El futuro de la humanidad puede cambiar. Un viernes de mediados de marzo de 2019 más de 100.000 jóvenes salieron a las calles de Milán, 40.000 hicieron lo mismo en París y 150.000 en Montreal. “¡No tenemos un planeta B!”, alertaban en una de las pancartas. “Hemos perdido el 45 % de los insectos como consecuencia del cambio climático. El 60 % de los animales han desaparecido en los últimos cincuenta años”, resumían las pérdidas en otro cartel. “¡Nuestra casa está en llamas!”, acaso la más repetida, es la frase insignia para los jóvenes que participaron en la primera huelga de estudiantes por el clima a escala global. Los libros de Naomi Klein desmontan los engranajes de un capitalismo rapaz, como lo hizo en el recordado No logo, donde expuso las míseras condiciones en que millones de operarios trabajan en el sudeste asiático para las grandes marcas de Occidente. Ahora En llamas. Un (enardecido) argumento a favor del Green New Deal (Paidós) reúne artículos, crónicas y discursos de la periodista y activista canadiense en los que demuestra cómo la urgencia de la catástrofe ambiental requiere transformaciones económicas de gran alcance.
"Nosotros somos el fuego”
No hay más excusas para evadir la responsabilidad colectiva ante el colapso climático. Claro que existen poderosos intereses, especialmente las corporaciones de combustibles fósiles, que hace décadas se dedican a financiar campañas de desinformación y confusión. Negacionistas hubo, hay y habrá, lamentablemente, como se puede comprobar ahora mismo con la pandemia de Covid-19. Klein aporta datos, información y argumentos que enlazan la lucha climática con otras luchas. “El 10% más rico de la población mundial genera casi el 50% de las emisiones globales, mientras que el 20% más rico es responsable del 70%. Pero los más pobres son los primeros y principales afectados por las consecuencias de estas emisiones, las cuales están obligando a desplazarse a cantidades cada vez más elevadas de personas (y a muchas más que están por venir)”, advierte la autora en la introducción del libro, nunca mejor titulada “Nosotros somos el fuego”. “Un estudio del Banco Mundial publicado en 2018 estima que, para 2050, más de ciento cuarenta millones de personas del África subsahariana, el sur de Asia y Latinoamérica se desplazarán a causa de las presiones del clima, una estimación que muchos consideran conservadora”, agrega la autora de La doctrina del shock, Esto lo cambia todo y Decir no no basta.
Klein recoge el eco del llamamiento a un “Plan Marshall para la Tierra”, que exigió la negociadora por el clima de Bolivia, Angélica Navarro Llanos, en su intervención el foro climático de las Naciones Unidas en 2009: “Este plan debe movilizar una transferencia financiera y tecnológica a una escala nunca vista. Debe llevar tecnología a todos los países para asegurarnos de que reducimos las emisiones a la vez que mejoramos la calidad de vida de las personas”. La periodista y activista canadiense da en el blanco cuando precisa que el cambio climático plantea un ajuste de cuentas en el terreno que más disgusta a las mentes conservadoras: el de la distribución de la riqueza. La derecha dura grita “conspiración socialista” y niega rotundamente la realidad. Anders Breivik, sociópata que abrió fuego en un campamento de verano noruego en 2011, en un apartado de su manifiesto titulado “El verde es el nuevo rojo” llama a acabar con el ecocomunismo y califica “las exigencias sobre la financiación climática de un intento de ‘castigar’ a los países europeos (Estados Unidos incluido) por el capitalismo y el éxito”.
“El hecho de que la atmósfera terrestre no es capaz de absorber de forma segura la cantidad de carbono que le estamos inyectando es un síntoma de una crisis mucho mayor, una crisis que tiene su origen en la ficción elemental en la que se apoya nuestro modelo económico: que la naturaleza es ilimitada, que siempre podremos encontrar más de lo que necesitamos y que, si algo se acaba, se puede sustituir sin problemas por otro recurso que podremos extraer eternamente”, explica Klein como si estuviera hablando con los lectores del mundo cara a cara. “La atmósfera no es lo único que hemos explotado hasta sobrepasar su capacidad de recuperación. Estamos haciendo lo mismo con los océanos, el agua dulce, la capa superior del suelo y la biodiversidad. Lo que la crisis climática cuestiona es la mentalidad extractora y expansionista que durante tanto tiempo ha gobernado nuestra relación con la naturaleza”, precisa la periodista y activista que forma parte de la junta directiva de 350.org, un movimiento internacional de acción climática, además de ser una de las promotoras del manifiesto “Dar el salto”, una declaración en favor de una reestructuración rápida y justa que ponga fin al uso de combustibles fósiles.
