“Es un libro triste… pero es lo que hay”, dice el sociólogo Daniel Feierstein acerca de Pandemia, un balance social y político de la crisis del Covid-19, trabajo en el que analiza minuciosamente la estrategia desplegada en 2020 por el gobierno nacional y los comportamientos sociales ante este hecho "nuevo, inesperado y de consecuencias imprevisibles". Para Feierstein, la pandemia es un fenómeno eminentemente social”, aunque usualmente no se la vea así. Son conocidas sus explicaciones en relación a los mecanismos de defensa que se despertaron en la población en el último tiempo.

El libro del investigador del Conicet, editado por el Fondo de Cultura Económica, es un texto acerca de las representaciones y las disputas que se vienen dando en ese campo. Las respuestas del Estado, el rol de la vergüenza y la culpa, las formas que adquiere la responsabilidad, las especificidades del escenario latinoamericano, entre otros, son tópicos de estas páginas. El autor -estudioso de los genocidios- terminó de escribirlas en febrero, antes del inicio de la segunda ola. “Se leen hoy como si hubieran sido escritas ayer”, se lamenta, pues las negativas conclusiones del balance se mantienen vigentes.

"Fracasó la solidaridad, el clima de cooperación que tuvimos en marzo y abril de 2020. En abril teníamos la situación controlada en todo el territorio nacional, con excepción de dos focos, Río Negro y Chaco, y el AMBA. Una situación parecida a ese comienzo en China donde lo que hicieron fue aislar Wuhan y con eso se terminó. En vez de aislar Buenos Aires, se liberalizó y se logró que (el virus) irradiara a todo el país", postula el doctor en Ciencias Sociales. "Uno se olvida de ese inicio tan auspicioso en función de la situación que se fue construyendo después y de esta idea tan errada de convivir con el virus. Otros dos presupuestos errados que nos llevaron a la situación actual fueron que era inevitable el contagio y que había que aplanar la curva en vez de apostar por la supresión (del virus)", completa. 

-En este momento de récord de casos y de muertes y de colapso sanitario, ¿cómo evalúa las actitudes de la sociedad y las respuestas del Gobierno?

-Y… las dos mal. Por eso digo que el libro parece escrito ayer. Tanto a nivel social como gubernamental hay un nivel de naturalización y negacionismo que es creciente. Cada vez aceptamos más cosas que meses atrás pensábamos inaceptables. Me metí muy temprano en estos temas. En marzo o abril de 2020 comentaba a gente cercana que si no manejábamos las cosas o las manejábamos más o menos, íbamos a tener unos 30 mil muertos el año pasado, y toda la gente que me rodeaba decía que era un delirio. Me había quedado totalmente corto: hubo en nueve meses 55 mil muertos, una situación impensable, que generaba terror en abril. Sin embargo, hoy tenemos 600, 700 y pico diarios, 15 mil muertos en un mes, y no pasa nada. Es como si fuera parte de la vida. La capacidad de naturalización del ser humano es infinita. Eso es lo que aprendí del análisis de los procesos genocidas y las guerras. Tenés gente tomando un café, que sigue viviendo su vida, mientras en la calle caen bombas... o incluso vuela el café. No hay límite. Lo tenemos que poner nosotros. No veo ni por parte de la respuesta social ni en las acciones gubernamentales que esté la voluntad de ponerlo. Erradicaría del lenguaje público el "amesetamiento" como idea tranquilizadora. Festejar que los casos no se van de 25 mil a 40 mil, cuando además puede que se vayan, es un delirio. Estamos muy alterados en nuestra capacidad de percepción.

-¿Por qué aparecen los mecanismos de defensa en la sociedad?

