A la incertidumbre y al miedo a morir, de la primera ola, le siguen el caos y el estrés en que se mueven hoy los equipos de salud. En esta segunda ola de contagios de coronavirus en la Argentina, la gran diferencia es la vacuna. Pero el personal de salud, agotado, física y emocionalmente, suma estrés ante la impotencia por situaciones que, con la experiencia de la primera ola y con más recurso humano, podrían subsanarse. Lo más difícil, junto al proceso de luto por los pacientes que no resisten tratamientos, es dar malas noticias a esos familiares. “Además, las familias son respetuosas y te agradecen, eso es lo peor de todo”, cuentan. Quizá por eso advierten, que a pesar de todo, no están dispuestos a bajar los brazos. 

En diálogo con Página/12, desde los equipos médicos a la enfermería dan testimonio de las diferencias en el estado anímico del personal, respecto a la primera ola. Hoy el temor a morir por covid fue desplazado por el estrés que se sufre ante lo que los rodea: faltan camas, falta oxígeno, los pacientes se acumulan en las guardias ya que, en las salas, las camas ocupadas por gente joven, con más defensas, demoran en liberarse. En las terapias intensivas, el cupo está completo. En las intermedias y en la internación general, de covid, hay un cinco por ciento de lugares libres, según el día.  

“Esta ola tiene una afluencia de pacientes enorme, con más casos de gente joven, y seguimos teniendo traumatizado y la consulta habitual de una guardia”, detalla Gustavo Libertini, jefe médico de la guardia de los jueves del Hospital Ramos Mejía, en CABA. “Pero al estar todos en el hospital, ya vacunados, tenemos cierta tranquilidad. Eso no pasaba en la primera ola, cuando la sensación era de muerte inminente” destaca.

El año pasado “había mucha incertidumbre, más miedo y estrés”, coincide Nicolás Merayo, kinesiólogo especializado en afecciones respiratorias. “Hoy el tema es el cansancio por la cantidad de horas de trabajo, y no en un solo lugar, por el tema de la remuneración”, señala. Merayo trabaja en sanatorios privados, el San Camilo y el San José, entre otros. Y le preocupa que “este año llega gente más joven, hay más circulación y más gente infectada, vemos gente que está peor, y queda con más secuelas”.

Ya a principios de año, a la guardia del Hospital Italiano, comenzaron a ingresar muchos jóvenes contagiados, recuerda la médica Cecilia Cunha. “El año pasado vimos adultos mayores con casos graves, este año la edad bajó –refiere--, quizá porque los adultos mayores tuvieron más cuidado en diciembre y enero, mientras los jóvenes salieron. Se abrió mucho todo, y llegaba en grupos de tres o cuatro chicos que habían ido juntos de vacaciones. A eso se suman las fiestas clandestinas. Que siguen. Pero la cantidad, en esta guardia, bajó”, sostiene.

La impotencia “por no poder hacer nada, aunque des lo máximo”, es de las peores condiciones a las que se enfrentan. El personal hoy está más entrenado. “Se han incorporan acciones sistemáticas que hacen el trabajo más seguro”, respecto a los equipos de protección y al manejo. Pero se padece la falta de infraestructura en un sistema al límite. Libertini explica: “la etapa final de la primera ola fue muy trabajosa porque habíamos dejado de tener accidentes de tránsito o traumatismos de lo cotidiano, y en los últimos meses eso que había bajado mucho, volvió a subir. Ahí se cruzaron las dos curvas, la del covid y la de las otras patologías, y en nuestro caso, no había donde internarlos, el nuestro es un hospital pabellonado”.

Libertini se refiere al Ramos Mejía, el hospital más antiguo de la ciudad. Tiene cien años. “Si un caso covid va a un pabellón, corres el riesgo de contagiar a los demás. Eso estresa, porque una sala de covid puede tener diez camas libres, pero llega un traumatizado y no sabes dónde internarlo”, describe. “El nuestro es un hospital con grandes espacios comunes, y recién ahora tenemos oxígeno en gran parte de las salas, en una pandemia cuyo mayor impacto es respiratorio, eso complica”, reflexiona. Y agrega: “era todo un estrés el tema del oxígeno, ¿dónde hay un tubo, por qué no llega a la cama? En un hospital con 300 camas, es un problema”, define.

