Fierro de Hernández. Más divertido, su “Manual de Zonceras” sistematiza los sofismas fundamentales de nuestra historia, desnudando los pomposos dogmas de un pensamiento propenso al coloniaje.
Más allá o más acá de estos días duros de enfermedad y polémicas, la olla a presión que aloja los discursos circulantes tiene, como todo sistema de confinamiento, una válvula de escape en el epigrama. El ingenio y la astucia retórica son necesarios para correr el foco de la adusta tradición literaria, a la que le cuesta mucho el humor.
1. Epigrama, ingenio, picardía. Usos del lenguaje al que se le socava lo alto y lo solemne sin desentenderse del subyacente sustrato de la realidad, de la tradición y de la cultura. En nuestro medio hay muchos ejemplos. Algunos, más que olvidados, permitirían extendernos hacia un género hecho de variaciones y dislocamientos, para comprender ciertas constantes de nuestras formas de pensar, de nuestras críticas identidades.
Desde Arturo Cancela y Piolín de Macramé (Florencio Escardó) pasando por Roberto Artl y terminando en el Negro Dolina, las intervenciones que estudió en el siglo XVI Baltasar Gracián, culminan hoy en la cantera de los epigramistas de internet. Un discurso menos elegante, pero siempre corrosivo que se conoce como los “memes”.
2. El procedimiento de Florencio Escardó bajo el seudónimo de Piolín de Macramé, igual que en el caso de Bachelard (¿habrá leído el porteñísimo pediatra al filósofo parisino?) es la asociación libre de ideas que juegan con lo que el lector (en el humor siempre hace falta otro) conoce de manera simple, para descolocarlo en un abrir y cerrar de ojos por una salida inesperada. Por ejemplo, si para Bachelard el humo mezcla el fuego y el aire, para Piolín de Macramé el hielo es hijo del agua y del vidrio, “un matrimonio tan frío que termina siempre por disolverse”.
En otro plano, las agudezas de Jauretche y las de un escritor como Ambroce Bierce en su “Diccionario del diablo” se proponen torcer las definiciones dadas por el diccionario o por la Historia. Traigamos un poco de ese artilugio anticientífico para jugar con la realidad. Pero con una sola regla: no detenerse en los marcos de referencia ni en las ideologías de los emisores; juguemos por el puro placer epigramático, como un modo de destrabar la mente de tanto silogismo.
3. “Lo que conviene a Buenos Aires es replegarse sobre sí misma” es la zoncera número 3 de Jauretche. Sale de la boca del ministro Rivadavia, en 1822, para negarle a San Martín la ayuda que requería con el fin de terminar su campaña libertadora, caliente aún la independencia. En la zoncera 26, se habla de lo difícil que ha sido en todos los tiempos, más aún cuando las garantías constitucionales están suspendidas, conseguir un “juez natural”, y se explica en detalle también para quiénes funcionan en todos los tiempos dichas garantías esenciales.
En uno de sus famosos “¡OH!” mediante el libre discurrir de la hilografia, dice Piolín de Macramé: “La gran ventaja del colegio es que nos permite ser autodidactas. Sin tener que avergonzarnos de ello. Y adquirir así el saber dentro de los ritos correspondientes…. Hay que desconfiar de los sabios. Porque pueden haber adquirido toda la ciencia del mundo. Pero en cambio ignoran a fondo la tragedia tremenda de rasgar un paño de billar un día de rabona”. El artículo continúa con diatribas para “el alumno ejemplar”, lo que nos lleva a otra zoncera que desmitifica Jauretche, propagada ésta por los sarmientistas: la archiconocida imagen del niño que nunca faltó a la escuela aun en los días de lluvia. Que, en la provincia de San Juan, como sabemos, son casi nulos.
4. Antes de avanzar con el tema (pero ¿qué tema?) deberíamos consignar una breve reseña de Ambroce Bierce. En auxilio de esa tarea engorrosa –ya que se tiene la idea de que Bierce es más personaje que escritor, a lo que contribuye su misteriosa desaparición en México enrolado en el bando de Pancho Villa-– tanteaba el ejemplar de la editorial Colihue y la primera página del libro, donde suelen venir los datos biográficos. Pero lo más lindo es que el editor tuvo la maravillosa idea de presentar el librito con filetes porteños, como los que enmarcaban las leyendas de los carros, y más acá de los camiones, es decir con la ilustración patente del género. Esa nota inicial se resume como: “Un poco de poesía, ilusiones, sueños, realidades mentirosas…”. Más justo imposible. Suficiente para no pasar de página.
5. Hemos presentado la zoncera de Buenos Aires replegada para no colaborar con la guerra libertadora, el colegio que describió Escardó (olvidé decir que a este pediatra se le debe el derecho de las madres a internarse junto con sus hijos); merodeamos la idea de una Justicia a la medida de sus clásicos beneficiarios. Si esto fuera una serie, tan arbitraria como lúdica, el perspicaz lector podría exigirnos que la cerráramos aludiendo a la vida.
Consultemos la entrada pertinente del “Diccionario del diablo”, entonces. Se lee allí: “Vida. s: Especie de salmuera espiritual que preserva al cuerpo de la descomposición. Vivimos en diario temor de perderla; cuando se pierde, no se la echa de menos. La pregunta ¿Vale la pena vivir? ha sido muy debatida, en particular por los que opinan que no; algunos de ellos escribieron extensos tratados en apoyo a esa idea y, gracias a un minucioso cuidado de su salud, disfrutaron muchos años de los honores de una exitosa controversia”.
Hasta aquí una serie de epigramas más o menos montados sobre la realidad cotidiana en clave de picardía. El resto puede ser literatura. También, claro está, quiere serlo este texto.