El tema de la religión en la escuela moviliza más las pasiones que la razón. Unas declaraciones aparentemente fortuitas del ministro de Educación de la Nación ha suscitado un debate en los medios masivos de comunicación. Cierta lógica periodística invita más a la toma de posición “a favor o en contra” que al análisis crítico de lo que está en juego cuando se discuten ciertos temas de tanta densidad cultural.
La cuestión tiene múltiples dimensiones, imposibles de desarrollar en el tiempo y el espacio periodístico “estándar”. Antes que nada habría que especificar de qué se trata. No es lo mismo la educación confesional que la instrucción acerca de la dimensión religiosa en las sociedades del pasado y presente. La primera se desarrolla en instituciones escolares privadas de orientación religiosa. En ciertos Estados laicos de occidente se utiliza el espacio escolar para que las religiones reconocidas ofrezcan cursos de formación religiosa confesional, no obligatorios y fuera del horario escolar. La segunda es necesaria para comprender el mundo que vivimos. Las instituciones y prácticas religiosas constituyen un espacio social relativamente autónomo y denso. No se puede entender el desarrollo de la mayoría de las sociedades de antes y de ahora sin tener en cuenta el campo religioso y sus interrelaciones con otros espacios sociales como el de la cultura, la economía, la política, el arte, etc.
Sin embargo no es preciso recargar el ya extenso programa escolar con una nueva “materia” o “curso”, sino que la temática religiosa debería ser “transversal”, en especial en los espacios curriculares de tipo “humanístico” o “social” (historia, filosofía y ética, sociología, formación ciudadana, etc.).
Por último, más que estudiar el Evangelio, el Corán o la Biblia con propósitos “proselitistas” se trataría de estudiar el cristianismo, el islamismo o el judaísmo con sus respectivas historias, expresiones institucionales, luchas por el poder, estrategias de reproducción, diversidades internas y guerras de religión, influencias políticas y sociales. En síntesis, bienvenido a la escuela el estudio de las religiones como dimensión relevante de la cultura y no como adoctrinamiento.
Más allá del legítimo pluralismo “de” las instituciones escolares (las hay católicas, protestantes, judías, etc.) la escuela pública es un espacio privilegiado para desarrollar el pluralismo religioso (y de cualquier otro tipo), “en” las instituciones. El conocimiento de las creencias religiosas en la escuela pública, pluralista por naturaleza, podría ser un instrumento eficaz para desarrollar la empatía o capacidad de ponerse en el lugar del otro y de este modo ayudar a combatir la discriminación y facilitar la convivencia en la diversidad.
* Profesor e investigador de la Universidad Pedagógica.