En uno de los artículos del libro, Klein esboza un programa de seis puntos. Lo primero que destaca es la necesidad de reinventar la esfera pública. El cambio climático es un problema colectivo que requiere de una acción colectiva. “Uno de los ámbitos en los que dicha acción colectiva debe llevarse a cabo es el de las grandes inversiones diseñadas para reducir las emisiones a escala masiva. Y esto significa redes de metros, tranvías y trenes ligeros que no solo lleguen a todas partes, sino que sean asequibles para todo el mundo, incluso tal vez gratuitos; viviendas económicas de eficiencia energética alrededor de las líneas de transporte; redes eléctricas que transporten energía renovable, y un trabajo de investigación masivo para asegurarnos de que estamos usando los mejores métodos posibles”. El segundo aspecto es recuperar un arte que ha sido vilipendiado sin tregua a lo largo de décadas de fundamentalismo de mercado: la planificación; estructurar la economía pensando en las prioridades colectivas y no en la rentabilidad corporativa. La tercera cuestión es el control a las corporaciones, que iría en la línea de prohibir los comportamientos que sean peligrosos y destructivos. El cuarto aspecto es relocalizar la producción.
El quinto punto consiste en terminar con el culto a las compras. “Una crisis ecológica cuyas raíces se encuentra en el consumo excesivo de los recursos naturales no se puede abordar solo desde la optimización de la eficiencia de las economías, sino que también depende de la reducción del volumen de objetos materiales que consumen el 20% de las personas más ricas del planeta –subraya Klein-. Pero esta idea es un anatema para las grandes corporaciones que dominan la economía global, que a su vez están controladas por inversores poco comprometidos que exigen unos beneficios más elevados años tras año. Así las cosas, nos encontramos atascados en un insostenible aprieto en el que, en palabras de (Tim) Jackson, o bien ‘destruimos el sistema o destrozamos el planeta’”. La periodista y activista propone que “la única salida” es una transición gestionada hacia otro paradigma económico. El sexto punto reside en cobrar impuestos a los ricos. “Hay que imponer impuestos al carbón y a la especulación financiera; hay que subir los impuestos a las corporaciones y a los ricos; recortar los inflados presupuestos de los ejércitos y eliminar los absurdos subsidios para la industria de los combustibles fósiles (veinte mil millones de dólares al año solo en Estados Unidos)”, propone Klein y añade que de igual forma que se ha obligado a las tabacaleras a sumir los costos derivados de ayudar a la gente a dejar de fumar “ya es hora de que el principio ‘contaminador-pagador’ se aplique al cambio climático.
Ojos que no ven
Nunca falta material para debatir con Klein. Ella se encarga, con una claridad meridiana, de iluminar los pliegues de nuestras contradicciones. Los contaminantes del clima son invisibles a los ojos. “Cuando publiqué No logo a principios de este siglo, los lectores se quedaron estupefactos al descubrir las condiciones abusivas bajo las que se fabricaban sus prendas y aparatos electrónicos. Pero, desde entonces, la mayoría hemos aprendido a vivir con ello; no es que lo aprobemos exactamente, pero sí vivimos en un estado de olvido permanente en cuanto a los costos que supone nuestro consumo en el mundo real. Los ‘afuera’ de esas fábricas casi han caído en el olvido por completo”, recuerda la periodista y activista canadiense. “El aire es lo más invisible de todo, y los gases de efecto invernadero que lo calientan son los fantasmas más esquivos. Al habernos olvidado del aire (…) lo hemos convertido en nuestra alcantarilla, ‘el vertedero perfecto para los productos secundarios de nuestras industrias’. Incluso el humo más opaco y acre que escupen las chimeneas se disipará y se dispersará, siempre para terminar disolviéndose en lo invisible”.
Cuando se habla de “empleos verdes”, Klein aclara que el imaginario establece que es un trabajador con un casco montando una placa solar. Este es un tipo de empleo verde, pero existen otros trabajos que ya de por sí tienen bajas emisiones de carbono. “Cuidar a las personas mayores y a los enfermos no quema mucho carbono. Hacer arte no quema mucho carbono. Enseñar a los niños es bajo en emisiones. Las guarderías son bajas en emisiones. Y, sin embargo, estos trabajos, realizados en su abrumadora mayoría por mujeres, tienden a estar infravalorados y mal pagados, y con frecuencia son objeto de recortes por parte de la Administración pública”, amplifica la autora el concepto de “empleo verde”.
