“No hay fortuna en la Argentina que no esté manchada de sangre”, dice un personaje de La mejor enemiga (Alfaguara), de Sergio Olguín, la cuarta novela policial protagonizada por la periodista Verónica Rosenthal. El exdirector de la revista donde ella trabaja, Nuestro Tiempo, está investigando los vínculos de los poderosos con el mundo del delito. “Hay de todo como en botica: tráfico de influencias, servicios secretos internacionales, vínculos con el Estado argentino y medios de comunicación cómplices”, dice Andrés Goicochea, antes de ser ejecutado a sangre fría junto a su expareja. En la compleja trama que deberá resolver Verónica Rosenthal, irrumpirá un personaje acusado por organismos de derechos humanos israelíes de haber cometido crímenes de lesa humanidad en Gaza, un lugar donde “las tropas israelíes (…) vengaban la muerte de un soldado propio matando a decenas de civiles, ancianos, mujeres y niños”, se afirma en el prólogo de la novela.

Los policiales de Olguín protagonizados por Verónica Rosenthal despliegan el vértigo de la vida y generan adicción: una vez que el lector se zambulle en las páginas de la novela no puede dejarla más. No hay abandono posible porque la tensión se mantiene de principio a fin; hay que leer hasta la última palabra, como si una parte del propio destino se cifrara también en esa lectura. El personaje de Verónica va madurando libro tras libro y su ética periodística como investigadora tiene que sortear, nada más ni nada menos, un obstáculo cada vez más evidente: cómo el trabajo periodístico se ve afectado por los intereses económicos y políticos de las empresas periodísticas, muchas veces dirigidas por empresarios ajenos a los medios de comunicación.

Verónica Rosenthal apareció por primera vez en La fragilidad de los cuerpos (2013) y continuó en Las extranjeras (2014) y No hay amores felices (2016). “Cuando decidí que iba a escribir varias novelas, lo que tenía claro es que ese personaje iría cambiando con el tiempo”, cuenta Olguín, escritor y periodista que fundó la revista de cultura V de Vian, fue cofundador y el primer director de la revista de cine El amante, director de la revista literaria La mujer de mi vida y autor de novelas como Lanús, Filo, 1982 y Oscura monótona sangre, con la que ganó el Premio Tusquets en 2009, entre otras. “La Verónica de La mejor enemiga ya no es esa chica de treinta años que no se preocupaba por los afectos, sino que es el alguien que está más consciente de lo que le va sucediendo a su cuerpo y al vínculo que tiene con los otros. Hay una diferencia bastante grande con la Verónica de No hay amores felices, que se pelea en una fiesta con una novia de Federico, y esta Verónica, que tiene otras actitudes hacia situaciones afectivas complejas. Uno de los atractivos para continuar con la serie de Verónica es ver cómo va evolucionando con los años. Me encantaría saber (no lo sé todavía) cómo va a ser Verónica a los cincuenta”, plantea el escritor en la entrevista con Página/12.

-“La mejor enemiga” parece postular que el mejor periodismo se está haciendo por fuera de las redacciones. ¿Por qué las mejores investigaciones se desarrollarían al margen de las instituciones periodísticas tradicionales?

-Gran parte de lo que se investiga en la novela tiene que ver con la redacción de Nuestro Tiempo. La distancia es una ventaja para poder llegar a conclusiones a las que no llegarían si estuvieran en la redacción. Una investigación periodística remite siempre a un trabajo en la calle; no se puede hacer periodismo buscando información solo en Google. Hay un cambio de paradigma alrededor de lo que es una investigación periodística y en eso Verónica, Rodolfo y María Magdalena reivindican esa forma antigua pero muy efectiva de hacer periodismo que es ir al lugar de los hechos, tratar de hablar con los testigos, buscar fuentes donde no hay; uno cree que está todo en Internet y no es así. Es una reivindicación del periodismo que conocimos en las redacciones. Evidentemente con una redacción o sin una redacción, gran parte del buen periodismo se hace en la calle.

-No es tanto un cuestionamiento a la redacción, sino contra las líneas editoriales, porque la versión de “Nuestro Tiempo” ante el asesinato de Goicochea y Viviana es que fueron casos de inseguridad.

