El conflicto de la carne expone con claridad la manta corta de la economía argentina. Está tejida con la urgencia de dólares por exportaciones, con el objetivo de relajar la restricción externa, y también con la necesidad de garantizar el acceso por precio y cantidad de alimentos esenciales a la población, con la misión de atender la delicada cuestión socioeconómica.
El problema tiene su origen en que la canasta de consumo de alimentos de los hogares coincide con los principales productos de exportación, característica que no tiene la misma intensidad en otros países similares.
En el caso específico de la carne vacuna, pese a que el consumo per cápita por año se derrumbó a 44 kilos, la Argentina sigue siendo el país líder en el ranking mundial de ese indicador, según el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA). Esta cifra es una de las más bajas de la historia. En 2015 era casi 59 kilos, y en 2009 había alcanzado un pico de 69. Por caso, en Brasil es de 26,4 kilos per cápita por año.
Para quienes tienen fascinación por confundir, ya sea en forma deliberada o por desconocimiento, diciendo que en ningún otro país se repite lo que está sucediendo en Argentina, la situación de Brasil es bastante parecida: derrumbe del consumo por caída del poder adquisitivo de la mayoría de la población, suba de precios por incremento de exportaciones a China y aumento de los alimentos por encima del promedio general.
Es cierto que la nominalidad es más baja pero el impacto relativo es equivalente en la calidad de vida de grupos vulnerados.
El Folha de S. Paulo publicó el último viernes que ahora cada brasileño consume 26,4 kilos de carne vacuna al año, una caída de casi el 14 por ciento en comparación con 2019, cuando todavía no había pandemia. "Este es el nivel más bajo desde 1996, inicio de la serie histórica de la Conab (Companhia Nacional de Abastecimento)", indica, para agregar que según el Ibge (instituto de estadísticas oficial), el precio de la carne en general subió 35 por ciento en 12 meses hasta abril, más de cinco veces el índice de precios general en ese mismo período.
El cuadro es más inquietante en el caso argentino en comparación con el brasileño y con otros países puesto que la carne influye de manera determinante en el poder adquisitivo de las familias y en la evolución de la tasa de inflación general.
En ese sentido, dos datos contundentes:
1. La carne representa el 20 por ciento del gasto promedio de alimento de los hogares.
2. La participación de las carnes en el Índice de Precios al Consumidor –promedio país- es de 8 por ciento. Esto significa que si la carne sube 10 por ciento, el IPC lo hace 0,8 por ciento.
Intervención
Más allá de los cambios en los hábitos alimentarios que implican una reducción en el consumo de carnes, ese retroceso se reconoce fundamentalmente en factores regresivos que merecen la intervención oficial.
La suspensión por apenas 30 días de las exportaciones de carne es la carta puesta en la mesa de negociación por parte del Gobierno para frenar la dinámica de un mercado que, ya sea por la elevada informalidad o por diversos fraudes de evasión y subfacturación detectados, requiere de un ordenamiento urgente.
La forma de resolver el dilema de más dólares o protección del presupuesto de las familias, en especial el de los más vulnerables, constituye la fuente de varias crisis económicas y políticas.
La disputa de actores que participan en el mercado de ventas al exterior con consumidores del mercado interno no es novedad. Viene de décadas porque irrumpió a partir de la transformación de la estructura productiva y, por lo tanto, social, a mediados del siglo pasado, con la ampliación de derechos políticos y económicos a un amplio sector de la población que estaba marginado. Desde entonces, esa pelea de base quedó consolidada y es motivo de reiteradas batallas entre esos actores políticos y económicos.
En otras palabras, con más trabajadores (industriales y de servicios formalizados) y además con más derechos laborales junto a una clase media en expansión, en lo que se conoció como una estructura de movilidad social ascendente, las familias incorporaron la carne (proteínas) como un alimento básico de la dieta diaria.
Pese al retroceso relativo en los tres ciclos neoliberales de las últimas cuatro décadas esa estructura -y memoria colectiva- se mantiene. No hay muchos países periféricos que hayan transitado igual recorrido y, por lo tanto, enfrentado este tipo de conflicto.
Herencia
Sobre esa tensión histórica, en el caso específico de la carne se montó una situación coyuntural que, aunque el dispositivo político, económico y mediático de derecha busca ocultar, refiere a una herencia de la gestión del gobierno de Mauricio Macri: la desregulación y liberalización del mercado interno y externo de la carne vacuna.
Esto provocó un desorden de magnitud en la actividad ganadera, que se agudizó por la irrupción de China como un comprador externo fuerte.
Los precios de la carne entonces se desmadraron por los siguientes factores:
1. La competencia por la producción entre los mercados de exportación y de consumo doméstico.
2. La apertura sin control del macrismo.
3. La presencia de China como potente demandante.
4. El boom del mercado internacional de granos, en especial el de maíz, que duplicó su precio y es insumo (para engorde) de, por lo menos, un cuarto del stock de cabezas vacunas.