Para Cecilia Cunha, desde la zona covid del Italiano, “el cansancio es lógico, y afecta a todos”. Pero aun con más sospechas y más casos “el manejo es mejor que el año pasado, al para menos nosotros, en el sector privado”, aclara.

Las malas noticias

“Nos suspendieron las licencias el 30 de marzo y los que se habían tomado vacaciones, macanudo, pero los que no, acumulan para cuando se pueda”, explica Libertini. Cecilia Cunha agrega que “el cansancio es físico y emocional, porque venimos de un año sin descanso y el cuerpo te pide parar”. La carga se reparte entre la guardia y las salas covid. Los dos sectores que más sufren la pandemia. “Pero la sala recibe al paciente ya preparado. Lo urgente nos llega a nosotros” explica el jefe de la guardia del Ramos.

Entre los impactos críticos está la relación con las familias de los pacientes. “El personal está más tranquilo, pero la cantidad de pacientes hace que la cantidad de noticias malas que tengas que salir a dar, a las familias, este multiplicada” detalla Libertini. Sea por un fallecimiento o para anunciar que un paciente pasa a una sala de terapia intensiva, antesala de un posible final. A eso se suma hoy, el tener que explicar que alguien debe esperar “porque no hay camas”- Tanto en el sector público como en el privado, si bien no hay colapso, el margen de un cinco por ciento de camas libres, permite maniobrar, "pero al límite", manifiestan los profesionales.

En ese recorrido la tensión con el personal no médico o de enfermería “porque hay cama, o no hay cama”, genera fricción. Sin protocolos afianzados “la cosa se resuelve por el criterio de cada uno” señala Libertini. Esto provoca discusiones entre profesionales que antes guardaban cuidados. El médico advierte que es el personal de los equipos asistentes quienes están “absolutamente agotados”. La logística de los pacientes dentro de un hospital aumentó y repercute en los camilleros y en “la gente del oxígeno”, entre otros, junto a la enfermería. 

“A diferencia del año pasado, cuando la angustia era por no recibir equipos de protección y no estar bien remunerados, hoy sumamos cansancio y desilusión: antes teníamos la ilusión de solucionar esos problemas --apunta Carolina Cáceres, enfermera del Hospital Tornu--. Hoy vemos que eso no sucede, porque los protocolos se hicieron desde un escritorio”, reclama. Para Cáceres, que integra la Asociación de Licenciadas en Enfermería, lo que agota es no tener descanso, por el desgaste que provoca “todo lo que se vive alrededor de esta situación. No es solo por tener malos salarios, que es la primera demanda, sino la angustia por lo que vivimos, sin una perspectiva positiva”.

Sin descanso

“Ya a las 10 de la noche, estamos todos cansados –continúa Libertini--, ahí vemos que lo que más falta, es tiempo de descanso para el recurso humano. Estos pacientes requieren mucha dedicación, y los equipos son los mismos que hace un año”. En la guardia del Ramos, trabajan 70 personas por día. Y no alcanza.

“Si bien uno ya se acostumbró a ver paciente en estado crítico, ver tantos y ahora más jóvenes, es traumático” explica Merayo. La kinesiología prepara al paciente para que vuelva a respirar, a moverse, a comer. Por eso estresa ver a un paciente que puede “estar días con falta de aire, aislado y agotado, pero se entrega a que le induzcan el coma para que se lo intube, es tremendo”. Esto genera en el profesional un gran estrés asociado a lo incierto sobre el proceso del paciente.

