F. Murray Abraham está frente al lente de la cámara bramando sobre un actor que le resultó insoportable. "¡Fue una pesadilla!", ruge. La estrella de teatro y cine está resplandeciendo a pleno, no muy diferente a su rol consagratorio como el malévolo Salieri de Amadeus. Solo que él ahora es unas décadas más grande, y está hablando por Zoom. "Dije 'Nunca más'. Los años pasaron y un día me lo crucé en la calle y pareció muy agradable. Así que hice otra película con él, y fue un desastre. ¡Era el mismo pobre tipo que había conocido!"
De manera decepcionante, Abraham no dice el nombre del actor en cuestión. Por lo menos, ¿puede decir si esa persona aún está entre nosotros? "Desafortunadamente, sí." Inmediatamente se produce una nota mental para más tarde investigar su página en IMDb y buscar pistas. "Pero a algunas personas les gusta trabajar de esa manera", continúa el intérprete de 81 años. "Les gusta empezar un conflicto, ¿sabés?". Hace una pausa y toma un respiro, como si estuviera sopesando si seguir adelante o no. "Yo acostumbraba ser un dolor en el culo, pero ahora soy absolutamente maravilloso."
Para bien o mal, la reputación de Abraham lo precede. Hoy, el actor es un inesperado comediante. En Mythic Quest, la serie de Apple TV+ que acaba de estrenar su segunda temporada, le da nervio teatral al personaje de un novelista de ciencia ficción sin rumbo que escribe historias para videojuegos. De todos modos, Abraham es más conocido por sus villanos: un manager musical despiadado en Balada de un hombre común de los hermanos Coen; Frank Lopez, mano derecha del capo en Scarface. Si está en algo, seguramente se trata de algo ruin. Fuera de la pantalla parece encajar en el traje. En la ola de Amadeus, el nombre de Abraham se convirtió en una especie de sinónimo de los ganadores del Oscar que luchan por continuar sus victorias en los premios con un trabajo de igual aclamación. Antes y después de su triunfo, los rumores de peleas y discordias en el set parecieron pegarse a él.
Aparentemente chocó con Sean Connery en el set de flmación de El nombre de la rosa (1986), llevando al director Jean-Jacques Annaud a calificarlo de "egomaníaco". Meg Tilly, quien dejó el elenco de Amadeus unas pocas semanas de comenzar la producción debido a una lesión, lo definió como "una persona horrible". ¿Por qué era tan difícil trabajar con él en esos tiempos? "Bueno", suspira. "Era solo arrogancia, eso es todo. Empecé a realmente creerme algunas de las reseñas que estaba obteniendo. Realmente pensé que sabía lo que estaba haciendo. No sabía más de lo que sé ahora, pero sentí que debía ser tratado con un poquito más de respeto y toda esa mierda."
¿Ha tratado de reconciliarse con aquellos a quienes pueda haber herido? "Eso es interesante", dice, dándose golpecitos en el pecho. "Algunos de mis amigos más cercanos son alcohólicos. Se limpiaron. Tres de ellos, en verdad. Pero ellos hablan del programa de los 12 pasos, y uno de esos pasos es buscar la reconciliación. Y lo que hice, cuando tomé de corazón lo que estaban diciendo, fue tratar de contactar a toda esa gente que pensé que había ofendido. Porque hubo cosas que recordé haber hecho de las cuales estaba muy avergonzado. Cosas de las que no estoy para nada orgulloso. Así que me puse en contacto con un montón de personas, y algunas de ellas aceptaron mi pedido de disculpas. Algunos no tenían ni idea de qué carajos les estaba hablando. Algunos nunca contestaron nada. Lo intenté. Pero fue un gran alivio."
Abraham está hablando desde el departamento de Manhattan que comparte con su esposa desde hace 58 años. Es ingenioso, cándido e innegablemente un poco atemorizador. En un momento de la conversación, de pronto entra en erupción, gritándole a un asistente que cierre la puerta de la habitación en la que se encuentra. Como pedido es algo inocuo, pero expresado con la ferocidad de Zeus. Es esa famosa voz la que produce el efecto, con esa gravedad sedosa y pronunciación inmaculada. Probablemente, Abraham podría hacer que pedir una pizza suene vagamente amenazante.
