“Me visto para la imagen: ni para mí, ni para el público, ni por la moda, ni para los hombres”, declaró en cierta ocasión Marlene Dietrich (1901-1992), leyenda del séptimo arte, reina de la sofisticación, garçonne y vampiresa. Dueña de una sonrisa “digna de las arcaicas diosas griegas”, según anotó el escritor alemán Franz Hessel, su primer biógrafo; cultora de un look andrógino, pionero, que alternaba fracs, esmóquines y singulares uniformes de húsar, sin rehusar por ello a las pieles de leopardo ni a las de armiño. “Aunque era conocida la dedicación y disciplina que volcó en su oficio, lo hizo rompiendo barreras sociales, abogando por la independencia femenina”, destaca hoy la historiadora Kate C. Lemay, responsable de la que será “la primera gran muestra estadounidense dedicada a la actriz y cantante”. Al menos, así lo anuncia la también comisaria de la National Portrait Gallery, en Washington, a cargo de la curaduría de la inminente Marlene Dietrich: Dressed for the Image, que podrá visitarse –en DC– partir del 16 de junio.
“La estrella nacida en Alemania sigue siendo un símbolo de la lucha contra el nazismo, un ícono de la moda y una figura influyente de la comunidad LGBTQ”, resume la galería, que homenajeará a la carismática diva, “una mujer de muchos contrastes” (Lemay dixit), a través de más de 45 adminículos, entre ellos: misivas de su puño y letra, clips de películas como El ángel azul (1929), Marruecos (1930) o Siete pecadores (1940), imágenes de la artista (entre ellos, los retratos que le tomó Irving Penn)... Rindiéndose irremediablemente al encanto de quien fuera “la estrella más grande de Hollywood en una época en la que el cine sonoro todavía era incipiente”, advierte la National Portrait Gallery, sin dejar de mencionar cómo MD “capturó los corazones de los hombres y la admiración de las mujeres dentro y fuera de la pantalla, desafiando además las nociones de feminidad estrictamente limitadas de la época a través de su estilo de vida y moda”. Lanzando, por cierto, parlamentos que ponen a la fecha los pelos de punta; por caso: “Hago que el mar se encrespe, logro que la jungla arda. Soy una mala influencia”. ¡Ay, Marlene!