-Los seres humanos no podemos lidiar con todos los estímulos que nos ofrece la realidad, son demasiados o a veces demasiado intensos. Eso es lo que genera que, así como una vacuna nos permite lidiar con apenas una pizca de una enfermedad, el sistema psíquico también toma pizcas de la realidad. Cuando ese monto de realidad es demasiado grande, catastrófico, disruptivo, tenemos mecanismos que buscan impedir que esa porción excesiva de realidad desmorone nuestro sistema psíquico. Los mecanismos de defensa juegan ese papel, están por lo general al servicio de nuestra subjetividad, buscan preservarla de una realidad demasiado dura. El problema es que muchas veces sirven pero otras se transforman en un enorme obstáculo a la hora de la acción. Allí radica el desafío de poder identificarlos y hacer un trabajo crítico.

-¿Qué debería suceder en una sociedad para poner freno a la naturalización?

-Hay dos respuestas. Una es la fácil; la otra la difícil. La fácil ya la perdimos. Es la que dice cualquier analista de cualquier pandemia: nunca tendríamos que haber llegado a esta situación. La medida más costo-efectiva es el control de los ingresos. Lo que trató de hacer Formosa, le funcionó todo un año, y lo quebraron la Corte Suprema y un decreto presidencial. Esto no implica que yo defienda al gobierno de Insfrán y toda su política de pueblos originarios, pero no estamos discutiendo eso. No se puede dejar entrar a la gente (que llega desde el exterior); hay que detenerla antes, mandarla a algún lugar y sólo dejarla salir con un PCR negativo. Ahora, ¿con esta situación cómo hacemos, cuando ya tenés este nivel de contagio y muerte, y de naturalización social? Creo que lo contrario a todo lo que se está haciendo. No llevando tranquilidad a la población.

-¿Cómo sería eso?

-El miedo al pánico social es una hipótesis totalmente errada. Lo que ocurre en situaciones como esta es la naturalización o negación, el pánico puede estar en la primera semana. Hoy no hay ningún riesgo de pánico. Tenés que llevar el mensaje contrario al que se lleva, el que en Europa en la primera ola dio cierto resultado. Alcaldes, gobernadores, presidentes diciéndole a la población "no podemos más". Que las imágenes de los centros de salud atestados circulen todo el día en la televisión. Que haya una transmisión de la gravedad de la situación por parte de las autoridades. El mensaje de que todavía quedan camas cuando no quedan, el retoque de las cifras para decir que estamos en el 85 por ciento de ocupación -que parece que calma a alguien, cuando cualquiera que tiene Covid o cualquier problema de salud sabe que no consigue cama- genera un aporte desde las declaraciones públicas al estado de negación. Habría que transmitir una gravedad mayor a la que ya hay para que no colapse el sistema. Tenés que decir que colapsó cuando estás en el 85 por ciento de ocupación para no estar en el 100 y seguir diciendo que no colapsó, dibujando camas o sin profesionales que atiendan. No se quiere pagar el costo político de admitir que colapsó el sistema, entonces el sistema colapsa pero la gente no reacciona porque nadie le avisa.

-¿Qué es lo que falló? ¿El comportamiento? ¿Las medidas del Gobierno, sus contradicciones? ¿La dialéctica?

-Se conjugan distintos factores. Y el problema es que en casos como el argentino se conjugaron todos para mal. Hay una muy mala visión sanitaria por parte del Gobierno y una actitud de boicot permanente por parte de la oposición, que no ha ayudado de ninguna manera a que esa visión sea mejor. La oposición no cuestiona al Gobierno por lo que hace mal sino por lo que hace bien. Por otro lado, tenemos una característica cultural que compartimos con todo Occidente, que no ayuda. Esta lógica que desarrolló tan bien Branko Milanović, economista, de los Balcanes, cuando plantea la idea de la relación con el tiempo. La cultura occidental ha generado una situación de enorme ansiedad e impaciencia. Seguimos el circuito parecido al de China, logramos aislar el virus en Buenos Aires, lo que hacía falta era un poquito de paciencia. Un mes y medio más mientras todo el país se iba levantando. De hecho, se levantaron las restricciones en el resto del país, las actividades se recuperaron; lo que había que hacer era aislar Buenos Aires y resistir un poquito más para eliminar la circulación del virus.  Lo lograron los países orientales. Fue muy difícil en cualquier país occidental en las grandes urbes. Se suman, como cuarto elemento, las condiciones de América latina, el nivel de desigualdad, la debilidad del Estado para asistir. La asistencia llegó tarde y fue poca, lo que dificulta la continuidad de las medidas. Cuando ponés todo ese cóctel junto, es lógico que hayamos tenido uno de los peores desempeños.

