La belleza del error. La potencia del accidente. Después de años de cuidar el detalle y la prolijidad en sus dibujos, el humorista gráfico Matías “Tute” Loiseau se dio cuenta de que en el primer trazo que aparecía en sus bocetos había una verdad. En esa idea inicial se reflejaba el inconsciente: asuntos inmediatos y espontáneos que decían mucho más, tal vez, que una idea más elaborada o formalizada. De este modo, Tute acaba de publicar su nuevo libro de humor gráfico, Superyó (Sudamericana, 2021), que recopila una serie de tiras y páginas humorísticas publicadas en los últimos años en torno al psicoanálisis y sus laberintos. El libro cierra una trilogía que comenzó con Tuterapia (2012) y siguió con Humor al diván (2017). “Aprendí a confiar en mi inconsciente, que me suele dejar en buenos puertos. Y que sabe incluso de mí mucho más que yo”, sostiene Tute, que entiende al psicoanálisis como una técnica más cercana al campo artístico que al científico.
En la tapa de Superyó hay un espejo que devuelve una imagen algo deforme o borrosa. “Un poco la idea del libro es que incomode, que no sea un espejo absolutamente fiel sino que deforme las cosas y que nos muestre perfiles que quizás preferimos no ver”, explica Tute. “Que se convierta en un libro humorístico, porque el primer objetivo siempre es mover a la risa, pero en segundo término que se transforme en un espejo incómodo”. Si bien Tute se relacionó con el universo del psicoanálisis desde adolescente, nunca se le dio por estudiar la carrera o leer libros sobre el tema. Su acercamiento es más terrenal o intuitivo. “Tengo mucho más recorrido en mi propio análisis que como estudioso del psicoanálisis. Me interesa mucho la obra de Freud y de Lacan, conociéndolas muy poco. Me relaciono más desde la práctica y también del análisis que uno puede hacer con las herramientas que tiene. Pero no soy un estudioso de la materia”, dice.
-¿De dónde viene tu obsesión por el psicoanálisis?
-Hay una tradición familiar en torno al psicoanálisis, mi mamá era psicóloga social y se psicoanalizaba. Y por el lado de mi viejo, que también hacía análisis desde hacía mucho tiempo. Entonces, en mi casa era muy habitual que se hablara en algunos términos psicoanalíticos y más allá de eso la de mis viejos era una mirada psicoanalizada. Porque lo que te cambia el psicoanálisis es la mirada sobre las cosas. Entonces, me acuerdo de ser adolescente y en la sobremesa escuchar a mi viejo hacer análisis de la realidad y de las cuestiones de la vida que tenían esa perspectiva. Sentía que hablaban un idioma que yo no hablaba y no entendía de qué se trataba. Entonces, te diría que empecé a psicoanalizarme por curiosidad, más que para ir a resolver asuntos; para ver qué era eso que circulaba de toda la vida en mi casa y que yo no entendía. Y por supuesto que no bien uno apoya la cabeza en el diván encuentra motivos para quedarse más allá de la curiosidad, ¿no? Y ya llevo más de veinte años de análisis.
-Alguna vez dijiste, incluso, que es “una técnica fascinante” que considerás más cercana al arte que a la ciencia…
-De hecho, me parece que el inconsciente es un gran productor de humor. Es algo intangible, por supuesto. El inconsciente vive en nuestra psique, pero es como un atorrante que siempre está unos pasos más adelante que uno, que la consciencia. Y ahí está, produciendo humor, a través de los furcios, los equívocos, la libre asociación de ideas. Entonces, el inconsciente es un gran humorista.
-En una etapa de autodescubrimiento artístico encontraste una forma de reflejar el inconsciente a través de las tachaduras y rallones de los bocetos.
-Cuando me preguntan de dónde vienen las ideas, mi tentación es responder que provienen del inconsciente. Cuando uno se sienta frente a una hoja en blanco lo que va apareciendo de poco es el inconsciente, que va tejiendo o urdiendo las ideas. Después uno hace un trabajo que tiene que ver con la formalización de la idea, como le pasa a todo artista. Cuando contaba sobre su proceso creativo a la hora de escribir un poema, Borges decía que él vislumbraba, como en una isla, las dos orillas. Y decía que todo lo del medio lo construía con inteligencia. Y eso vendría a ser la técnica, el oficio. Pero lo primero que aparece es esa idea que ni siquiera estaba buscada y que es del orden inconsciente.
-¿Y el humor justamente te permite decir cosas que de otro modo no se podrían decir?
-Totalmente. Porque el humor es una herramienta posibilitadora, en el amplio sentido de la expresión. Te posibilita a vos como autor decir muchas cosas que tenés la necesidad de decir o analizar. Y también es un posibilitador para el lector o la lectora, que recibe ese material y puede reírse de algo que quizás es originalmente doloroso, como puede ser la realidad política de un país o alguna conducta. En ese sentido, creo que el humor es un mecanismo de defensa que tenemos los autores pero también los consumidores de humor.
-O una herramienta de catarsis para canalizar dolencias, ¿no?
-En el psicoanálisis se habla de poner en palabras aquello que te angustia. Y en este caso, el humor gráfico sería poner eso en palabras, líneas y dibujos. Así que dibujar la angustia es catárquico y además es un acto de sublimación. El arte en general para el artista es un acto de sublimación. Y para mí eso quedó absolutamente claro cuando hice Diario de un hijo (2019), que era convertir algo doloroso (la muerte de mi viejo, Caloi) en una pieza artística. Y el recorrido de la producción de esa obra para mí fue muy sanador y fue feliz el tránsito, pese a haber tenido incluso momentos de tristeza. La sensación que tengo con todo lo que voy produciendo es que estoy todo el tiempo bordeando cosas.
-Este libro condensa dos búsquedas artísticas que siempre perseguís: el humor universal y atemporal, porque todo el mundo comete furcios, actos fallidos...
-Exactamente, y por ese motivo es que tiene un espejo en la tapa, que cualquiera que alce el libro lo primero que vea sea su propia cara reflejada. Es un poco la búsqueda de generar esa identificación con el lector. A todos nos pasan esas cosas. Además el libro reúne todo el material relacionado directamente con la terapia psicoanalítica, tanto del lado del paciente como del analista, como también los asuntos que uno lleva al diván. Porque además hay muchas páginas que no son de consultorio, son de la relación existencial que uno tiene con la vida, con lo vincular, la soledad, la muerte, la felicidad o el paso del tiempo.
-¿Y también tiene que ver con la libertad artística esto de reflejar lo que pasa en el inconsciente?
-Lo que yo entiendo es que aparece lo que tiene que aparecer, por las propias circunstancias del autor. Y con el tiempo aprendí a soltarme en ese sentido y confiar en mi inconsciente, que me suele dejar en buenos puertos. Cuando recién empezaba me autoimponía un tema, ahora no lo hago, simplemente me pongo frente al papel a ver qué aparece. Y seguro que lo que aparece, en mayor o menor medida, va a tener que ver primero con mis intereses inmediatos y segundo con cosas que me interesa expresar y analizar a través del humor. El inconsciente siempre sabe mucho más que uno de uno mismo. Hay algo de acierto siempre en el error, una potencia gestual y espontánea que me interesa conservar en mi laburo.