Presuntuosa marca identitaria o sencillo ejercicio de nostalgia, la imagen del estado de WhatsApp de Marcelo Nisinman muestra tres costillares haciéndose a la llama. Algo así como un tribunal inapelable, que con intimidación culinaria sanciona una proveniencia precisa. Más complejo –y mejor que así sea– es lo que sucede con la música del bandoneonista y compositor, que empeñada en extender y actualizar las atávicas mezclas y las derivas históricas del tango, entra y sale de los laberintos de épocas y latitudes para lograr un sonido personal. Conectado desde Basilea, en Suiza, donde vive desde hace veinte años y desde donde proyecta su trabajo hacia toda Europa, Nisinman conversa con Página/12. Como cualquier charla de estos tiempos, de manera natural surge el tema de “la puta pandemia”, aunque con voz relajada Nisinman cuenta que en Suiza, por estos días, protocolos sanitarios mediante, se empiezan a abrir algunos espacios y con ellos la posibilidad de salir a tocar. Aunque destaca que actualmente su actividad principal es la composición, inevitablemente el bandoneón atraviesa su música.
Generación Cortázar, el trabajo ideado e impulsado por Facundo Agudín y la Orchestre Musique des Lumiers, incluye una obra para bandoneón y orquesta de cámara de Nisniman. Tercera generación, se llama. En este disco, que ya navega por las plataformas (editado por el sello Ibs Classical), el flechazo cortazariano se completa con composiciones de Julio Viera y Pablo Ortiz. Nisinman aparece además como bandoneón solista.
Hace algunos meses salió también Der Makabere Zirkus (El circo macabro), un disco en trío con el guitarrista italiano Alberto Mesirca en guitarra y el contrabajista alemán Winfried Holzenkamp, en el que conviven obras propias, tangos clásicos y músicas de Bach y Buxtehude. “Es imposible no pensar y desarrollar al tango como algo de carácter universal”, sostiene Nisinman. En esa amplitud, no pierde de vista el horizonte de su propio acento y se mueve con la ductilidad que le da el conocimiento profundo de su instrumento -que estudió con Julio Pane-, su trato frecuente con las raíces del tango y el estudio de la música académica europea, que comenzó en Buenos Aires con Guillermo Graetzer y continuó en la Academia de Basiela con Devet Müller-Siemens. “Digamos que con el trío hablo en lunfardo y con la orquesta en alemán”, resume Nisinman.
En ese universo elabora diferencias, el respiro sinfónico de Tercera generación resulta atrapante. Inspirada en unos versos de “Noticias del mes de Mayo”, (“mientras dure la máscara/ todos somos judíos alemanes/ mientras los presupuestos/ alimenten ejércitos/ todos somos judíos alemanes/ mientras dividan la ciudad/ Todos somos judíos alemanes”) una parte de Último round (1969), la obra se articula en cinco momentos, que sin solución de continuidad enuncian un clima agobiante, entre arrebatos rítmicos e instantes de tensa quietud.
Con su particular color, el bandoneón entra y sale de la bien elaborada trama orquestal. “En esta obra la conexión con el tango es muy fuerte, en particular desde el punto de vista tímbrico, pero hay también momentos elaborados a través de escalas de la música judía del este de Europa”, comenta Nisinman. “Los versos de Cortázar me rondaron en todo momento durante la composición, pero no me impidieron tomar otras direcciones”, advierte también.
Generación Cortázar es la continuidad de Nuevo tango Nuevo, un proyecto surgido en 2011 en torno a la excelente Orchestre Musique des Lumiers, en el que Facundo Agudín, su director artístico, reunió a los mismos compositores para trazar coordenadas novedosas para un tango con posibilidades sinfónicas. Tangos para no bailar era el subtítulo de aquel disco que ahora, sin abandonar la referencia al género ciudadano, refuerza el concepto con Cortázar como estímulo. “Fue Facundo el que nos contagió su entusiasmo por Cortázar y fue una gran idea. Para mí fue una buena oportunidad para acercarme más a su obra. Además, conocer el amor que Cortázar tenía por la música de Buenos Aires, por el tango, por el bandoneón, fue muy estimulante. Hay una relación muy directa entre lo urbano y la literatura de Cortázar y busqué por ese lado”, explica Nisinman.
"Rocamadour", de Ortiz, y "La noche boca arriba" de Viera, completan la trilogía de Generación Cortázar. La obra de Ortiz, un candombe asintomático inspirado en la “carta de la Maga” de Rayuela (1963), despliega una especie de minimalismo de rostro humano, que con comentarios de marimba atraviesa claroscuros que nunca terminan de iluminarse.
Julio Viera elabora un poderoso melólogo sobre el cuento “La noche boca arriba”, parte de Final de juego (1955), que incluye bandoneón a cargo del mismo Nisinman. Con sensibilidad maestra y dominio tímbrico, diseña una topografía sonora del cuento, que como fondo o figura alterna los espacios con el relato en la voz de Lisandro Abadie. “Somos tres compositores que vivimos en lugares distintos, con experiencias y formaciones distintas. En esa variedad hay una unidad muy interesante. Nuestros mundos personales están unidos por la idea central de buscar nuevos horizontes sinfónicos en el tango”, señala Nisinman.
–¿Cambia esa actitud de búsqueda con el trío?
–El trío es más pequeño y la relación con la música es más inmediata. Ahí la esencia está a mano, por eso puedo relacionarme con el tango más tradicional. La orquesta, en cambio, es otro idioma y hay que traducir el tango a ese lenguaje, eso implica una operación que no deja de ser válida estéticamente y resulta muy estimulante.
–¿Cómo sintetizás en tu estilo la tarea del arreglador, el compositor y el intérprete?
–La cabeza del compositor es muy diferente a la del intérprete, por eso cuando tengo que tocar mi propia música es como si tocase la música de otro. Por otro lado entiendo que arreglar es componer, entrar en el mundo del compositor y revolverlo. En la tradición del tango la figura del arreglador es determinante. En el arreglo se depositaba buena parte de la identidad de una orquesta y era poco probable que orquesta distintas tocaran el mismo arreglo.
–¿Qué influencias te ayudan a escribir tango hoy y buscar un lenguaje personal después de Piazzolla?
–Cada generación vive situaciones diferentes y se forma de maneras diferentes. Por lo tanto en la naturalidad ya hay un lenguaje personal. Se trata de leer la propia experiencia. Uno es lo que aprendió, lo que lo emociona y eso se nota en la música que hace. No se puede ser lo que no se es. Piazzolla mostró su tiempo, yo nací cincuenta años después.