Según el reporte que brinda a diario el Ministerio de Salud, la ocupación de Unidades de Terapia Intensiva (UTIs) es del 76,2% en el AMBA y de 72,2% a nivel nacional. Sin embargo, en los últimos cinco días, Argentina quebró el récord de ocupación por pacientes covid al llegar a 5.813. Desde la perspectiva del médico intensivista Arnaldo Dubin, el colapso sanitario no está próximo a ocurrir sino que ya sucede desde hace semanas. “Hace rato que estamos colapsados, los porcentajes que se brindan representan números huecos sin ningún significado definido. Cuando nosotros nos referimos a colapso es porque hay un desborde. Me refiero a los sistemas sanitarios y particularmente el eslabón más débil, que es la terapia intensiva. Los recursos físicos y tecnológicos, los insumos y la medicación para satisfacer las demandas epidemiológicas no alcanzan”, plantea el jefe de Terapia Intensiva del Sanatorio Otamendi y profesor de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata. Después continúa: “El marcador más importante del colapso es el aumento de la mortalidad. En la Provincia de Buenos Aires hay un 67% de mortalidad en terapia intensiva. Son valores altísimos, inaceptables”.
Rosa Reina, presidenta de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI), describe la situación y diferencia los escenarios puntuales que afrontan los sistemas sanitarios de algunas de las provincias más comprometidas. “Nuestro país es muy grande, por lo tanto, puede haber algunas jurisdicciones con camas disponibles y otras que no. Por ejemplo, Catamarca y Santa Fe están al 100% de ocupación, la Provincia de Buenos Aires está con el 94% y CABA en un número similar; pero al mismo tiempo hay otras como Río Negro, Chaco, La Pampa o Mendoza que tienen un poco más de margen”, apunta. Cuando el ministerio brinda el porcentaje a nivel nacional, reporta un promedio de lo que sucede en todos los territorios provinciales. El obstáculo es que aquellas provincias que tienen sus sistemas sin disponibilidad de Unidades de Terapia Intensiva difícilmente pueden trasladar los pacientes a jurisdicciones vecinas. Así lo detalla Reina: “Derivar pacientes críticos es terriblemente difícil; hay que tener en cuenta las ambulancias, las distancias que deben recorrer, la cantidad de horas que demoran. Es muy complejo, el colapso muchas veces guarda relación con cosas que ni siquiera tenemos en vista”.
Desde la perspectiva de Dubin, el colapso se experimenta, “se palpa”, de manera cotidiana. “Que durante esta nueva ola hayan fallecido 15 mujeres embarazadas es brutal. Tenemos un montón de pacientes que están internados en habitaciones comunes, pero que en una situación normal deberían haber estado en terapia intensiva. Cotidianamente ventilamos e intubamos personas fuera de las terapias”, dice. Esta situación se retroalimenta con el estrés de un personal de salud que, si bien está muy capacitado, se encuentra exhausto. “Los profesionales que nos abocamos a estas áreas tenemos una fatiga terminal y eso es muy sensible porque impacta directamente en el funcionamiento”. Y luego, sigue su explicación con una metáfora: “Si uno se pone a correr llega un momento en que se cansa y por más voluntad que ponga va a correr más despacio. En las UTIs el cansancio nuestro significa la muerte de muchos más pacientes”, sostiene. Ese punto de vista es reforzado por Reina: “La verdad es que el personal de salud está agotadísimo, no da más. Hace un año y pico que viene trabajando sin descanso”. Según relata la referente, la mayoría de sus compañeros se han enfermado: algunos pudieron retomar sus trabajos, a otros les costó más en la medida en que experimentaron secuelas prolongadas y otros, desafortunadamente, fallecieron.
Lo que narran Dubin y Reina no se limita a una apreciación personal o un parecer. Por el contrario, está basado en evidencia científica. “El año pasado hicimos un estudio con dos mil pacientes críticos ventilados mecánicamente que fue aceptado para su publicación en la revista The Lancet y se difundirá en poco tiempo. En esa ocasión analizábamos las causas de la mortalidad durante la primera ola y, como era previsible, estuvieron vinculadas a la gravedad de la propia enfermedad, la trayectoria clínica del paciente y al tipo de tratamiento puesto en marcha, pero también hubo otros dos parámetros independientes de una influencia notable”, explica Dubin. Esos dos indicadores decisivos fueron que muchas personas debieron ser intubadas fuera de las terapias intensivas por falta de espacio y el momento del año en que fueron internados. “Cuando aparece una enfermedad nueva como la covid, lo habitual es que la mortalidad vaya disminuyendo porque los equipos médicos adquieren experiencia, conocimientos y se desarrollan modalidades terapéuticas nuevas. En nuestro caso fue exactamente al revés: si vos te internabas en septiembre u octubre, te iba mucho peor que en abril o mayo. Y tiene que ver con la tensión que tuvo el sistema en 2020. En 2021 batimos todos los récords”, completa Reina.
Panorama oscuro
“Cuando todos los lugares estén ocupados al 100%, lo único que podremos hacer es contar muertos en la calle. No tenemos que esperar a que la situación continúe empeorando para hacer algo. Están muriendo más pacientes de lo que deberían”, insisteDubin. El martes, Argentina reportó 35.543 infectados y 745 fallecidos en una sola jornada. Si bien a partir de las restricciones en el AMBA los casos habían iniciado un descenso, desde hace días repuntaron y el ascenso comienza a reflejarse en las provincias. “De los 35 mil y pico de personas contagiadas, en 10 o 14 días, el 5% necesitará una cama, es decir, más de 1700 individuos. Son espacios que no tenemos y que no vamos a tener. La verdad es que el panorama es muy dramático”, asume Reina.
“Frente a una situación como la que vivimos no hay opciones: o bien dejás de hablar con eufemismos y la política asume las cosas como son, o todo estará mucho más oscuro. No quieren pagar el precio político, económico y social, pero sí están dispuestos a tener decena de miles de muertos en las próximas semanas. Hay que cerrar todo”, determina Dubin. Desde aquí, el médico intensivista plantea un cierre estricto para poder, de alguna manera, oxigenar el sistema de salud a partir de la disminución de casos. A esta altura, desde su perspectiva, no hay otra salida viable. “El espejo que tenemos es Brasil, que no solo tuvo los hospitales sino también los cementerios colapsados. Vamos a empezar a contar muertos en las calles si nada cambia”, reitera. Por último, se refiere a las discusiones en relación a la presencialidad en las escuelas porteñas: “Los debates que tenemos alrededor de la educación son insostenibles. Argumentan sobre el potencial daño psicológico que los chicos podrían afrontar al perder semanas de presencialidad. Entonces, yo me pregunto: ¿cuál es el daño psicológico de un niño producido por la pérdida de un abuelo, un padre o un hermano?”.