¿Por qué, enfrentando la gravedad de un virus que presenta nuevas cepas, que ya llevó a la muerte a miles de personas y cuyas secuelas aún son desconocidas, una parte de lo social --dirigentes de la oposición, periodistas, padres y madres-- militan el negacionismo homicida pero también suicida? ¿Por qué tienen éxito los mensajes comunicacionales que conducen al sacrificio de la propia vida o la de los hijos, y consiguen la complicidad consciente e inconsciente de una parte de lo social, que sirve voluntariamente a su propagación?
Para responder a este enigma, no son suficientes las explicaciones racionales, políticas o morales habitualmente empleadas. Algunas de las categorías desarrolladas por Jorge Alemán en su último libro Ideología. Nosotras en la época. La época en nosotros, de Editorial La Página, ofrece alguna luz para comprender estas conductas a favor de la muerte y orientadas por el mal.
El libro presenta la originalidad de reflexionar sobre la salida del discurso capitalista y de una política de la emancipación, utilizando la topología y los nudos borromeos de la última enseñanza de Lacan. Alemán se centra en dos operaciones, ideología y fantasma, que constituyen un orden, una combinatoria de representaciones que rigen el modo en que el sujeto se relaciona con lo real. Ambas forman el marco en el que el mismo se representa la realidad, con la condición de que siempre quede excluido un resto interior-exterior que la sostiene. No se trata de una superficie que se agrieta, sino que el agujero es la estructura previa, alrededor del cual se construye lo social.
A diferencia de Zizek que habla de fantasma ideológico, Alemán afirma que son dos categorías que se diferencian aunque ambas conciernen a la constitución del sujeto e inciden en el campo social; si bien presentan una relación de reciprocidad, cada una mantiene su especificidad.
Luis Althusser, en Ideología y aparatos ideológicos del Estado (1970), desarrolló su teoría de la ideología siguiendo la tradición marxista y los postulados lacanianos sobre el sujeto. Para el pensador francés no está claro que la estructura económica determine la ideología, que no resulta una falsa conciencia o una ilusión que impide al sujeto ver la realidad tal cual es. Antes del nacimiento ya está la ideología, un sistema de representaciones que hace de un individuo un sujeto. Esta definición tiene en cuenta la noción de imaginario de Lacan, esto es, la constitución del yo partir del estadio del espejo. A través de la interpelación del Otro que le dice “tú eres eso”, el sujeto construye su imagen y de ahí en más tendrá una relación distorsionada con lo real que nunca se rectificará. Toda época tiene una ideología y a la vez el sujeto habita en la ideología que, en gran parte, es inconsciente, está reprimida.
La distorsión es constitutiva de la ideología, lugar donde el sujeto se reconoce y desconoce a la vez. El yo, como constructo imaginario, puede identificarse con un lugar que está en las antípodas de su autoconservacióno de sus supuestos intereses de clase.
El fantasma es una respuesta del sujeto que lo protege frente al deseo del Otro, le permite un orden, una estabilidad: tanto en Freud como en Lacan el fantasma está en el lugar de lo reprimido primordial.
Si la ideología atañe al yo y el fantasma al sujeto, el núcleo inconsciente del yo es el ello, para Freud, o el fantasma en términos de Lacan. Se constata desde la metapsicología freudiana la hipótesis sostenida por Alemán, que entre las dos categorías --ideología y fantasma-- hay una relación fronteriza, de conjunción y disyunción. Ellas se contaminan y articulan, aunque se impone aclarar que estamos en una época en la queen lo social se introducen más fenómenos fantasmáticos que ideológicos.
El neoliberalismo ha sabido explotar la materialidad con la que está constituido el sujeto. El dispositivo de poder no deja de alimentar el empuje al goce sin medida del superyó, estimula fantasmas masoquistas y/o determinadas pulsiones que inciden en lo político y se presentan como fenómenos de odio, racismo y xenofobia, que no son meros fenómenos ideológicos, sino que están estructurados según el fantasma: existe otro que roba un goce, ouna libertad y me rebelo contra la “dictadura”.
Fantasma e ideología suturan el lugar de la causa y se presentan como obstáculos estructurales e inerciales para la salida del discurso capitalista y la emancipación: no son categorías que están del lado del saber, sino del desconocimiento respecto de lo real. Encontrar un punto exterior al fantasma o a la ideología se convirtió en un problema político central.
La buena noticia es que no hay crimen perfecto, como suele decir Alemán. Una contingencia no calculada y disrruptiva, resultado de un trabajo silencioso y microscópico, de un momento a otro puede precipitarse de modo inesperado y tomar la forma de acto emancipador.
Por ahora habrá que insistir hasta que se produzca.
Nora Merlin es psicoanalista. Magister en Ciencias Políticas.