Es una verdad universalmente admitida que, a causa del enclaustramiento inevitable, cantidad de mortales se volcaron a los fogones este último año y piquito. Quienes hayan agotado ideas y consideren arrimarse a la cocina de otras épocas, específicamente los tiempos de la Regencia inglesa, podrán intentarlo a partir del mes próximo, cuando se edite en Gran Bretaña Martha Lloyd’s Household Book. Un libro que hará las delicias de cualquier persona aficionada a la deslumbrante Jane Austen, en tanto permitirá cotillear qué platos engullía esta autora de culto y su familia. Sucede que Martha Lloyd fue una de sus mejores amigas, y durante muchos años, vivieron juntas. Mientras Jane despuntaba el vicio de la escritura, Martha se entregaba al suyo propio: compilar las recetas de lo que se preparaba intramuros. Por caso, un posible favorito de Austen, el modesto y accesible tostado, que Lloyd recomienda para ocasiones de brindis, presentado en monona bandeja, confeccionado tras “rallar el queso, agregarle un huevo, una cucharadita de mostaza y un poco de mantequilla”.
La historiadora culinaria Julienne Gehrer, editora del venidero libro (publicado por Bodleian Library Publishing , para más info), arriesga otro “candidato como probable predilecto”: la sopa blanca, que es mencionada en Orgullo y prejuicio por Charles Bingley, al prometer organizar un baile por todo lo alto nomás estén listas suficientes raciones del mentado sopicaldo. Siguiendo las instrucciones de Lloyd, se obtiene del siguiente modo: “Haga una salsa con cualquier tipo de carne. Sume las yemas de cuatro huevos hervidos, bien picadas. Incorpore 50 gramos de almendras machacadas, y tanta crema como sea necesaria para que le dé un buen color”. Atenta además a las gargantas sequita, entre su centenar de recetas de puño y letra, habemus medidas para la que es tenida como una de las bebidas alcohólicas más antigua de la humanidad; es decir, la hidromiel: “Por cada galón (aproximadamente 4 litros y medio) de agua, 2 kilos de miel”. Dejando fermentar unos cuantos días, claro que sí.
“Los household books, o libros para el hogar, eran esencialmente el Google del siglo XVIII para las mujeres que administraban las tareas de la casa. Algo a lo que la propia Austen le rehuía; de hecho, en una ocasión, menciona por carta ‘los tormentos de los budines de arroz y las albóndigas de manzana’”, cuenta Gehrer en charla con The Guardian. Señala también que el libro escrito a mano por Lloyd no solo incluía modos de preparar diferentes platos (desde curry y vinagre de frambuesa, hasta syllabub batido, postre tradicional inglés que suele hacerse con leche entera o nata condimentada con azúcar, ligeramente cortada con vino): también coleccionaba supuestas curas caseras para lo que venga a la mente, sea tuberculosis, labios ajados, la mordedura de un perro rabioso…
Hay que aclarar que el recetario de Lloyd ya se había publicado -al menos, parcialmente- en décadas pasadas. Existe, por ejemplo, A Jane Austen Household Book, de Peggy Hickman, del ’77; y a mediados de los 90s, salió The Jane Austen Cookbook, de Maggie Black y Deirdre Le Faye. Aclara Gehrer, sin embargo, que la inminente versión tiene una particularidad que lo diferencia de sus antecesores: “Es la primera edición facsímil, a color, que muestra las páginas manchadas por uso y abuso”.
Como encantador bonus, está presente una receta escrita por mamá Austen (al igual que la hermana de Jane, se llamaba Cassandra), para “una muy buena salsa blanca para pescado hervido”. También el aporte culinario de Francis, su hijo, con una propuesta para acompañar la pesca del día: “Tomar dos cabezas de ajo, cortar cada diente en mitades. Agregar un pellizco de pimienta de cayena, dos cucharadas de soja india, dos onzas de kétchup de nuez o pepinillo. Colocar la mezcla en una botella de litro, rellenar con vinagre frío. Cerrar con corcho y agitar bien: estará apto para consumo en un mes, y se mantendrá en buen estado por años”.
A pesar de ser 10 años mayor que Jane, Martha era, para la escritora, “una amiga y una hermana bajo toda circunstancia”. A punto tal que le dedicó Frederic y Elfrida, una de sus tempranas piezas breves, más tarde reunidas en Juvenilia, “como pequeño testimonio de la gratitud que siento por tu generosidad al terminar mi capa de muselina”. Cuando Martha pierde a ambos progenitores, se muda con la señora Austen, Jane y su hermana Cassandra para paliar la delicada situación financiera que compartían. Un arreglo que, al parecer, habría sido estupendo, de tan armoniosa la convivencia. Así es cómo las cuatro mujeres se instalan en la legendaria cabaña de Chawton, en Hampshire, en 1809, una sencilla residencia isabelina, donde Austen recupera el placer por la escritura. A falta de cuarto propio, en una pequeña mesa junto a la ventana del comedor, revisa Sensatez y sentimientos, Orgullo y prejuicio; completa La abadía de Northanger, Mansfield Park, Emma y Persuasión. En Chawton (hoy convertida en casa-museo, parada obligatoria entre devotos en peregrinaje literario), Jane pasa sus últimos 8 años de vida, hasta que fallece a los 41.
La familia permanece en la cabaña tras su muerte,
y Martha continúa recolectando recetas, engordando su suculento libro hasta
1830. Dos años antes, en el ’28, una Lloyd de 63 pirulos se convertiría en una
Lady Austen en toda la regla, al casarse con el mencionado Francis, hermano
mayor de Jane, que había quedado viudo.