Delia Giovanola habla tranquila, sigue el pulso de sus recuerdos acomodándose en fila en su cabeza para ser compartidos. Despacito, pero claros, firmes, sin dudas, van a apareciendo nombres, fechas, lugares. El departamento de La Plata donde vivía su hijo Jorge Ogando, su nuera Stella Maris Montesano y su nieta Virginia. Un llamado telefónico recibido en la soledad de la dirección de la escuela donde trabajaba, en San Martín, con la “peor” noticia. El nacimiento de su nieto Martín durante el cautiverio de sus padres. Su apropiación. La búsqueda que emprendió ella en el marco de Abuelas de Plaza de Mayo, institución de la que es miembro fundadora; la búsqueda que, años después, impulsó Virginia. Su hallazgo y restitución, 38 años después. “Nunca pensé que esto duraría para siempre”, aseguró Giovanola en el marco de su testimonio en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos que funcionaron en las brigadas de investigación policial de Banfield, Quilmes y Lanús durante la última dictadura cívico militar eclesiástica.
Es el segundo testimonio que Giovanola ofrece en el marco de un juicio de lesa humanidad. La primera vez fue en el debate oral y público por el plan sistemático de apropiación de bebés durante el terrorismo de Estado, en 2011.
Ahora, su experiencia, los 45 años de resistencia, de búsqueda y de lucha es una ficha del rompecabezas del terror que tuvo lugar en el Pozo de Banfield, donde estuvieron secuestrados su hijo, su nuera y su nieto, desde que nació hasta que fue entregado a su familia apropiadora.
Un testimonio dedicado a Virginia
“Antes de comenzar quiero decir que me siento acompañada por mi nieta Virginia. Está conmigo en todo momento, estuvo conmigo durante 35 años acompañándome en todo lo que ocurrió desde el 16 de octubre de ‘76 hasta que falleció, como una víctima más de este genocidio”, inauguró su testimonio.
Virginia, la nena que tenía tres años cuando se llevaron a su papá y a su mamá, embarazada de 8 meses, y dejaron durmiendo en su cuna aquella noche de octubre, fue criada por Delia y su abuelo paterno, Pablo Califano --el segundo marido de Delia--; creció “sin hablar de lo que había vivido”, aunque “por dentro le pasaban cosas”, aseguró su abuela.
A sus 18 años tuvo “la necesidad” de emprender la búsqueda de su hermano de manera personal. Y lo hizo por cuanto medio estuvo a su alcance: programas de televisión, carteles callejeros, internet. Recibió la ayuda de sus compañeres de trabajo en Banco Provincia --ocupó el puesto que su papá ejerció hasta que fue secuestrado-. Se suicidó en 2011.
Víctimas del genocidio
La primera pregunta que le hicieron a Delia en el marco del testimonio que ofreció esta mañana vía teleconferencia ante el Tribunal Oral Federal número 1 de La Plata quiso saber quiénes de sus seres queridos fueron víctimas de la última dictadura cívico militar. “Mi único hijo, Jorge Oscar Ogando, de 29 años, empleado del Banco Provincia, y mi nuera, Stella Maris Montesano, 27 años, abogada”, respondió. Hacia el final de su exposición, ampliaría esa reflexión: “Fueron 30 mil las víctimas”.
Los secuestraron la noche del 16 de octubre de 1976, se los llevaron desde un departamento en donde vivían en La Plata. Allí vivían con otra persona, un joven sobre quien Stella Maris le contó a Delia que “un día se había ido y no había vuelto”. “Ella tenía miedo, yo le dije que era para mejor, que mejor estuviera el matrimonio solo. Que ingenua”, aclaró Giovanola.
Entonces, Delia era maestra, dirigía una escuela en San Martín. “Vivía una vida totalmente tranquila” que, a partir del secuestro de su hijo y su nuera, “cambió totalmente”, aseguró. Recibió la noticia del secuestro una mañana. La llamó Liliana, la hermana melliza de Stella Maris, a la escuela. Recordó: “Estaba sola en la dirección. Comencé a los gritos a preguntar que cómo, que cuándo, que dónde estaba Virginia. No tenía la menor idea de lo que estaba ocurriendo”.
