Sophia Amoruso es una self-made woman norteamericana que, contra algunas ventiscas y pequeñas olas, logró el gran sueño americano: éxito, fama, dinero. Y en sus tempranos veintes, colmo de la picardía. Hija de padres de clase media, el meteórico ascenso de la joven díscola comenzó una década atrás, cuando tuvo gran idea gran: vender la pilcha vintage que compraba por pocos billetes en tiendas de segunda, tercera mano por montos engordados, vía eBay. Y así, dotada de conocimientos básicos de HTML, el libro (choreado) Starting an eBay Business for Dummies y joyitas fashion que iba rescatando (y en ocasiones, alterando), comenzó su mítica Nasty Gal Vintage, tienda online bautizada en tributo al disco que la cantante funk Betty Davis grabara en el 75. Que gracias a las redes entonces disponibles (MySpace primero, luego Facebook) y la vendedora viveza de Sophia, amasó un fiel séquito de compradoras, y aseguró un promisorio porvenir. Que continuó en 2008, cuando Nasty Gal abandonó las arcas de eBay y devino página propia: una arriesgada decisión que inmediatamente supo exitosa, en tanto que todas, todas las prendas volaron el ¡primer! día de su virtual inauguración. Y Nasty Gal siguió creciendo, llegando a contratar 300 empleadas, ampliando catálogo con creaciones propias y prendas de diseñador, llegando a facturar más de 100 millones de dólares en ventas. No por nada, Sophia fue incluida entre las mujeres más ricas de Estados Unidos cuando apenas arañaba los 32...
En 2014, de hecho, para celebrar su contundente éxito, escribió Amoruso un libro de memorias que, además, se proponía biblia de negocios para inexpertas jovencitas con sed de gloria: #Girlboss (yes, hashtag incluido), que lógicamente fue best seller. Allí, además de lanzar recomendaciones especialmente craneadas para la generación millennial, rogaba a las lectoras: “Nunca jamás abandonen a sus freaks interiores”. Alzándose ella misma como heroína atípica, machacando sobre sus atracos menores en tiendas, donde robó desde libros hasta ¡parrillas!; cómo comenzó a leer ejemplares sobre emprendimientos a los 9 y se volvió “presidenta” de los puestos de limonada de su cuadra a mediados de los 90; el trastorno por déficit de atención con el que fue diagnosticada en sus años mozos; el modo en que abandonó sus estudios siendo teen; la actitud punk-rock de quien se sumerge (literalmente) en tachos de basura para hacerse de algún tentempié por mera gula; el no haber podido sostener un trabajo por más de 6 meses... Pero que laburó, laburó: vendiendo plantas y zapatos ortopédicos, en tintorerías, en restaurantes, en negocios de jardinería, como recepcionista en una escuela de arte por 13 dólares la hora; también repartió periódicos, fue niñera. “Una #Girlboss es una persona que se hace cargo de su propia vida. Ella consigue lo que quiere porque trabaja para ello”, aseguraba en su guía de triunfo la gurú de ventas, que se refería a Girlboss como a “un filosofía, un sentimiento, un modo de vida”.
Y es precisamente en Girlboss –el libro– en el que la homónima Girlboss –flamante serie de Netflix– se inspira (ligeramente) para contar la ficcionalizada y estilizada historia de Amoruso. Protagonizada por Britt Robertson, creada por Kay Cannon (Pitch Perfect), producida por Charlize Theron y la propia Sophia, la tira se propone como la gran apuesta feminista de la señal streaming, reivindicando a Amoruso como role model para la nueva generación. Lo, por lo menos, incómodo es que el programa ha salido pocos meses después de que Nasty Gal se declarara en bancarrota. Y de que un derrotero de denuncias de ex empleadas señalara a la empresa por malos tratos, por clima hostil en el trabajo, por despedirlas al solicitar licencia de embarazo... Cierto es que Amoruso renunció al puesto de CEO dos años atrás, argumentando que su espíritu creativo no podía florecer a gusto entre tantas responsabilidades cotidianas. Pero cierto (bis) es que continuaba siendo su firma; imposible que no estuviera al tanto de tan sonados “problemas”…
Para The Telegraph, de UK, el problema es cómo Netflix ha intentado instalar a su flamante propuesta: “El servicio de streaming está pintando a Girlboss como la historia de una pionera feminista poco convencional, pero mejor hubiera sido –y no tan moralmente peligroso– que adoptara un enfoque diferente: evitar establecer a Amoruso como un modelo a seguir y presentarla como lo que es, una antiheroína intransigente”. Y según Julia Raeside, de The Guardian, la serie sencillamente “confunde ser horríficamente mega-consentida con ser una millennial asertiva”: “la Sophia ficcional es una selfie andante, quejándose todo el rato por tener que trabajar para vivir”. Elemental, narcisista, frívola, egomaníaca: otros epítetos que le han extendido. Sin que siquiera falten las voces que atacan a Girlboss por sacar poquito brillo a uno de sus atractivos principales: la pilcha...
Respeto a la self-made Sophia, continúa dando pautas para que otras muchachas se animen a triunfar. Tiene un segundo libro fresquito, Nasty Galaxy, y ha lanzado una web también intitulada Girlboss, que además de contenido empoderador, acciona cual fundación que otorga becas a creativas de 18, con aspiraciones a las artes musicales, del diseño, la fotografía, la moda. “El éxito no va en una línea recta. Ahora mismo estoy intentando descifrar cómo continuar, pero espero nunca descifrarlo del todo”, dice Amoruso. Su marca registrada, después de todo, es ella misma. Y habrá de sacarle rédito con ambición y empuje, a como dé lugar.