El asesinato ficcional de un “malo” por un “bueno” es un momento de goce generado por la industria del entretenimiento que seguro has disfrutado miles de veces. Una escena de tortura o de violencia policial para rescatar a una víctima, también.
La estructura narrativa se repite: una situación de miedo o de inseguridad, una víctima que generalmente es mujer, una resolución violenta y el reencuentro con un amor romántico. Un relato que nos invita a desear y naturalizar la violencia.
El miedo y la violencia configuran el gran relato actual de la ficción y de la no ficción, y así se expresa en un discurso bélico que se vuelve cotidiano: “el jugador se recupera de las heridas y sale al combate'', dice el relator del partido, “hay que colgarlo en plaza pública”, amenaza un mensaje de WhatsApp en relación a un dirigente político, “tenemos que matar a estos negros de mierda”, afirma un “vecino” mientras golpean a un muchacho que supuestamente intento robar un celular.
También son primordiales el miedo y la violencia en la agenda de los relatos no ficcionales de aquellas construcciones de sentido que los noticieros nos presentan como “la cruda realidad”. Según el Monitoreo 2019 de los noticieros en los canales de aire de la Defensoría del Público, el tópico “policiales e inseguridad” fue, como en años anteriores, el más tematizado y su aparición por cantidad de noticias se acercó al tercio del total y expresó el 36,2 del tiempo total emitido. El mismo informe señala que el 26 % de las noticias que se tematizaron como “policiales e inseguridad” no presentaron ninguna fuente y el 39,2 % utilizó solo una, lo cual nos invita a pensar sobre la superficialidad y pobreza de los encuadres periodísticos.
La violencia necesita de la construcción de un enemigo interno, un otro que es colocado en el lugar de chivo expiatorio como responsable de nuestros problemas. Esa otredad debe ser funcional a los discursos hegemónicos que nos atraviesan; las miradas eurocéntricas y clasistas que operan desde nuestros imaginarios sociales alimentan prejuicios y activan reclamos punitivistas. Por eso en nuestra región, ese lugar de chivo expiatorio lo ocupan los jóvenes en situación de pobreza, los migrantes latinoamericanos y los pueblos originarios. Lo complejo es que estos modelos culturales generan las condiciones de posibilidad de otras violencias que se vivencian cotidianamente y que padecerán los grupos históricamente vulnerados.
En una entrevista realizada por Sonia Santoro, el experto en comunicación colombiano Omar Rincón sostuvo “habría que buscar otras miradas, otros formatos, otras narrativas. Y creo que hay aportes brillantes por ejemplo de la perspectiva de género, de cómo mirar desde otro lugar. Qué pasa si cambiamos el lugar de mirada y nos dejamos de mirar desde un lugar de blancos, masculinos, capitalistas, de competencias, de miedos, de hombres que van a la guerra. Si hay una responsabilidad de los medios, de los políticos, también hay responsabilidad de los ciudadanos. Hay que cambiar de mirada. Y de pronto uno podría empezar a entender que podría haber otra forma de pensar el problema”.
En un sentido similar, en su reciente libro “Prudencialismo”, el magister Esteban Rodríguez Alzueta nos plantea la necesidad de promover la empatía por el otro, deconstruir las enemistades sociales y componer una política de la amistad.
El fortalecimiento de la empatía, el desarrollo de miradas inclusivas y la búsqueda de nuevas narrativas parecen ser pasos necesarios en la construcción de una sociedad menos violenta.
* Docente de la UNRN y licenciado en Comunicación Social, especialista en Comunicación y Culturas
** Integrante de la cátedra Delito y Medios de Comunicación (UNRN) y especialista en análisis e investigación de homicidios