¿Qué tiene en común la reacción de las adolescentes que cortan el rostro de su compañera “por ser linda”, los fenómenos de bullying y la violencia creciente y sin freno del hombre contra la mujer, con la “adultización” de los niños y adolescentes, con la aceleración de la maduración cerebral de los bebés y, con la cantidad de niños genios que hay en el mundo? ¿Qué tiene que ver todo lo anterior con la cantidad de niños cada vez más pequeños medicados luego de ser diagnosticados con nuevas sintomatologías psíquicas, como las dificultades de concentración e hiperactividad, el mutismo selectivo, las conductas negativistas y desafiantes, las conductas compulsivas y obsesivas, los llamados trastornos del espectro autista o la bipolaridad? ¿Qué conexión tiene todo esto con la vulnerabilidad de los adolescentes que se fugan de su hogar, que se suicidan por situaciones de bullying o que se tiran desde un cuarto piso por ser amonestados en la escuela), o que para ganar el desafío de no respirar de un juego de internet deciden ahorcarse frente a la pantalla, y a sus amigos (Minuto uno.com, 2016)?
Todas estas situaciones emergen en un contexto dominado por el mercado de consumo y los medios masivos de comunicación, por el predominio del capital financiero y del neoliberalismo como modelo económico cada vez más excluyente, donde el uno por ciento de la población es dueña de más la mitad de la riqueza del mundo mientras cientos de miles de inmigrantes desesperados tratan de cruzar el océano en barcazas o el desierto en camiones para sobrevivir y son dejados morir por los más civilizados gobiernos europeos.
Los rasgos de violencia, extrema violencia, dificultad del acceso al afuera, de narcisismo y egocentrismo, de prematurez y extraordinaria capacidad intelectual y de comprensión, pero también de rigidez y fanatismo, de dificultad de percibir, aceptar e integrar al otro como alguien diferente, de incapacidad para tolerar la frustración, de hiperexigencia, de falta de represión y límites, de extrema vulnerabilidad, encuentran una base estructural de sustentación o facilitación, una condición de posibilidad en la interacción del contexto cada vez más excluyente con un cambio psíquico estructural de profundas consecuencias en la subjetividad que es todavía desconocido en el ámbito social, al cual hemos denominado “simetría del niño con el adulto”.
Este fenómeno se define como un cambio en las características de la primera identificación del niño con sus padres, de esa especie de imprinting que compartimos con los animales. Ahora el niño se mimetiza masivamente con sus padres, se confunde con ellos, con su lugar y con sus historias, los copia como si estuviera frente a un espejo sin que interfiera el proceso de represión que existía hasta hace medio siglo. A partir de los años setenta, el cuestionamiento al modelo autoritario producido en el mundo ha erradicado el miedo y la distancia vigentes en las anteriores formas de crianza que impedían este tipo de mimetización masiva.
Se habla permanentemente del déficit de los padres para contener y poner límites a sus hijos, dificultad que efectivamente existe y está sumamente extendida, pero todavía no se conoce hasta qué punto ha cambiado la mente de los niños, en general, y en qué aspectos es diferente la subjetividad actual respecto al modelo de niño conocido.
Ya no se trata de identificarse con algunos rasgos de los padres como siempre ocurrió, sino también de mimetizarse masivamente con ellos, con su lugar y sus historias. Por eso se ha perdido el carácter lúdico de imitación que siempre existió, el niño ya no juega a ser un adulto sino que cree ser un adulto, se confunde con el adulto. La simetría no se advierte solamente en la forma de hablar, pensar y actuar adultizada de los niños sino que los afecta en muchísimos otros aspectos como por ejemplo, en la autoexigencia o sobreexigencia desmedida con que se juzgan a sí mismos o a los demás; en el enojo con que reaccionan ante la palabra y especialmente a la insistencia del adulto, ya que se sienten desvalorizados o humillados en su posición de paridad y saber; en una gran intolerancia a la frustración, ya que deberían poderlo todo; en la literalidad con que se toma la palabra del otro, lo que provoca reacciones de violencia; en la necesidad permanente de confirmación por parte de los otros, etc.
