The moment has come (“El momento ha llegado”), planta bandera Laura Fares, aka Lau, en Stunning, primer tema del álbum, que marca su debut solista tras década y media como experta baterista sesionista, compositora y productora de la escena londinense. I finally got you out of my life / I’m taking control / And I am moving on, prosigue la muchacha en el mentado track, que sienta las bases -temáticas, estilísticas- de lo que vendrá: diez canciones en clave electro-pop con tintes ochenteros, donde el arco narrativo habla de tener el cuore hecho girones, de rehacerse luego de la pérdida de un amor que se las hizo pasar canutas. “Componer estos temas fue una especie de terapia, un proceso catártico tras separarme de una relación muy larga, de 9 años. Para más inri, la ruptura fue durante el 2020, en el momento más álgido de la pandemia. Creí que se me venía el mundo abajo, que tenía que comenzar de cero y, encerrada en mi estudio de Londres, me apremiaba volcar en la canción todo lo que estaba sintiendo”, se abre en canal en charla con Las12.
En ese barajar y repartir de nuevo, "tomé la decisión de dar un paso al frente y lanzarme como solista tras haber ayudado a muchos artistas durante mi carrera, siempre en segunda línea; de confiar en mi voz, en mi imagen, en las historias que quiero compartir con el público”, cuenta la autora de canciones como Always On My Mind, donde la influencia de Erasure -dúo brit que adora- se hace patente. Aún más, a Lau se le caen las medias recordando cómo Andy Bell precalentaba la voz antes de subir al escenario a pasitos suyos, “en una serie de conciertos de 2014, en Estados Unidos, donde yo tocaba la batería para Nina (Boldt), que abría para ellos... En verdad, estaba haciendo mis propias canciones en esos conciertos; yo las había compuesto”, reconoce la artista desde Barcelona, donde se ha instalado hace poquitos meses tras vivir durante más de dos décadas en la capital inglesa.
A modo de sucinta bío, cabe decir que Fares nació y se crió en CABA, Argentina. Aprendió batería en forma autodidacta, “con algunos libritos que encontraba en la sala de ensayo que mi hermano Diego había montado en casa, una especie de código morse que fui descifrando con paciencia. Él tenía un grupo con Fede Cabral, Sancamaleón, y me mostraba acordes en la guitarra, algo que fue fundamental para mis inicios”. Estudió un tiempo flauta traversa en el Conservatorio López Buchardo; luego Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires. Tuvo una banda de rockabilly llamada ISIS con amigas del secundario, y en ‘99 partió hacia Londres, “la gran meca musical”, donde asistió al Islington College y a la Thames Valley University para perfeccionar saberes en batería, en música electrónica, entre otras cuestiones.
“De tan completa la currícula, a partir de módulos sumamente diversos, salís con todas las herramientas necesarias para trabajar, ya sea tocando, produciendo o dando clases”, señala Lau, que hizo sus pininos como baterista de bandas independientes, pero acabó dando el batacazo como sesionista en shows en vivo de Sam Sparro, “con quien pude recorrer los principales escenarios del mundo; entre ellos Glastonbury, al ser invitado al circuito de grandes festivales de UK, Australia, Europa, Estados Unidos, donde constantemente coincidías en el backstage con artistas como Amy Winehouse, Mark Ronson, Calvin Harris”, rememora la instrumentista. De esos días, destaca cuán pocas, poquísimas, eran las bateristas sesionistas: “Una minoría, realmente; profesionales, seríamos 4 o 5 que siempre nos encontrábamos en audiciones para toques en vivo, programas de tevé, comerciales, especiales para la BBC, lo que te imagines. El rol de batería estaba seteado para varones; un prejuicio que, por fortuna, cada vez tiene menos asidero”.
A pesar de las muchas gratificaciones que le dieron esos laburos de alto copete (por caso, hacer percusión para un show de Ricky Martin con Eros Ramazzotti en un programa de la RAI), asegura Fares que “hoy es un capítulo cerrado, de aquí en adelante quiero concentrarme en mi música”. Es decir, en su proyecto solista, cuya primera encarnadura es Believer, el antes citado disco debut…
En cierto modo, el espíritu que atraviesa los 10 tracks del álbum pareciera beber del apoteósico Dancing on my Own, de la sueca Robyn: tema del álbum Body Talk (2010) que lograba ese fino balance entre darse a la llorera y dejarse la piel en la pista de baile, encapsulando desamor con beats contundentes que invitaban a sacudirse la ira, los celos, el arrepentimiento, la confusión de una ruptura en ciernes. “La canción de la década” (pasada), conforme coronó la revista New Musical Express nomás culminar el 2019, es quintaesencial ejemplo de “algo que se llama crying at the dancefloor, donde la música es movida, incluso alegre, pero de tan devastadoras, dramáticas las letras… bailás llorando”, cuenta Fares, a la par que confirma: “Es exactamente lo que intenté hacer con este álbum”. No es de extrañar que, sin darse ínfulas, la música deje caer que ¡también! fue telonera de Robyn, a quien no solo respeta sobremanera como música sino además como empresaria: “Armó su propio sello, con el que ficha artistas y, a la par, gira con sus discos, todos deslumbrantes”.
