Desde Santiago
Gabriel Salazar (1936) ha experimentado en primera persona la convulsionada historia reciente de Chile. Militante del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) en los setenta, prisionero político y exiliado, se ha transformado en uno de los académicos más respetados del país sobre todo por su trabajo crítico de la elite política y que pone en valor a obreros, niños y la clase baja en general. La misma que, dice, ha puesto en jaque el orden político manejado por la elite desde los inicios de la República.
Contactado por PáginaI12 el historiador, gran promotor de las asambleas constituyentes ciudadanas, reconoce que el estallido social de octubre de 2019 fue un hito sin precedentes, aunque es cauteloso frente al entusiasmo de la ciudadanía ante la posibilidad de construir un nuevo Chile. Aunque de todas formas fue a votar temprano el sábado y padeció las grandes papeletas con los candidatos a concejales o constituyentes. “Hay que ser parte de estas instancias”, dice.
—¿Era la constituyente que imaginaba o hay que aceptar lo que hay nomas?
—(sonríe) Ciertamente si esperábamos una asamblea constituyente ciudadana legitima, claramente esto es algo distinto. Es un juego político frente a un movimiento que comenzó desde el gran estallido y que se había canalizado a través de la exigencia de constituyente, sin caudillo político, sin partido, amplio y sin un perfil clásico de movimiento político. Era un proceso histórico en rigor con una profundidad y anchura nunca dada en la historia de Chile. Por eso la clase política se vio en peligro. El Centro de Estudios Públicos (CEP) que es un centro de derecha, hizo una encuesta donde el 98% de los chilenos rechazaban los partidos políticos. Era una cantidad abrumadora, porque obviamente esta clase política perdería su lugar frente a un proceso emergente que iba a encontrar su camino. Por eso hicieron este proceso constituyente de acuerdo con la ley y dentro de la Constitución de 1980 que tuvo que ser reformada para permitirlo. Algo que se hizo a espaldas de la ciudadanía cuando aún ésta no tenía claro los pasos que debía dar para controlar un proceso así. Entonces creo que los políticos van a controlar lo que se va a discutir y los acuerdos que se tomen en el proceso constitucional, desde la derecha hasta la PC que, aunque no le guste, igual es clase política.
El académico sostiene que la ciudadanía que votó en octubre del año pasado por la opción “apruebo” (78%) y que permitió iniciar este proceso de cambio constitucional no tenía claro lo que quería en la práctica. “Nadie sabía en Chile organizar una asamblea constituyente. Nunca se ha hecho desde 1925 un experimento similar. Los historiadores sabemos que hubo, pero no lo cuentan y en los colegios no se enseña. Entonces no hay experiencia. De ahí que los políticos aprovecharon esta inseguridad y rayaron la cancha para hacer un movimiento a su pinta (según su parecer)”
—¿Es como si en Chile no existiera la posibilidad de imaginar un futuro donde el pueblo pueda autogobernarse y por eso se debe recurrir al tutelaje político tradicional?
—Exacto. Hay pruebas de sobras en la historia misma. Es cosa de sacarlas a la luz porque han existido en el pasado, pero en Chile son aplastadas de manera miserable por los gobiernos de Diego Portales, Manuel Montt y todos los gobiernos oligárquicos hasta 1925. En todo el siglo XIX hubo por lo menos cuatro grandes movimientos como éste, con la ciudadanía organizada libremente electa para dictar una constitución distinta a la de 1833 que era ilegítima por nacimiento. Y el último caso, del que nadie quiere hablar mucho, es el proyecto del presidente de José Manuel Balmaceda de organizar una asamblea constituyente a efectos de reponer la de 1828 que es la única legitima que ha tenido Chile y que provocó una reacción brutal de la derecha al punto de descuartizar a cuatro generales que eran del ejercito constitucional.
—Como si quisieran destruir no la idea sino físicamente los cuerpos que la encarnan.
—Así es. La oligarquía chilena siempre ha sido amenazada por un pueblo que se organiza en las calles exigiendo cambios. Este sentimiento ciudadano de tomar el sartén por el mango o como dijo el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en el año 1998 sobre Chile: en Chile se está produciendo un proceso profundo de ciudadanización de la política. Y eso implica un rechazo profundo a la clase política. Pero no estamos acostumbrados a la idea que el pueblo gobierne desde abajo. ¿Y cómo lo vamos a saber si no nos han enseñado a gobernarnos en nuestras comunidades? Y eso es lo que hay que conversar en detalle.