I

Neoliberales somos todos. Desde el momento en que ingresamos a Facebook y colocamos un me gusta o expresamos digitalmente una emoción, sea el enojo o la tristeza, no es otro más que el gesto neoliberal el que impulsa nuestra mano y nos obliga a un clic por demás de modesto. Lo mismo ocurre en otros terrenos: cuando demandamos que lo público acepte nuestras sexualidades; cuando traficamos en términos de interés nuestra relación con los otros; cuando nos exigimos ser los mejores en el rubro que emprendemos. Que el individuo sea o no sea un individuo neoliberal no es el problema. El problema, en todo caso, es que aceptemos sumisamente tal situación o, por el contrario, la complejicemos. Se puede ser neoliberal y ateo; neoliberal y vegetariano; neoliberal y populista. Hay para todos los gustos. El neoliberalismo está pensado para todos los gustos.

II

El neoliberalismo no soporta a las masas. Nunca las ha soportado. La primera tarea del neoliberalismo es destruir al colectivo, y que resten sólo individualidades. El neoliberalismo, en última instancia, ya no precisaría de los televisores. Para el neoliberalismo la única habla posible es para con el semejante, nunca para con el colectivo de distintos. El neoliberalismo hace de la diferencia una mera ponderación monetaria. El medio por excelencia del neoliberalismo es la pantalla en miniatura, mediante la cual sólo dialoga con el uno. Cuanta más chica es la pantalla más personalizada se vuelve la comunicación. La pantalla en miniatura simplifica el diálogo, lo facilita. El neoliberalismo está pensado para generar facilidades.

III

El neoliberalismo supone siempre un estado de shock. El neoliberalismo es como estar en un interrogatorio, siempre juega al juego del policía bueno y el policía malo. El neoliberalismo primero genera un estado de shock y después te seduce. También puede ser al revés. El neoliberalismo es una práctica lúdica de la destrucción. El neoliberalismo es escurridizo, inmaterial. No deja atraparse. El neoliberalismo es un discurso histérico para una población de neuróticos. El neoliberalismo es una trampa oculta, bajo el ala de un cisne.

IV

El neoliberalismo es una empresa de jóvenes. Todo lo viejo y derruido debe ser desechado o, en todo caso, rejuvenecido. El neoliberalismo vive a base de fármacos: debe calmar los dolores que él mismo genera. El neoliberalismo es auto‑referencial. No puede contar otra historia más que su propia historia. Si no hace eso, inventa una historia a la medida de cada cual. Que es lo mismo que no contar ninguna. El neoliberalismo no cree ya en las narraciones. El neoliberalismo funciona a base del olvido y la excepción permanente. Al neoliberalismo sólo le importa la autobiografía. El neoliberalismo cree en el lenguaje sólo en tanto pueda describir nuevos terrenos explotables. El neoliberalismo no puede nombrar sentimiento alguno. Sólo puede semantizar el instante. El neoliberalismo es un producto fabricado por mentes magistrales para la diversión de jóvenes insolentes.

V

El hábitat del neoliberalismo es la deuda. Sólo una subjetividad endeudada puede moverse en función del rendimiento. El neoliberalismo exagera la subordinación del observador a lo observado: el objeto‑imagen es quien mira al sujeto, lo juzga, lo somete. El neoliberalismo es una forma de la libertad a la cual se accede mediante el dinero. Monetariza los territorios, hace calculable y predecible toda conducta. El neoliberalismo es una de las formas del totalitarismo, aun severa, de articular la democracia.

VI

El neoliberalismo extiende y radicaliza una forma parasitaria de comportamiento. El neoliberalismo es el reino de lo terapéutico, del dominio de la emocionalidad positiva, de la importancia del uno por sobre todas las cosas cuando no de todas las cosas por sobre el uno. El neoliberalismo educa según una jerarquía del parásito disfrazada bajo la rúbrica del mérito. El neoliberalismo es la forma hegemónica que ha comprendido del hombre su fácil complacencia. El neoliberalismo es el confort radical de lo no dicho.

VII

El neoliberalismo se nutre de la libertad tal cual la conocemos. El neoliberalismo no precisa instituciones que lo justifiquen. El neoliberalismo se lleva en el cuerpo, se adhiere a lo más profundo del alma. El neoliberalismo es más que un estado de la sociedad, una forma de la cultura, una manera de la economía. El neoliberalismo es una forma del espíritu. Se alimenta de lo más propio, de lo más íntimo de cada uno. Neoliberal es aquél que dice, a punta de pistola: estamos muy felices; nunca, pero nunca, hemos estado mejor.