En el último año, la carne registró incrementos de precios muy por encima de la inflación nivel general y del resto de los alimentos. En los primeros cuatro meses de 2021 subió 22,0 por ciento y ya acumula 64,7 por ciento en los últimos doce meses, deteriorando el poder adquisitivo de los consumidores. El rubro Alimentos y Bebidas avanzó 43,2 por ciento, mientras el IPC general, 44,2 por ciento en ese mismo período.
El Instituto de la Promoción de la Carne Vacuna Argentina (Ipcva) relevó que los aumentos acumulados son de casi 100 por ciento desde enero 2020.
Diagnóstico
La actividad ganadera hoy tiene alrededor de 54,5 millones de cabezas, casi la misma cantidad de hace 48 años (1973), mientras que se faenan las mismas toneladas de 1977, con una población superior ahora.
El aumento de precios tiene entonces varios elementos que se interrelacionan, fundamentalmente vinculados al comercio exterior, y que impactan a lo largo de toda la cadena:
* Relativa rigidez de oferta: desde hace más de 15 años que la producción para el mercado interno no crece. La competencia por la tierra con la producción agraria generó estancamiento y desplazamiento de la actividad ganadera. Entre 2015 y 2020 el consumo interno cayó cerca de 20 por ciento. Ese porcentaje de la producción se canalizó a exportaciones, las cuales cuadruplicaron su volumen y cuyo destino fue China.
* Reorientación de las ventas: la participación de las exportaciones en la producción pasó de 7,7 a 29,1 por ciento.
* Brecha cambiaria y subfacturación de exportaciones: firmas fantasmas y otras ocasionales se involucraron en el negocio de la exportación a China en operaciones fraudulentas por subfacturación, triangulación fijando precios ridículamente bajos para evadir y hasta sin liquidar los dólares de las ventas al exterior.
* Poca transparencia en la comercialización del ganado en pie: la mayor presencia de exportadores en el Mercado de Liniers llevó a un recalentamiento de las operaciones, pagándose precios elevados para el ganado de exportación y subiendo el nivel de precios para la carne destinada al mercado doméstico.
* Costos primarios: la suba del precio del maíz impactó especialmente en el segmento de feedlots, que representa alrededor de un cuarto de la hacienda.
Regulación
Con los mencionados impactos en el presupuesto del hogar y en el IPC general, un objetivo básico de política económica y social debería ser mantener abastecido el mercado interno a precios razonables. Y es el punto que está disputando con el poder económico ganadero el gobierno de Alberto Fernández.
Las retenciones hoy en el 9 por ciento, con posibilidad de elevarla al 15 por ciento, permiten el desacople del precio internacional del local. Esta medida incentiva el abastecimiento del mercado interno al equilibrar las rentabilidades relativas entre los mercados domésticos y de exportaciones.
La administración del comercio exterior de carnes para evitar desajustes entre la demanda y la oferta en el mercado interno se puede realizar con Registro de Operaciones de Exportación (ROE) y cupos de exportación. En el actual conflicto, es fundamental ordenar las operaciones a China con fiscalización de precios y con cupos.
En un contexto de tensiones inflacionaria resulta necesaria la reducción de la volatilidad cambiaria para evitar impactos fuertes de la cotización del dólar en los precios internos. Además, el control de los mercados comercializadores, especialmente el de Liniers, es clave para contener presiones de costos del ganando en pie en los precios en mostrador, que incluye monitoreo de los principales actores del mercado para evitar maniobras especulativas.
El gobierno de Macri desarticuló cada una de esas herramientas de intervención pública con la promesa de aumentar el stock ganadero, incrementar el peso de faena (más kilos por animal), bajar los precios por la mayor producción (faena) e impulsar las exportaciones.
Pese a la campaña de desinformación de los actores del mundo ganadero, el resultado no fue ese: el stock ganadero apenas subió 4,9 por ciento (2,5 millones de cabezas), la cantidad de cabezas faenadas aumentó 14,5 por ciento porque en 2019 se aceleró con la megadevaluación macrista (en realidad, el promedio 2016-2019 fue de sólo 6,0 por ciento en relación a 2015), el precio promedio de faena casi no tuvo variación (+0,4 por ciento), y el precio promedio de venta al público de un corte clásico (el asado) subió 276 por ciento.
O sea, con la más amplia desregulación y liberación del mercado no se produjo un boom de la ganadería, y sí, en cambio, una disparada de precios al consumidor y un desorden en su funcionamiento.
China
Las exportaciones de carne tienen plazas tradicionales: Unión Europea, Israel y otros países que consumen cortes de alto valor (por ejemplo, Cuota Hilton). Del monto total de ventas al exterior, el 15 por ciento tiene ese destino. En los últimos años se incorporó China, que desde 2015 fue aumentando las compras hasta representar el 75 por ciento del total exportado. Desde entonces, esos despachos subieron casi 1200 por ciento y se trata de cortes de bajo valor.