En Mythic Quest, una comedia de espacio laboral ambientada en un estudio de videojuegos, no está ni cerca de ser aterrador. Interpreta a C. W. Longbottom, un autor alguna vez reverenciado como un "autor espacial desenfrenadamente obsceno". Es también el algo desconcertado octogenario responsable de todas las partes de un juego exitoso a las que los jugadores no prestan especial atención, las "escenas de corte" que desarrollan personajes y proveen contexto pero interrumpen el juego propiamente dicho. El show tiene un ritmo similar al de la sitcom de culto Community, con su proclividad a un inesperado poderío excéntrico. Uno de los episodios de la segunda temporada de Mythic Quest -un encuentro cara a cara entre él y la estrella invitada William Hurt- marca probablemente la primera vez en que se le pide a Abraham que entregue un emotivo monólogo sobre la aflicción y la autoría mientras defeca en el cajón superior de un escritorio. Pero ha estado el tiempo suficiente por ahí como para hacer esa clase de cosas.
"No me hagas empezar sobre lo mucho que me gusta este programa", lanza, antes de amontonar elogios hacia sus compañeros de elenco, incluyendo a Rob McElhenney (It’s Always Sunny in Philadelphia), el equipo de producción, incluso su catering "de primera línea". "Después de Amadeus me hice conocido como un tipo 'pesado', pero siempre prefería hacer reír a la gente." ¿Es extraño haber aparecido en tantas comedias del escenario teatral -incluyendo Sueño de una noche de verano, Sexual perversity in Chicago y varias de su ya fallecido amigo Terrence McNally- y aún así ser conocido como un tipo mortalmente serio? "Es una extraña desconexión, y es un poquito frustrante. Pero en la mayoría de villanos que interpreté siempre hubo algún trazo de humor. Afortunadamente para mí, la gente que conduce Mythic Quest reconoce eso en mí, algo por lo que estaré eternamente agradecido."
El show también marca un regreso a sus raíces. A pesar de haber tenido una adolescencia dramática durante sus años en la frontera de México -a menudo se refiere a su personalidad adolescente como la de un "matón"-, Abraham gravitó hacia la comedia cuando le picó el bichito de la actuación provocado por vía de uno de sus profesores. Resulta hilarante como el extravagante propietario de una casa de baños gay en El Ritz (1979), una adaptación a la pantalla grande de la celebrada puesta teatral de McNally, pero después de eso tuvo que luchar en la profesión. "Durante un año después de eso, los únicos personajes que me ofrecían eran gay", recuerda. "No me importaba, haría cualquier cosa, pero dije... saben, puedo hacer otras cosas".
También empezó a enojarse. Recuerda trabajar como extra en sus comienzos, e indignarse por cómo trataban las estrellas a los integrantes del equipo. Estaba tan irritado, de hecho, que empezó a escribir sus nombres en un pedazo de papel. "Dije 'Uno de estos días voy a ser famoso, y cuando lo sea, voy a tomarme revancha con vos, y con vos y con vos'", dice, agitando el dedo frente a cámara para dar énfasis. Un día, continúa, fue atrapado por un enorme temporal. Desvistiéndose en casa, tomó el papel con la lista y se horrorizó. "La tinta se había corrido. Y me quedé mirando la lista tratando de advinar quiénes estaban en ella. ¡Recuerdo pensar que la próxima vez la iba a escribir en lápiz! Y mientras decía eso pensé 'estás loco'". Se ríe como para sus adentros. "Fue lo más afortunado que me podía pasar, tirar esa lista. ¡Dios estaba tratando de decirme algo!"
A pesar de todo, eso no lo rescató de la posterior arrogancia. Abraham es bien consciente de sus contradicciones, y de que su estricto código moral sobre la conducta de otros no lo detuvo a la hora de joderse a sí mismo. "Lo peor de todo es que vos pensás que no lo estás haciendo", dice. "Seguís diciéndote a vos mismo que no, no estás sucumbiendo a eso. Pero cuando decís eso quiere decir que sí lo estás haciendo."