“Tuve pacientes que se me morían, y no podía hacer nada –cuenta el kinesiólogo--, aunque nosotros damos lo mejor de nosotros”. Ver a la muerte “en gente de mi edad, me desanima” explica. Y relata un caso reciente: un padre de familia, de 36 años. “Ves la foto de esa familia y sentís el vacío”. A pesar de eso rescata la fortaleza del trabajo diario. “Se trabaja en equipo, porque dependes de otro, más allá de que el médico maneje todo” señala. “El cansancio se siente, hay mal humor y lo transmitís a tu familia, hay angustia, pero hay red, hay otros”, subraya.

A falta de una política de salud que organice la respuesta ante esta situación de estrés crónico, el personal busca estrategias: “En esta segunda ola tuvimos que sentar pacientes en sillas de ruedas, porque hemos llegado a no tener donde ponerlos. Eso te picotea la cabeza desde que llegas hasta que te vas. Ya dos días antes de entrar a la guardia pensas en las camas: ¿cuál es la frecuencia, cuántas hay, cuántas deja la otra guardia? –explica Libertini--, por eso los jefes tenemos un chat. Y otro de todos los jefes de la municipalidad. Es mucha información, pero prefiero saber con qué me voy a encontrar, antes de llegar ahí”.

Tras la primera ola se han tomado recaudos. Pero no alcanzan. A la covid en Europa le dicen “el mal nocturno”, porque los cuadros se incrementan o recrudece en la noche. “Sabiendo eso, podríamos reforzar el personal nocturno” explica Libertini. Y arriesga ideas: tomar personal temporario que cobre un aporte estatal, para asistir por ejemplo a camilleros. Cáceres aporta: “el recurso humano falta, no los insumos. Una cama, un tubo, medicación, eso tenemos, o podemos conseguirlo, falta la gente para monitorear, trasladar, asistir en forma permanente”.

La vacunación

Hubo mucho personal de salud contagiado, sobre todo en las guardias, donde no se sabe quién lo tiene y quién no. “Y eso que ahora tenemos test rápidos que ayudan muchísimos”, señalan sobre el PCR que da resultados en 20 minutos. Pero la diferencia la marca la vacuna: “hoy hay mucha menos locura, estamos más tranquilos” dicen los médicos. “Igual, antes de salir de tu casa te tomas la fiebre, olés la vainilla, olés el café, llegas y te pones el alcohol, te disfrazas, te proteges” describe Libertini.

El impacto en los menores de 50 años es lo que atormenta. “La gente grande no está viniendo a la guardia, producto de la vacunación en la Capital, y fue importante porque las terapias casi no tienen gente mayor” detalla Libertini. La vacunación es efectiva, y para la tercera ola --que se espera para la segunda semana de junio--, es una barrera. “Por eso uno se pregunta –explica el médico-- si es posible hacer algunas cosas más de las que hicimos hasta ahora”.

“Estoy agotada también emocionalmente, porque perdí compañeros en las provincias --agrega Cunha-- pero no podemos tirar la toalla, en este momento ¡menos! Estudiamos para esto, estamos para ayudar, y no vamos a bajar los brazos. Saldrá la fuerza de donde no la tenemos, pero va a estar. Es lo que amamos y por eso lo hacemos”. Por la pandemia “se nos abrió la cabeza, lamentablemente”, agrega la médica. Para ella, lo ideal sería estar todos vacunados. “Ayudo mucho la vacuna, pero todavía falta –añade--, hay gente que va a trabajar y no la tiene. Es población que tomas colectivos o subte, no son esenciales, y la necesitan”.

La vacunación masiva se vislumbra hasta hoy como la solución. Y seguramente ingrese al vacunatorio obligatorio. Luego “surgirá una medicación”. Entonces esto sí va a ser “como una gripe, una enfermedad del montón”. Pero medidas sanitarias como el lavado de manos, seguirán. “Ahora se suavizó esta segunda ola, se aplano, tenemos camas de internación, tenemos más oxígeno, tenemos cierta tranquilidad” explican. Pero ya asoma la tercera ola. “Dicen que en junio se empalma sobre esta, por eso, sobre todo, podríamos estar más preparados, y atender con las respuestas sencillas que podamos dar, ante algunas cosas que nos complican el trabajo diario”, sugiere Libertini.