La pérdida de consumo de las familias (la caída per cápita anual) es casi igual al volumen de exportaciones a China. Como se mencionó, entre 2015 y 2021 las exportaciones pasaron del 7,7 por ciento de la producción al 29,1 por ciento. En ese período sumaron 7400 millones de dólares, apenas el 3 por ciento del total de las exportaciones.
Analistas ganaderos explican que por cada 100 mil toneladas de carne exportada se pierde 2,18 kilos de consumo per cápita en el mercado doméstico. Calculan que para recuperar el consumo de 2015 se tiene que volcar al mercado interno el 70 por ciento del volumen exportado en 2020, porcentaje similar a los despachos hacia China.
Tradicionalmente a China se despachaban rezagos de carne congelada que no afectaban el consumo local. Ahora se vende el eslabón más bajo de la cadena ganadera (vaca vieja o dura). La hacienda tiene distintas categorías: las de mayor consumo interno son novillo, novillito y vaquillona; las de exportación a Europa son novillos especiales y mejorados; y por último se ubican las vacas con carne de menor calidad, que son las que principalmente se están exportando a China.
Los precios de cada categoría se encuentran correlacionados. El funcionamiento básico del mercado indica que el aumento en el nivel más bajo arrastra a todos los demás y las vacas (exportadas a China) es el piso de esa cadena de valor. El aumento de la demanda de esa categoría entones empuja para arriba el resto.
Medidas
En el Ministerio de Desarrollo Productivo y específicamente en la Secretaría de Comercio Interior tienen un diagnóstico certero del mercado ganadero y una estrategia definida para ordenar la actividad.
Se fortaleció el Acuerdo de Carne, vigente desde el 12 de mayo hasta fin de año, garantizando el acceso al consumidor a precios accesibles en los principales supermercados del país, en carnicerías y en el Mercado Federal Ambulante. El objetivo es ampliar todavía más ese acuerdo para garantizar abastecimiento y precios en descenso.
Para frenar la subfacturación de exportaciones la Aduana avanzó en la publicación de los valores referenciales de exportaciones y en la identificación de casos irregulares.
En ese frente están probadas maniobras ilegales de firmas informales y las evidencias obtenidas por los funcionarios lo corroboran: mientras la misma categoría de carne (vaca) en Brasil es vendida a China a 4,7 dólares por kilo, el registro de los despachos desde Argentina hacia ese mismo destino es 3,3 dólares por kilo.
Según informes del Indec, ese mismo valor era 4,9 dólares en 2019. Con aumento de costos y suba internacional de las materias primas no es posible que esos sean precios de mercado, lo que indica probable subfacturación de exportaciones. Se creó una comisión mixta (Ministerio de Agricultura, Ministerio de Desarrollo Productivo y organismos de control) para actualizar los valores de referencia de la exportación.
Se impulsó el régimen de cuarteo, que es un nuevo esquema de comercialización para reducir las distorsiones de precios que implica el sistema de distribución por media res y que entrará en vigencia a partir del año próximo.
El consorcio de exportadores (ABC) propone limitar las firmas “sin fábrica” (operadores informales que subfacturan exportaciones, ingresan dólares sin declarar y obtienen así rentabilidades extraordinarias) y promete que, de ese modo, se recuperaría para el mercado interno el 35 por ciento de las exportaciones a China.
Mientras tanto, hasta ordenar el funcionamiento de la actividad, el cupo de exportación hacia China es una medida provisoria que facilitaría su normalización.
Ingresos
El precio de la carne está en niveles muy elevados en relación con los ingresos de la mayoría de la población. Lo mismo pasa con el resto de los alimentos.
Son necesarias medidas específicas para frenar los aumentos, además de combatir maniobras fiscales y cambiarias fraudulentas. Pero una cuestión básica de la actual dinámica inflacionaria reside en que los ingresos no han podido comenzar un sendero consistente de recuperación en términos reales.
Como ilustró Claudio Scaletta en un reciente artículo en El Dipló, "el problema no es que la carne esté cara, cualquier sea la razón, sino que los salarios son muy bajos, y que la pandemia abortó su recuperación apenas había comenzado".
Es obvio que en pandemia no es posible recomponer la pérdida acumulada en los cuatros años del macrismo y en el primer año de la crisis del coronavirus. Sin embargo, la clave en este proceso es orientar la tendencia para esa recuperación que llevará varios años, como sucedió en la última gran crisis del estallido de la convertibilidad. Como antecedente, recién a mediados de 2007 el salario promedio formal alcanzó el nivel de agosto de 1998, cuando comenzó una larga recesión con estallido económico, político y social en 2001/2002.
El shock de precios de alimentos debe ser atendido entonces también con un shock en los ingresos de gran parte de la población.