-Es muy difícil que los periodistas se rebelen contra la línea editorial del medio en el que trabajan. Hay una especie de obediencia ciega muchas veces aceptada a regañadientes de seguir la línea editorial del medio periodístico. El margen para que un periodista se manifieste de manera independiente de los intereses de los dueños del medio es cada vez más difícil en Argentina. En este sentido, la novela abandona el género policial y se convierte en una novela de ciencia ficción, donde los periodistas pueden investigar algo en lo que están comprometidos los dueños del medio en el que trabajan. Hay cierta añoranza de ese periodismo que no respondía a la gerencia de Recursos Humanos de los medios, sino que respondía al compromiso que tenía con los lectores.

-¿Por qué al final de la novela Verónica deja “Nuestro Tiempo” para trabajar en un nuevo medio digital: “Malas Noticias”?

-Hay una evolución de los medios; gran parte del periodismo que se hace en la Argentina y en el mundo pasa por lo digital. Hay muchos medios digitales que se han destacado por su calidad en los últimos años. Ya estaba planteado en No hay amores felices una situación de conflicto del medio con los periodistas porque no se pagaba lo que los empleados necesitaban y por las situaciones de precariedad laboral; todo eso que los que tenemos amigos periodistas o que somos periodistas sabemos muy bien cómo funciona. El grupo duro de los amigos de Verónica, los compañeros de trabajo con los que ella organiza sus investigaciones, se van a trabajar a un medio digital. No podía ser un medio de papel porque es muy difícil hoy por hoy que haya un medio de papel nuevo; es un clima de época esa decisión que tomé de que se vayan a un medio digital.

-En la novela aparece un personaje muy turbio, un ex torturador israelí que mató a niños en la Franja de Gaza, un conflicto que se reactualiza. Pero también el tema de Israel y Palestina está en la historia del abuelo de Verónica Rosenthal. ¿Por qué buscaste narrar los antepasados de Verónica a la par de un presente donde aparece la masacre de Israel en Gaza?

-Hace mucho tiempo que quería contar la historia de la infancia de Verónica y de su abuelo. En principio, iba a estar en No hay amores felices, pero después me di cuenta de que había muchas tramas en esa novela y decidí postergarla para la novela siguiente. El abuelo es un judío polaco que se va primero a Palestina y después viene a la Argentina; es un militante comunista, sobre todo en su juventud, pero mantiene esa actitud en contra del sistema (tiene una cosa más anarquista que comunista). La historia del abuelo me pareció que estaba bueno vincularla con el desarrollo de la comunidad judía primero en Palestina en los años 30 y 40, y después con ciertas cuestiones de la comunidad judía que se desarrolla alrededor del club Atlanta y su dirigencia en los años 60, y que tiene como contracara unos grupos de autodefensa que se formaron a fines de los 60, en un momento en el que el antisemitismo en Argentina había crecido muchísimo. A su vez me interesaba ese vínculo que se estableció con la embajada de Israel y su participación en tándem con la embajada de Estados Unidos y su influencia en los medios argentinos. Y esto me llevaba a tener que hablar de Palestina y de cómo los medios tratan el tema de Palestina e Israel, donde muy pocas veces se nombra a Palestina; parecería ser que Palestina no existe y lo que existe es Gaza o Cisjordania. Si ataca Israel, es el ejército israelí. Si ataca Palestina, es Hamas; nunca son los palestinos. Hay una intencionalidad discursiva que exacerba los prejuicios y el odio hacia los palestinos, a los que se menciona como “fanáticos musulmanes”, cuando es una comunidad que no sólo está formada por musulmanes, sino también por los maronitas y a su vez hay una comunidad judía en Israel muy grande que está a favor de la causa Palestina y que ha denunciado los desastres que ha hecho el estado israelí. Cuando escribí el prólogo de la novela, que transcurre en Palestina, en la Franja de Gaza, utilicé muchos elementos accesibles que están en Wikipedia, en Médicos sin Fronteras, sobre situaciones vividas por el pueblo palestino. Este tema es de una actualidad recurrente; no es la primera vez que Israel masacra al pueblo palestino.

-¿Cuáles son las causas por las que se intenta presentar al pueblo palestino como terrorista, como si fueran solo el Hamas? ¿Por qué se borra una identidad que es mucho más diversa?