Un modelo a seguir en toda la regla para quien es, asimismo, cofundadora y directora artística del sello Aztec Records, creado hace ya 11 años en UK junto al productor e ingeniero de sonido Ariel Amejeiras, también argentino. “Nos conocimos en una sala de ensayo de Londres. Por esos días, él era el sonidista de Phantom of the Opera, en West End, y yo, baterista sesionista. Notamos que teníamos gustos similares y pegamos onda instantánea, y así surgió la idea del sello…”, recuerda nuestra entrevistada.
A la pesca de talentos que aborden los subgéneros que les roban suspiros -es decir, el retrowave, el synthwave y el synthpop-, Aztec dispone de un sólido catálogo. “Hoy día tenemos a más de 30 artistas”, cuenta sobre los fichajes que aúna su iniciativa. De variopintas latitudes, dicho sea de paso: Alemania, Suecia, Francia, Gran Bretaña, Italia, Suiza, Estados Unidos, Australia, Bélgica, y siguen las nacionalidades. “Una de las últimas incorporaciones ha sido Popcorn Kid, de la India”, suma Fares, subrayando lo evidente: que las bondades de la era digital, online, habilitan trabajar con mimo promocionando grupos sin que los límites geográficos sean frontera significativa. Nótese, de hecho, que la dupla Fares-Amejeiras ha abierto aún más el paraguas al inaugurar Aztec Latin, rama de reciente estreno que apunta “a bandas y solistas mexicanas, colombianas, venezolanas, argentinas, en fin, de toda Latinoamérica, que aborden este tipo de música, pero en castellano”.
Por cierto: Popcorn Kid -nom de plume del veinteañero Nikhil Narayan- es uno de los nombres presentes en Believer; más precisamente en la versión deluxe del disco, que incluye remixes de un manojo de canciones, intervenidos por diferentes artistas. “Son productores que admiro muchísimo, prestigiosos en nuestra escena. Para mí era muy importante contar con su aporte”, dice Fares. Al mentado Kid le tocó “alterar” Stunning, mientras otros miembros de la familia Aztec, como Sunglasses Kid o Friday Night Firefight Rework, también fueron invitados por Lau a la faena remixera. Asimismo de la partida, el israelí Highway Superstar, el australiano Droid Bishop (hermano de Sam Sparro, dicho sea de paso), y el francés Maethelvin, “uno de los precursores del synthwave, parte del Valerie Collective”. Colectivo que surgió en Nantes hace más de una década, con composiciones realizadas con sintetizadores que encontraban inspiración en la inagotable década de los ochenta. Algunos de sus integrantes, hay que decirlo, participaron del notable soundtrack de Drive, premiado film de 2011. “Una banda sonora que, en cierto modo, marcó el comienzo del movimiento synthwave, que no solo recupera la cultura musical ochentosa sino también su estética”, en palabras de Lau. Para ejemplo, las inoxidables canciones de Kavinsky (Nightcall) y Electric Youth (A Real Hero), entre otros retrofuturismos. “Los sonidos de esta corriente que se empezó a cocinar en una comunidad under, hoy son referencia para personajes como The Weekend, Dua Lipa, Sia, David Guetta…”, subraya Fares, aunque aclara raudamente que su disco debut “no es exclusivamente synthwave, sino una mezcla que incluye también synthpop y retrowave”.
En Believer, las musas ochentosas también dicen “hola, ¿qué tal?” en el formato físico de un álbum que, por supuesto, puede escucharse vía Bandcamp o Spotify, pero tiene diferentes opciones analógicas, ideales para almitas que se decantan por lo tangible. Disponible en vinilo y CD, el disco también puede adquirirse en casete, una alternativa que -tras décadas de vapuleo- está viviendo una etapa de renovada, inusitada popularidad. En Gran Bretaña, por ejemplo, hubo récord de ventas el pasado 2020, alcanzando su pico histórico desde 2003. Por esos pagos, “uno de los casetes que más salida tuvo fue Chromatic, de Lady Gaga, con alrededor de 15 mil copias”, aporta Fares, y agrega: “Mirá hasta qué punto el resurgimiento que, al parecer, Pioneer estaría evaluando volver a fabricar caseteras a pedido de la gente”.
Aunque, en honor a la sinceridad brutal, no fue la pereza de rebobinar la bendita cinta magnética lo que alejó a melómanos/as del encantador casete sino la sucesiva aparición de formatos que le pasaban el trapo en cuanto a relieve sonoro. ¿A qué podría deberse, entonces, su reverdecer? Considera Lau que probablemente “tenga que ver con la nostalgia. Nostalgia por tener el objeto entre tus manos, y por revivir el ritual de sentarse -librito en mano- a escuchar una obra completa, de principio a final, leer las letras, empaparse de información, apreciar el arte de la portada”. Tiempos más simples, libres de laptop y celular, que resuenan hoy más que nunca, “cuando la gente hace todo lo posible para desenchufarse, inclusive de la tecnología, de la que cada vez dependemos más”. Así concluye LF: “Hay personas que compran el casete para coleccionar, pero otras lo escuchan en su walkman. Independientemente, el formato físico -en cualquiera de sus variantes- implica un ingreso importante para Aztec. No es fácil hacer dinero de la música, menos aún para un sello independiente como el nuestro; que la gente quiera, pida vinilos, CDs o casetes nos ayuda a seguir creciendo”. Y libera, como auspicioso bonus track, de la tiranía de ciertas plataformas. “Spotify, por ejemplo, prácticamente te obliga a lanzar un sencillo por mes, para que el algoritmo te ubique en sus listas y llegues a más personas. Y aún así necesitás incontable cantidad de streams para que realmente te deje plata, sea redituable”.