Amadeus fue un shock. Aunque en ese punto ya era conocido en la escena teatral de Nueva York, la elección de Abraham para el elenco fue inesperada: el director Milos Forman estaba buscando deliberadamente actores relativamente desconocidos tanto para el rol de Salieri como de su rival Mozart. Eso abrió una puerta gigante de atención y oportunidades, pero también redujo su círculo social. Perdió a muchos amigos dedicados a la actuación. "Después de mi éxito empezaron a alejarse. No todos ellos, pero... es tan duro como que estaban un poquito molestos por no haber experimentado el éxito que yo estab experimentando", dice. "Es un hilo delicado para seguir. Lo es, realmente. Porque creo que yo era probablemente insufrible. Ahora no lo soy, de verdad." Deja caer una media risa. "¡Tengo que seguir diciéndome eso a mí mismo! Pero creo que era insistente en tener razón en todo. Quiero decir, es absurdo, ¿sabés? Estoy seguro que atravesé un período como ese. Esa puede ser la razón por la que perdí a algunos de esos amigos, de paso. Quiero decir, asumo la responsabilidad."
Después del Oscar, al principio Abraham rechazó los papeles de villano que recordaban a Salieri, y en lugar de eso aceptó una oferta para enseñar a estudiantes de drama en el Brooklyn College. En lo subsiguiente, la calidad de sus personajes en películas empezó a disminuir. Estuvo en una película de ciencia ficción de bajo presupuesto llamada Slipstream junto a Mark Hamill, e interpretó al ambiguo mejor amigo de Arnold Schwarzenegger en El último héroe de acción. Antes de su reciente resurgimiento en pantalla, en series como Homeland y películas como El gran Hotel Budapest (de Wes Anderson), la fluctuante fortuna de Abraham fue más fácil gracias a su esposa: están juntos desde 1962, y tienen dos hijos. "Ella ha sido una roca para mí. Se aguantó mis diatribas y mis furias y mi..." Sacude la cabeza de un lado a otro. "Toda esa mierda que nos generamos y tenemos que atravesar."
Cuando Abraham habla de sus primeros años como actor en pugna, prácticamente suplicando por trabajo en el New York’s Public Theater a fines de los años setenta y luego llegando a casa con su reconfortante pareja, es fácil pensar en Balada de un hombre común. Los Coen eligieron a Abraham como ese frío jugador de poder al ser decepcionados por otro de los actores que participaron de las audiciones. "No veo mucha plata acá", conjetura el personaje de Abraham, en uno de los mejores cameos de la memoria reciente. "¿Conoció a muchos hombres como ese? "Todavía los conozco, ¡están conduciendo el país!", suelta. Basó su personaje en varias personas diferentes que se ha encontrado a lo largo del camino. "Generalmente me resulta muy difícil esconder lo que siento", dice. "Cada vez que lo intento me siento un farsante". A veces pudo manejarlo, pero solo cuando estuvo particularmente hambriento por trabajar. "Hay momentos en los que necesitás el trabajo tan desesperadamente que no decís la verdad. Tratás de adivinar qué es lo que quieren. Si no trabajaste en los últimos seis meses hacés lo que sea, y es algo que duele. Hiere tu orgullo. Pero lo he hecho. Estuve ahí."
Pero eso es lo fascinante de la performance, y es lo que hace que siga yendo a los sets de filmación y al escenario teatral. Abraham tiene 81 años, tiene una situación financiera confortable y ha tenido más tumultos fuera de cámara que la mayoría. Ahora debería estar relajándose, pero ¿cuál es la diversión de eso? Recuerda a su esposa sentándose en una entrevista que estaba haciendo algunos años atrás. "Tenían diez preguntas que le hacían a un actor, y la última era '¿Qué harías si supieras que mañana es el fin del mundo?'. Y mi esposa saltó de inmediato y respondió por mí: 'Buscaría trabajo'."
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.