-Hay un ensayista, Ilan Pappé, que tiene un libro, La limpieza étnica de Palestina, y en ese título está la idea no solo de matarlos sino de quitarlos del lugar. Así también se destruye a un pueblo, quitándole el valor, quitándole su identidad. Esa limpieza étnica es una limpieza del lenguaje de la que los escritores nos podemos hacer cargo también. Lo que yo puedo hacer como escritor es recuperar el valor de la palabra para poder nombrar aquello que otros intentan acallar desde lo político. Hay una intencionalidad de borrar y matar a los palestinos, de destruir sus casas, destruir sus hospitales y escuelas, y también hay una intencionalidad de rebajar al pueblo palestino a la categoría de terroristas, de fanáticos religiosos, cuando en realidad es un pueblo que está siendo acosado por los mayores ejércitos del mundo.

-Al género policial se lo suele cuestionar por la ausencia de mujeres reales. Cuando aparecen personajes femeninos son prostitutas o tienen papeles estereotipados y menores. ¿Cómo te resulta la experiencia de escribir sobre una periodista de investigación como protagonista principal?

-Entrar en la vida de Verónica y tratar de pensar desde la lógica de un personaje mujer me produce mucho placer, mucha diversión, que creo que no lo sentiría si fuera un personaje masculino. La gracia de escribir estas novelas es tratar de comprender hacia dónde va este personaje femenino que tiene la intención de restaurar algo de verdad y de justicia alrededor de algún hecho delictivo. Eso me resulta muy motivador a la hora de escribir. El policial negro era muy machista; los personajes femeninos siempre eran muy estereotipados (la prostituta, la mujer fatal, la mujer débil o la mala). Eso se empezó a modificar en el policial sueco con las novelas de Stieg Larsson y Liza Marklund. Marklund tiene un personaje femenino que es una periodista que investiga; por suerte la leí después de haber inventado a Verónica, si no hubiera sentido que no podía hacer algo similar. Las novelas de Larsson tienen una mirada muy acorde a los nuevos tiempos con respecto a los personajes femeninos y eso me maravilló: la posibilidad de ver un policial donde las mujeres no eran solamente el decorado de la historia, sino que generaban la historia. Si uno ve el policial nórdico, va a encontrar muchos ejemplos en los que los personajes femeninos ya no ocupan lugares menores, sino que son protagonistas.

-El policial o el género negro que se está escribiendo en Argentina, ¿se está alejando de esos estereotipos?

-Sí, el género policial siempre fue muy rico y ha acompañado los cambios de la narrativa argentina. Ahora se nota más la presencia de autoras mujeres que han enriquecido notablemente el género, como Claudia Piñeiro, María Inés Krimer, Florencia Etcheves, Paula Rodríguez y Dolores Reyes (y seguramente me olvido de varias). En el género policial argentino hay una riqueza de miradas femeninas que influye en los autores varones.

-¿Cómo sigue Verónica Rosenthal?

-Uno de los planes que tengo es escribir una novela de Verónica vinculada con el policial sueco. O sea hacer una novela sueca con Verónica, trasladarla por alguna razón a Suecia. Después tengo dando vueltas en la cabeza otras dos historias de Verónica, pero todavía no sé bien el orden, porque tiene que ver no solo con que es importante lo que investiga sino las consecuencias que esa investigación deja en ella. La felicidad nunca es motivo de narrativa; tiene que haber siempre una incomodidad.

Las películas de Verónica

 

Sergio Olguín (Buenos Aires, 1967) fue coguionista de la película El Ángel (2018), inspirada en la vida del asesino en serie Carlos Robledo Puch, dirigida por Luis Ortega. El personaje de Verónica Rosenthal ya tuvo su miniserie en 2017, La fragilidad de los cuerpos, el mismo título de la primera novela, dirigida por Miguel Cohen y protagonizada por Eva de Dominici, Germán Palacios y Juan Gil Navarro, entre otros. “Hay un proyecto de una productora belga de hacer una película con La fragilidad de los cuerpos, y también hay otro proyecto de película con Las extranjeras, que sería realizada por una productora argentina asociada con productores extranjeros”, cuenta el escritor y aclara que si se confirma la película de Las extranjeras va a depender de lo que decida la productora, pero reconoce que le gustaría participar en la escritura del guion. Junto a Rodolfo Palacios y Luis Ortega está trabajando en el guion de una nueva película.