La obra no corresponde al ser sino al devenir. No está dada de una vez para siempre, sino no tendría receptores vivos, por lo tanto, intérpretes; sería un objeto trascendente, fuera de la historia, no pudiendo tener una historia, no pudiendo hacer historias ni la historia. Hasta los objetos matemáticos tienen una historia: no están aislados, sino vinculados primero conceptualmente con otros objetos matemáticos que les hicieron ocurrir; luego, con nuevos objetos que generan o a los que se los relaciona; entonces la matemática se transforma en matemáticas, universo en expansión, catedral interminable de Antonio Gaudi, verdadera Sagrada Familia. Ahora bien, una familia viene de lejos, de muy lejos, la genealogía lo muestra, la geología y la astronomía también: el origen no es entonces histórico, sino arqueológico; remite a lo arcaico, a la vez l’archèy la esencia y es por eso que perdura – pasado indefinido,worktambién, progresstambién. Y la familia no se detiene con nosotros, la vida continua, las matemáticas también, una obra de arte también. No es Parménides quien nos lo hace pensar, sino Heráclito.
En efecto, «todo número entero tiene un sucesor», nos revela el axiomático de Peano; toda obra tiene un sucesor, y esto, al doble. Por una parte, otras obras nacen de ella, se nutren de ella, la siguen o rompen con ella; es en esto donde una obra tiene su valor no por su originalidad sino por su originariedad– está en el origen no sólo de otra obra, sino de un conjunto, de una corriente; está en la lógica no del stock académico o narcisístico sino del flujo; a veces puede incluso reestructurar el arte del que proviene, y hasta el arte en su totalidad – Proust, Duchamp, Robert Franck, etc. Por otra parte, se nutre de ella misma, se auto produce en ese work in progress: está viva; mejor, participa de la vida.
La obra de arte no es entonces algo dado, sino algo que da. A otro, a otros, recibir y hacer a su vez obra y así hacer historia. Toda obra es a la vez una obra que vendrá y remite a obras que vendrán; y “el futuro dura mucho tiempo” (de Gaulle, luego Althusser). Hay que maravillarse de ese don que engendra dones, ese presente generador de presentes: al mismo tiempo el presente temporal de las obras que deben vivirse, ni en el pasado, ni en la eternidad, sino en el presente viviente y en acto y en el futuro en potencia. Porque la obra es acto y potencia, dinámica y no estática, física y no metafísica. Ohphusysde Aristóteles adaptada por Klee! Ohnaturaleza naturante y no naturaleza naturalizadapropuesta por Spinoza y adaptada por Klee; Klee que nos enseña el tiempo en la pintura, en su creación, pero sobre todo en su recepción. Pero, ¿es una recepción o , más bien, una recreación?
Según escribió Martin Buber en Yo y tú: “Contemplo un árbol. Puedo percibirlo como imagen: pilar rígido invadido por la luz, o verdor que surge inundado de dulzura. Puedo sentirlo como un movimiento... intercambio sin fin entre la tierra y el cielo – y este mismo oscuro crecimiento. Puedo ver en él, al ejemplar de una especie... o la expresión de una ley… o un simple número... El árbol no dejó de ser. La potencia de lo que tiene, única, me captó”.
Buber nos incita así a pensar que nuestra relación con la obra es como un encuentro vivo, una oportunidad de la cual enriquezco el objeto de mi encuentro; la vida está in progress en la obra como en la naturaleza naturalizante, que se puede contemplar, que se debe contemplar: toda contemplación no es inmovilidad, sino construcción y movimiento, búsqueda y hallazgo. La obra no es entonces rigidez y frigidez, sino surgimiento, movimiento, intercambio, relación, encuentro, crecimiento, potencia, unicidad –si utilizamos las nociones de Buber: “Toda verdadera vida es encuentro. Al comienzo está la relación. La persona humana aparece cuando entra en relación con otra persona”.
Se debe hablar entonces de movimiento y de cinética de la obra. Cinética que fue comprendida por el cine, que hace de ese movimiento la esencia de su arte – más aún que el teatro, la novela, la música, etc.; cinética que nuestro extrañado Franck Popper puso en el centro del arte contemporáneo, ya que el centro de las cosas es kinema; y por eso toda obra está en búsqueda de sí misma, está en una búsqueda que, a veces, avanza positivamente.
Para una obra de arte, no es el pensamiento lo que cuenta, sino el movimiento de pensamiento; no es el ser sino el movimiento del ser -o sea, el devenir; no es la vida lo que cuenta, es el movimiento de vida; no es la obra lo que cuenta, es el movimiento de la obra.
¿El ser y el movimiento? Ahora bien, ¿«hay tantas especies del movimiento como del ser? Escribe Aristóteles. Para pensar el arte cinético, no es inútil volver al debate Parménides/Heráclito, trabajado por Platón, luego por Aristóteles; se comprenden mejor entonces los desafíos de este arte y de la acción y de la participación interrogados hace medio siglo por Popper. En efecto, ¿se debe recordar que el problema del arte del movimiento es complejo, porque el movimiento es de naturaleza compleja, y hasta misteriosa al punto que los Eleates (habitantes de Eleas) habían negado su existencia y la escuela megárica (fundada por Euclides), la continuidad del movimiento? El arte cinético tiene en cuenta el movimiento. Movimiento que siempre existió, por supuesto, que era practicado sin estar en el centro del proyecto mismo, particularmente en el área artística: porque, ¿qué es un poema, una novela, si no son un trabajo sobre el movimiento de las palabras y los cuerpos, qué es una obra de teatro sino un trabajo sobre el movimiento de las palabras y los cuerpos, qué es una sonata sino es un trabajo sobre el movimiento de los sonidos, qué es una ópera sino un trabajo sobre el movimiento de las palabras, los cuerpos y los sonidos? Pero el movimiento, a menudo es no visto, ¿tal vez considerando la aparente inmovilidad de la pintura, la escultura, la arquitectura, la fotografía? Con frecuencia, el movimiento es abandonado al deporte y a la guerra, a los sentimientos y a la sexualidad, a los hombres que caminan y los astros que giran.
* Profesor universitario, investigador y autor francés; compilador, junto con Alejandro Erbetta, del libro La obra como proceso de investigación y Work in Progress (editado por Retina Internacional, Retina Argentina y Arte x Arte). Fragmento del texto introductorio “La creación y la investigación no son pensables previamente”.