Ella y su marido se terminaron llevando a Virginia a San Martín a vivir con ellos. Antes intentó recopilar información en La Plata sobre lo que había sucedido. “No obtuve ningún dato”, sostuvo, y describió que aún tenía esperanzas. “Nunca pensé que esto iba a ser para siempre. Pensé que como Stella estaba embarazada de 8 meses la iban a liberar rápidamente. No pensé que iba a ser para siempre y que nunca más”.
La búsqueda desde Madres y Abuelas
A fines de noviembre, una mujer que se llamaba Adela la invitó a ir a Plaza de Mayo, que había “otras madres” como ella que buscaban a sus hijos. En un principio dudó, pero una semanas después se sumó. Conoció a Azucena Villaflor y al resto. Se sumó. “Aprendimos a hacer habeas corpus, habré presentado unos 40 para pedir por mi hijo, por mi nuera. Nunca tuve ninguna respuesta, ni a favor ni en contra. Hicimos cualquier intento para buscarlos. Ninguna tuvo ningún resultado”, aseguró. Meses después, participó de la fundación de Abuelas de Plaza de Mayo: “Yo nací de Madres para ser una Abuela”.
Contó que, al principio, la búsqueda de nietos y nietas era similar a la de hijos e hijas porque “no había un manual ni libre que dijera cómo buscar a un hijo, a un nieto, así que hacíamos todo lo que se nos ocurría”, dijo. Y recordó que “durante aquellos tiempos teníamos las esperanzas de que los iban a liberar, de que nos los iban a devolver”.
Las empezaron a perder cuando se entrevistaron con Robert Cox, el director del diario Buenos Aires Herald, quien entonces les dijo que “la suerte de las embarazadas estaba sellada desde el momento en que las llevaron ya que no iban a poder liberarlas sin sus bebés”. El recuerdo siguió: “También nos dijo que le constaba que en el Ejército, la Marina y la Aeronáutica tenía listas de matrimonios sin hijos que estaban esperando el nacimiento de las embarazadas. Que visitaban a las embarazadas para ver qué clase de hijos tendrían y elegir, que esperaban a que tal embarazada diera a luz para quedarse con el bebé”. “Nos dolió muchísimo”, recordó Delia, “fue cuando supimos que no nos lo iban a entregar, que se los iban a apropiar”.
El nacimiento de Martín
Delia Giovanola declaró que el primer dato que tuvo del nacimiento de Martín fue en 1978, en la “cola que hacían los familiares de desaparecidos para denunciar ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos”. Allí, una mujer que la conocía de la docencia, le dijo que sabía de una sobreviviente del Pozo de Banfield que había estado secuestrada con Stella Maris, que había parido en cautiverio a un varón: Alicia Carminatti.
Con Alicia se vio, por primera vez, tras el final de la dictadura. Con miedo, acudió a un encuentro en un bar del que hoy no recordó el nombre. Carminatti había sido secuestrada junto a su papá en un operativo de una patota de la bonaerense que buscaba, en realidad, a su hermano. A ella y a su papá los llevaron al Pozo de Banfield. A ella la ubicaron en la celda donde estaba Stella Maris. A su papá, con Jorge. En esa charla supo que Martín había nacido el 5 de diciembre de 1976, en la cocina del Pozo de Banfield, sobre una puerta de metal. Alicia también le contó que lo único que pudo guardar de su bebé, Stella Maris, fue el cordón umbilical y que con la ayuda de compañeros y compañeras de otras celdas le llegó hasta Jorge, con el mensaje de que “hiciera de cuenta que había nacido Virginia, que el bebé era igual”.
Delia también supo que Stella Maris tuvo a su hijo con ella unos días, que luego la llevaron a su celda, sin Martín. “Que ella gritó y pataleó, que un guardia le dijo que ese no era lugar para un recién nacido, que tenía que estar con su familia. Martín volvió con su familia más de 30 años después”, remarcó Delia. El 5 de noviembre de 2015, Abuelas de Plaza de Mayo anunció su hallazgo y la restitución de su identidad. Desde entonces, abuela y nieto construyen el vínculo durante décadas negado.
“Quiero reiterar mi pedido de juicio y castigo para los responsables, en cárcel común. Por la desaparición de mi hijo y de mi nuera, por la apropiación de mi nieto y la muerte de mi nieta. Porque la búsqueda de Martín le costó la vida a Virginia”, culminó su testimonio.