Desde Guayaquil a Madrid puede haber 250 páginas de distancia si se disfruta de la lectura de De América, el libro escrito y editado por el periodista y escritor argentino Alejandro Droznes. Viajó por el continente, se hospedó en hostels y habitaciones de bajo precio, probó comidas tradicionales y presenció partidos de Copa Libertadores y Sudamericana protagonizados por equipos grandes y otros de condición humilde. El objetivo del trabajo no era analizar los partidos sino lo que se generaba a su alrededor, según las costumbres de cada ciudad anfitriona. A esa experiencia la sumó una investigación de la historia sudamericana desde los tiempos de la conquista. Ahora, además del libro, Droznes suele publicar otras historias en sus redes sociales con @deamerica_ de nombre.
El resultado es un libro maravilloso, de muy buena escritura. El lector se encontrará con dos visiones de Sudamérica: la histórica y la cultural. Lo irrisorio, como todo lo que sucede cuando organiza la Conmebol, es que el relato de Droznes deba terminar en Madrid, a donde viajó en 2018 para ver la final copera entre River y Boca en el Santiago Bernabeu.
Los protagonistas de la investigación de Droznes no son Marcelo Gallardo ni Juanfer Quintero ni otros goleadores históricos. Son Simón Bolívar y San Martín. Los toma como eje para entender por qué esta parte del continente se dividió y deja en claro que, más allá de lo que nos transmitan los libros de historia del colegio, tanto Bolívar como San Martín tuvieron sus claros y sus oscuros.
Uno de los partidos que vio Droznes fue entre el boliviano Petrolero del Chaco y el ecuatoriano Universidad Católica de Quito. Se jugaba en Yacuiba, ciudad a la que llegó tras hacer escala en Jujuy. El capítulo es aprovechado para contar la historia de Bolivia. En cuanto llegó, cuenta Droznes, el ambiente no tenía nada que ver con el que habitualmente se ve en televisión cuando se trata de torneos internacionales. No había hoteles confortables, ni prolijos auspiciantes ni jugadores tatuados o de raros peinados nuevos. Lo que había, dice, era una cancha en la que, debajo de una de las tribunas, “alguien había colgado ropa para que se secara”. En el pasillo para entrar a la tribuna, un mendigo. En la tribuna, alumnos de guardapolvo blanco, “obviamente en excursión escolar”. Y espectadores que llevaban sus almohadones para sentirse más cómodos sobre el cemento. “Nada de esto apareció en la transmisión televisiva”, aclara el autor. Una mujer alzaba su cartel en el que se leía “fuerza equipo” y un hombre otro que decía “Fuerza Fox”. Tal vez se haya sentido un poco menos solo al mirar a la cancha: jugaba el argentino Matías Defederico, tal vez el más técnico de los 22 futbolistas.
En su viaje a Caracas lo sorprendió la multitud que vio antes del partido entre Caracas Fútbol Club y Peñarol. Enseguida entendió que ese no era público del fútbol sino del béisbol: iban a ver otro partido que se jugaba en un estadio ubicado enfrente, avenida de por medio.
Droznes también viajó a San Pablo, Brasil, para acompañar a los hinchas de Atlético de Tucumán. En Riobamba, Ecuador, se contactó con un director técnico argentino que lamentaba que “el plato nacional del jugador de fútbol sea el salchipapa”, pero nada que ver con lo que encontró después, antes de un partido: “En uno de los puestos gastronómicos pude ver un cerdo despellejado apoyado sobre el mostrador, espectáculo infaltable en aquellas latitudes”.
Un día antes de la final entre River y Boca por la Copa Libertadores, llegó a Madrid. “Después de tanto errar por los límites del imperio, un viaje a esa capital le daba a este libro un sentido último”, escribe. Acompañó a hinchas de uno y otro y se sentó en bares madrileños a comer tortilla y leer el diario, donde encontró una publicidad de uno de los auspiciantes: “Una pasión capaz de cruzar el océano”. “Entrar al estadio fue un trámite bastante prolijo. ‘Aguante el primer mundo’, gritó alguien al traspasar el último anillo de seguridad”, recuerda Droznes, quien compara el capítulo de esa final en España con los últimos años europeos de San Martín.
Con su viaje a Asunción y la lindera Luque hace una crónica de cómo se puede fracasar si uno quiere ir por las buenas a ver qué pasa en la lujosa sede de la Confederación Sudamericana de Fútbol. Inaugurada en 1998, Droznes nos recuerda sus sedes en Buenos Aires y Lima. Pero nada como lo de Luque. Mientras nos cuenta detalles de la Guerra de la Triple Alianza también nos habla de la “inviolabilidad” del edificio y los problemas judiciales tras el FIFA Gate, en 2015. Se terminaron los privilegios similares a los de una embajada. Droznes ingresó al lujoso vecino Bourbon Asunción Convention Center y recorrió salones con nombres vinculados al fútbol: Salón Copa América, Salón Copa Libertadores, Restaurante Gol Olímpico y Bar de cócteles Punto Penal. Un empleado desganado y apurado lo acompañó a recorrer este edificio. Droznes encontró en un jacuzzi a un veedor uruguayo de la Conmebol que aguardaba en el agua para presenciar un partido de Libertadores. Lujos en estado puro. Aunque nada que envidiar tenía el spa del hotel. Propiedad de la esposa de Leoz, nos dice Droznes. Se llama María Clemencia.