-¿Cuál es el desafío del Gobierno en este momento?

-Recomponer la credibilidad para las restricciones, que son necesarias. Una cosa muy negativa fue no cumplir la palabra pública. Esta permanente prórroga de medidas "a ver cómo viene la curva" quitó credibilidad. No hay otra posibilidad que un cierre si no queremos una catástrofe mayor. El gran desafío será lograr credibilidad de que eso va a ser por 15, 20 días y no tres meses. Estamos pensando simulaciones con gente de otras áreas acerca de esquemas intermitentes pero planificados. Se necesitan medidas muy firmes de restricción, y eso requiere acompañamiento económico y previsibilidad. Ninguna medida puede tener éxito sin un porcentaje muy importante de cumplimiento. Es cierto que ha habido muy poco control, pero tampoco se puede controlar la vida de cada ciudadano. No hay institución que permita ese nivel de control; se requieren niveles de acuerdo y para ellos tiene que haber credibilidad. El rumbo errático ha generado mucha dificultad en la comprensión de lo que estamos viviendo. Tuvimos un ministro de Educación que dijo que las escuelas no contagiaban, una cosa que es contraintuitiva. Se dijo que los transportes no contagiaban. Después, cuando se dice que hay que cerrar las escuelas, se genera un efecto problemático de credibilidad.

-¿Cuál es su lectura en torno a la pelea por las clases presenciales?

-Una de las derrotas es la del valor importante de la norma. Lo que ha hecho la Corte Suprema al impedirle a un gobierno implementar normas de cuidado sanitario es de una gravedad extrema. Es creer que no se puede hacer nada ante una pandemia, destruirle a un gobierno las posibilidades de actuar, mas allá de si ha actuado bien o no. Si la norma es desafiada por otro poder cuyo conocimiento sanitario es cero, esto impide cualquier posibilidad de gestión. Por otro lado, es un tema que se ha politizado mal, se desvió el eje, se ha hecho con mucha mala fe. Es un debate muy profundo, porque no cabe duda de que el daño de suspender por mucho tiempo la presencialidad es grande, pero no se puede dar un debate sobre la base de la mentira. Todos los trabajos de investigación en el mundo plantean que las clases presenciales constituyen entre la segunda y tercera causa de mayor explicación de contagios; tienen un riesgo enorme. Sabiendo que lo tienen, podemos pensar extrategias para que el daño de la interrupción de la presencialidad sea el menor posible. Hay que aceptar que la suspensión de presencialidad tiene costos y que también los tiene la presencialidad. Entender cuáles son y pensar salidas que minimicen lo más posible todos los costos involucrados. La discusión en clave de grieta -unos diciendo que las escuelas no contagian, los otros pensando que como contagian podemos tener la presencialidad suspendida un año, año y medio- no aporta a una verdadera discusión. La política de la ciudad de Buenos Aires ha sido la peor de todas: sobre la base de una afirmación falsa, obligar a docentes y estudiantes a contagiarse, pero además dejar sin educación a todas aquellas familias que deciden no mandar a sus hijos a la escuela. No hay un esquema doble. Muchas familias se están contagiando y en muchas los chicos están sin educación. Perdés por los dos lados. La presencialidad en CABA debe estar en el orden del 30, 50 por ciento. No es cierto que la hay.

