“De niño confundía a Los Shakers con The Beatles, hasta que aprendí que eran los hermanos Fattoruso”, confiesa el cantante, guitarrista y compositor uruguayo Pablo Silva cuando tiene que repasar las influencias que marcaron su vida. En ese mapa sonoro también estaban Totem, Zitarrosa, Los Olimareños, Larbanois & Carrero y Eduardo Mateo. “Recuerdo a uno de mis hermanos que llegó de Buenos Aires con un casete de Jaime Roos que tenía la canción ‘Los Olímpicos’. La tuvimos que escuchar muy bajito porque estaba prohibida”, dice sobre los tiempos de dictadura uruguaya, que se extendió entre 1973 y 1985. “Luego, ya en mi adolescencia en plena dictadura, se escuchaba música en inglés, las grandes bandas inglesas y americanas”, completa el uruguayo, en alusión a Van Halen, Zeppelin o The Rolling Stones, que también moldearon su oído. De alguna manera, esas referencias aparecen en su segundo disco solista, Mala Reputación (2021).
El músico es oriundo de Sayago, un barrio ubicado al norte de Montevideo, al que incluso le dedicó su primer disco, en 2018. “Cuando comencé a grabar Sayago con Ernesto Ferraro vivía en otra parte de Montevideo. Recién el año pasado regresé luego de veinte años a mi querido barrio, en plena pandemia”, cuenta Silva. “Siempre quise volver a caminar por sus calles, su plaza, su iglesia, su estación de tren, mi escuela y mi liceo, el famoso cine y el club Sayago donde jugábamos al básquet”. En su nuevo trabajo, las canciones abrazan tanto al rock más clásico como a la música rioplatense y su impronta percusiva.
“Mala reputación tienen todos aquellos que no tienen una conducta social ‘normal’. Me refiero a los que no son exitosos, lindos, ricos o de apellido ilustre, a los que la luchan día a día; son trabajadores, de clase obrera, y que de pronto por alguna situación incómoda de la vida se ven discriminados en la sociedad. ¿A quién no le pasó?”, explica sobre el concepto del disco. “Claramente me refiero a los discriminados del mundo, el título tiene algo de ironía, es una manera contestataria de que podamos ver las luchas internas que a diario tenemos todos los seres humanos. No importa ni el color ni los rasgos físicos ni la raza ni la religión ni la nacionalidad. Siempre vemos la punta del iceberg en los demás, no indagamos qué sucede dentro de esa persona, ni cómo llegó a donde está parado hoy, solo lo criticamos por su ropa, postura o palabras, y creo que debemos aprender a aceptar y respetar al otro".
-¿En qué está inspirada "El rock de la fe (fumus albus)", la canción que abre el disco?
-Soy un hombre sumamente espiritual y creyente, pero que no sigue ningún tipo de dogma. Una tarde de domingo, de esos domingos plomizos de invierno, estaba en una iglesia, tengo la costumbre de ir de vez en cuando a meditar y estaban en una misa. Vi que la charla del párroco contenía muchas cosas que en pleno siglo XXI no tienen sentido, y me fui pensando a casa, algo triste, al escuchar un poco lo mismo de hace mil años. Pensativo y con mucho cuidado me animé a escribir algunas frases en un papel, algo que sabía que podría chocarle a mucha gente que piensa distinto, pero que también podría gustarle a mucha gente que está alejada de la iglesia, dolida, enojada por muchos motivos, desde épocas medievales o anteriores. El nombre se debe a que contrariamente no es un rock, es una balada casi desgarradora que invoca el dolor causado a millones de víctimas. Y lo de la fe es porque jamás se debe perder la fe, la iglesia fue construida por hombres de buena fe y otros se aprovecharon; creo que ese concepto inicial se perdió, pero siempre hay tiempo de cambiar y reconocer los horrores que se cometieron en nombre de la Iglesia y de Dios, desde la caza de brujas hasta la conquista de América, por eso termina con la palabra blasfemos que apenas se escucha.
-¿De dónde aparece tu inquietud por la música electrónica, que se refleja en canciones como "Fuera del paraíso"? ¿Te interesa que tu música pueda bailarse?
-Sí, me encantaría que pasen mis canciones en todos lados y la gente se divierta, ¡claro que sí! Las canciones que tenemos de este tipo son con Edgardo Regueira (de Maverick Inquilinox). Él me envía bases casi terminadas y yo les pongo letra y algún instrumento encima, como shekere o djembe, y quedan distintas, con sonidos africanos, como para sacarlas del modo techno y transformarlo. Somos amigos desde la época que él tocaba en Zero, una de las mejores bandas uruguayas.
-De todos modos, tu música abreva en un rock más clásico o tradicional, ¿no?
-Sí, el rock me corre por las venas, pero no quiero encasillarme, quiero abrir la cabeza a nuevos ritmos y fusionar estilos. En cada lugar del mundo hay música maravillosa. Una vez estaba en una cena en Río de Janeiro, en un lugar llamado Livraria Largo das Letras, que es una biblioteca, en un barrio tradicional donde salen las escolas de Samba. De pronto, en una mesa donde había como treinta personas se pusieron a tocar todo tipo de instrumentos musicales y la gente se puso a bailar y a cantar las canciones, eso es cultura. Acá en Montevideo sucede algo similar en nuestro querido barrio Sur, donde fabrican sus propios tambores y salen las comparsas de lubolos; es algo que te pone la piel de gallina. Fusionar rock y candombe es algo genial, Tótem lo hizo y Opa fusionó jazz, son bandas sagradas de nuestra música nacional.