En la simetría, como no se perciben con claridad las diferencias, se trata al otro como si formara parte de un todo con uno mismo, con las múltiples consecuencias que esta falta de individuación y diferenciación generan, especialmente en el desencadenamiento de reacciones de violencia como las que aparecen cada vez más contra las mujeres y, sobre todo, en parejas jóvenes. También a esto se debe, en parte, el aumento en Argentina y el mundo de episodios de abuso infantil, paradigma de la imposibilidad de registrar al otro como diferente y no como objeto a disposición. Por otra parte, la simetría les permite a los niños y jóvenes captar información casi sin límites sobre lo que les interesa. Es tarea del adulto potenciar lo mejor de la simetría, que es la capacidad de comprensión que existe en los niños y jóvenes cuando se captura su atención, se pide su colaboración, es decir cuando el mensaje está formulado con respeto, firmeza y afecto. Es tarea del adulto enseñarles a responsabilizarse sin necesidad de apelar a órdenes o castigos. Y, sobre todas las cosas, es tarea del adulto ayudarlos a recuperar su lugar de hijos para aliviar esa soledad interior, esa autoexigencia desmedida, esa intolerancia a la frustración y autosuficiencia imaginaria, esa mimetización masiva con historias que no son propias y que provoca múltiples sufrimientos en las nuevas subjetividades.
Neoliberalismo y paridad psíquica. Es interesante pensar cómo el pasaje a la posmodernidad y al neoliberalismo como modelo hegemónico coincidió con el abandono, por parte de los Estados Unidos, en 1971, del patrón oro como respaldo del dólar, que había sido instalado después de la segunda guerra mundial como regulador del mercado mundial. Esto significó el triunfo del capital financiero, o sea un capital especulativo, que acumula riquezas independientemente del nivel de producción y la consolidación de una nación por encima de las otras, con un poder arbitrario no regido por ninguna otra ley. Este hecho se podría asociar con el concepto junguiano de sincronicidad (Jung, 2004), ya que al mismo tiempo que era expulsada una ley que regía a los países por igual y un país quedó colocado en el lugar de la ley, se producía en la subjetividad la expulsión del principio de autoridad y comenzaba a instalarse la paridad psíquica entre los hijos y sus padres.
Sabemos por Freud que la expulsión de la ley y la “colocación de un sujeto en el lugar de la ley” generan las bases para una estructura psicótica. La personalidad normal actual, nacida bajo la expulsión del principio de autoridad y los efectos del predominio del capital financiero como un poder no regulado, que se impone a los otros, entre otros factores macroestructurantes, da lugar a numerosos rasgos de personalidad similares a los descriptos por el psicoanálisis como pertenecientes a una estructura psicótica: expulsión del límite, literalidad o pérdida del carácter metafórico de las palabras que son tomadas como cosas, predominio de un pensamiento concreto, falta de duda, certeza en las propias convicciones, vuelta a través de lo real –como se observa a través de los ataques de pánico–, somatizaciones múltiples, etc.
Nuevos padecimientos psíquicos en la infancia. La copia masiva incluye la mimetización con rasgos semejantes (a veces menos intensos) de sus padres y/o abuelos, y la transmisión de padres a hijos de situaciones traumáticas no elaboradas por ellos o por generaciones anteriores. Este factor mimético y transgeneracional nos permite entender la enorme y creciente cantidad de niños y jóvenes afectados por nuevas sintomatologías que se advierten cada vez más frecuentemente en niños cada vez más pequeños. Nos referimos a aquellas catalogadas desde el DSM IV y 5 como “trastornos” –el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, los trastornos de ansiedad, los trastornos del espectro autista, el trastorno negativista desafiante–, la creciente supuesta “bipolaridad” y las depresiones en la infancia, entre otras muchas.
Más allá de la ostensible tendencia a la patologización y sobremedicación de la infancia, cuyos mayores beneficiarios son los laboratorios internacionales, en especial los productores de metilfenidato, es altamente llamativo y sin explicación coherente hasta el momento el fenómeno de la proliferación y aumento sistemático de las nuevas problemáticas psíquicas en la infancia y la adolescencia, y especialmente su prematurez.