-¿Hacia dónde cree que vamos socialmente? En una entrevista, Jorge Alemán se refirió a la posibilidad de un efecto Joker: "un estallido general sin articulación política".
-No se puede pronosticar. Hay infinidad de futuros posibles y va a depender de lo que hagamos nosotros, las distintas fuerzas políticas, los gobiernos. Me cuesta entender que en la Argentina no haya un acompañamiento mayor a los que más están sufriendo: es condición de cultivo de un estallido. El nivel de responsabilidad de las organizaciones ha sido enorme; eso explica que la situación no sea a nivel social peor de lo que es. Colombia y Chile han tenido una articulación interesante de reclamos y un nivel enorme de represión; por otro lado, se ven salidas a la Brasil, una forma de articulación neofascista de esos estallidos o reclamos. En la Argentina no parece que el cuestionamiento al Gobierno venga por el lado de exigirle mayor acompañamiento a los sectores que más sufren sino por el lado de buscar un responsable, y desatar un proceso de violencia y liberación del odio. Es un riesgo importante. No en clave de futurología, sino en relación a escenarios posibles que tenemos que evaluar para avanzar. 


La negación

Mecanismos de defensa

-La socióloga Maristella Svampa postuló que la metáfora del enemigo invisible oculta la dimensión medio ambiental del virus. ¿También operan mecanismos de defensa en la sociedad que encubren las causas de la pandemia?

-Sería una discusión para la pospandemia. Hay muchísimos mecanismos de defensa que analiza Freud. En el libro destaco sobre todo dos. Todo el conjunto alrededor de la negación, la naturalización, la desmentida, pactos denegativos, ideología negacionista; y un segundo paquete de proyección, paranoia, conspiración. La negación impide lidiar con el problema. La proyección agrega violencia, puede llevar a masacres. Estos mecanismos no operan sólo con respecto a la pandemia. Ha habido un negacionismo, una naturalización permanente del daño que genera nuestro modo de producción, a nosotros como humanidad y al planeta. Hay dos desafíos enormes para la pospandemia ante los cuales estamos saliendo muy mal parados, por lo menos en Occidente. Uno es reconocer la importancia del principio precautorio (concepto que respalda la adopción de medidas más allá de pruebas científicas definitivas) para que la próxima pandemia, que podría ser muchísimo más letal, no genere este desastre. Hay que entender que hay que pararla antes. El segundo desafío es poner sobre la mesa aquellas actividades que se vuelven un caldo de cultivo para la aparición de estas nuevas pandemias, las modalidades de producción de profundo avance sobre la naturaleza y de destrucción del ecosistema.


Vacunación

El único elemento positivo

-¿Qué rol juega la vacunación en este contexto?

-Es el único elemento positivo en un cuadro horrible. Se ha demostrado eficaz tanto en los lugares donde avanzó mucho como en nuestro país. El nivel de baja en la letalidad de la población mayor de 70 años es altísimo y ahora se está avanzando en los mayores de 60. El año pasado había que reducir la circulación del virus y no había ninguna solución más que esa; este año tenemos que reducirla para ayudar a que la vacunación también la vaya reduciendo por otro lado. Así como fui muy crítico de toda la visión sanitaria nacional a nivel de restricciones, en términos de vacunación considero que la Argentina ha hecho lo máximo que se podía hacer en las condiciones que estamos, con el nivel de faltante y la no entrega de las provisiones. La vacunación que logró la Argentina es bastante significativa y hay una proyección de avazar mucho más. El problema es que es una carrera entre contagios y vacunas en la que van ganando los contagios. El desafío es dar una mano al proceso de vacunación con medidas de restricción para permitir que su efecto sea más masivo y se vea con mayor claridad. Lo que estamos viendo es que la vacunación cubrió a la población de mayor riesgo pero, como las nuevas variantes son más complicadas, en las terapias hay mucha población joven. Es otro problema comunicacional. La sociedad tiene la idea de que esta es la pandemia de 2020, pero está afectando a población mucho más joven: el promedio de la población en terapia intensiva hoy es de 53 años. Hay mucha gente de 30 y pico, 40 y pico, en situación de muchísima gravedad. Tendría que ser mucho más comunicado para que la población pueda entender que esa idea de que esta pandemia afecta a gente mayor o con comorbilidades es un conocimiento de 2020.