Hacia el final de En llamas, Klein incluye más argumentos por los cuales el Green New Deal tiene la posibilidad de salir airoso. Este Nuevo Pacto Verde se inspira en el New Deal de Franklin Delano Roosevelt, el cual ofrecía una respuesta a la pobreza y al colapso provocados por la Gran Depresión a través de una serie de políticas e inversiones públicas. El Green New Deal “creará muchos puestos de trabajo” y la periodista y activista canadiense ejemplifica que según el Informe sobre Energía y Empleo de Estados Unidos, los puestos de trabajo en energía eólica y solar, eficiencia energética y otros sectores de energía limpia superaban en número a los empleos en la industria de los combustibles fósiles en una proporción de tres a uno en 2018. La pregunta acerca de cómo financiar este Nuevo Pacto puede tener varias respuestas. Según Naciones Unidas, gravar a los milmillonarios con un impuesto de tan solo un 1% permitiría recaudar 45.000 millones de dólares anuales en todo el mundo, por no hablar del dinero que podría recaudarse si se hiciera un esfuerzo a escala internacional para acabar con los paraísos fiscales –sugiere Klein-. Según James S. Henry, asesor principal de la Red para Justicia Fiscal –una coalición independiente con sede en el Reino Unido-, en 2015 se estimaba que la riqueza financiera privada oculta en los paraísos fiscales de todo el mundo se situaba entre los 24 y los 36 billones de dólares. Acabar con algunos de dichos paraísos contribuiría en gran medida a cubrir el precio de la transición industrial que tanto necesitamos”.
Los científicos han dicho que el mundo tiene que lograr el objetivo de reducir las emisiones netas a cero para 2050. Por una cuestión de justicia Klein afirma que en los países ricos que han llegado a serlo contaminando de forma ilimitada la descarbonización debe producirse con mayor rapidez a fin de que en los países más pobres, donde la mayoría de la población todavía carece de elementos tan básicos como el agua potable y la electricidad, la transición pueda ser más gradual. “Uno de los problemas del Green New Deal es que, al vincular la acción climática a tantos otros objetivos políticos progresistas, los conservadores se mostrarán más convencidos de que en realidad el calentamiento global no es más que un complot para colar subrepticiamente el socialismo en la política, de modo que la polarización política se intensificará” anticipa la periodista y activista canadiense. “No hay duda de que en Washington los republicanos seguirán pintando el Green New Deal como una receta para convertir Estados Unidos en Venezuela; de eso podemos estar seguros. Pero esa inquietud pasa por alto uno de los mayores beneficios de abordar la emergencia climática como un vasto proyecto de infraestructura y regeneración de la tierra: nada cura más deprisa las divisiones ideológicas que un proyecto concreto que aporte empleos y recursos a las comunidades perjudicadas”.
El reto climático nos interpela. Klein postula que con la misma certeza con la que se sabe que los glaciares se derriten y las capas de hielo se desintegran “la ideología de libre mercado se está desvaneciendo” y que en su lugar está surgiendo “una nueva visión de lo que la humanidad puede llegar a ser”. La periodista y activista invita, en un mismo movimiento, a la reflexión y a la acción: “Cuando el futuro de la vida está en juego, no hay nada que no podamos lograr”.
Greta Thunberg y la supervivencia
Desde el título de su último libro, Naomi Klein (Montreal, 1970) le hace un guiño a la joven sueca Greta Thunberg. A los ocho años, Greta leyó libros y vio documentales sobre el colapso de las especies y el derretimiento de los glaciares. Pronto se dio cuenta de que el uso de combustibles fósiles y la alimentación basada en la carne desempeñan un papel crucial en la desestabilización planetaria. En agosto de 2018 fue al Parlamento de Suecia y acampó en la puerta con un cartel pintado a mano que rezaba: “En huelga escolar por el clima”. Volvió un viernes tras otro. Al principio, como recuerda Klein, fue ignorada por completo, “como si se tratara de una incómoda mendiga”. Pero su quijotesca protesta se granjeó la atención mediática y otros estudiantes y adultos empezaron a acudir con sus propias pancartas. A los poderosos de Davos les dijo: “Quiero que actúen como si la casa estuviera en llamas, porque lo está”. Greta explica su accionar: “Si las emisiones deben cesar, entonces debemos conseguir que las emisiones cesen. Para mí, es o blanco o negro. No hay zonas grises cuando se trata de la supervivencia”.