Por ejemplo, una de las más alarmantes noticias es la cantidad de niños estadounidenses menores de dos años medicados con antipsicóticos y antidepresivos. Una noticia escalofriante, proveniente del periódico estadounidense New York Times International Weekly, revela que “en 2014 se elaboraron casi 20 mil recetas de Risperidona, Quetiapina y otros medicamentos antipsicóticos para niños de 2 años y menores, un aumento casi del 50 por ciento en relación con las 13 mil del año anterior, según informa la IMS Health, compañía de datos relacionados con recetas. Las recetas del antidepresivo Fluoxetina (Prozac) aumentaron un 23 por ciento en un año para ese grupo de edad, a alrededor de 83 mil”.
Asimismo, encontramos en todo el mundo porcentajes crecientes de niños medicados por el trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad.
Una vez más nos interesa señalar que, más allá de que cada vez se presentan cuadros de mayor gravedad y se multiplica la cantidad de niños que evidencian este tipo de sintomatologías, no se conocen hipótesis acerca de las razones de este crecimiento, salvo el reduccionismo a una cuestión genética.
Simetría y transmisión transgeneracional. Sin duda la expresión genética se modifica ante lo ambiental, pero encontrar un gen presente en un alto porcentaje de niños con estas patologías no excluye ni agota el misterio de por qué aumentan de la manera que lo hacen este tipo de sintomatologías. La mayoría de niños y jóvenes que las presentan no muestran situaciones traumáticas propias, sino que por el contrario ponen de manifiesto la mimetización y la identificación masiva con situaciones traumáticas que han vivido sus padres, abuelos o generaciones anteriores.
El planteo es que, más allá de los fuertes intentos de patologización de la infancia, del reduccionismo de todo padecimiento psíquico a una cuestión biológica en beneficio de los grandes laboratorios, y de la peligrosidad extrema de administrar medicamentos psiquiátricos a niños pequeños, la gran cantidad y el crecimiento permanente de consultas y síntomas que afectan a niños y jóvenes, y sobre todo la prematurez de esos síntomas, nos tienen que hacer pensar que no se originan solamente en cuestiones biológicas, o en fallas de los padres para poner límites a sus hijos y sostener su lugar de autoridad, o que son efecto de las nuevas tecnologías o del mercado de consumo. Podemos afirmar que estamos en presencia de un cambio psíquico estructural que en su interacción con el contexto potencian fuertemente estas nuevas sintomatologías. Nuestra hipótesis es que esta transmisión transgeneracional aparece con mucha más claridad y posibilidad de expresión que en generaciones anteriores a partir del cambio que introduce la simetría en los vínculos familiares, ya que con sus síntomas, los niños ponen en evidencia la mimetización con historias y situaciones traumáticas no elaboradas por padres y ancestros. Y que estos síntomas podrían trabajarse y resolverse a través de la recuperación de la posición de hijos y la “devolución” a los padres de aquello que les corresponde.
Lo no elaborado por los padres y eludido a través de los mecanismos de desconexión emocional aparece en los hijos sin inhibición ni censura, como si fuera una tragedia en dos actos, y genera un sufrimiento y una patología muy difícil de revertir si no se contempla un abordaje vincular transgeneracional porque no pertenece a una vivencia propia sino ajena. El inconsciente, a través de la compulsión a la repetición, produce sus efectos no solamente sobre la vida de cada sujeto como todos conocemos, sino que también se traslada a través de las generaciones de inconsciente a inconsciente.
* Licenciada en Psicología y Sociología (UBA). Psicóloga social y psicodramatista. Texto extraído de “Cómo sienten y piensan los niños hoy. Investigación sobre la simetría del niño con el adulto. Recursos para la crianza, la educación y la clínica de niños y jóvenes” (Editorial Noveduc), que se presenta mañana a las 20.30 en la Feria del Libro, Sala Javier Villafañe, Pabellón Amarillo.