El arte es el mundo por segunda vez dice el artista Horacio Zabala. Y eso parece explicar en parte la exposición “El Atajo”, en la que José Luis Landet (nacido en 1977 en Buenos Aires y formado en la antigua Escuela de Arte La Esmeralda, de México), genera un mundo paralelo, propio, realizado con los restos y transformaciones del otro mundo, que es éste. El nuevo mundo posible tiene un mercado, sí: pero un mercado de pulgas, o en todo caso un mercado precario y a contrapelo del gran mercado. El proveedor fundamental de este artista es el conjunto de ‘ruinas’ y ‘sobras’ socioculturales, expulsadas hacia los márgenes por el neoliberalismo y el capitalismo financiero. De allí proviene su materia prima.
El artista va a buscar sus materiales como si arrojara una inmensa red sobre el mundo (comenzando por el entorno familiar, y extendiendo luego la trama hacia todo lo demás) para recoger aquello que había sido descartado. Ese otro mundo posible necesita nombrar todo de nuevo, lo cual requiere de un nuevo alfabeto, o en todo caso de una deconstrucción de los alfabetos existentes, de los signos, las letras, los ideogramas; una alteración de la morfología, una dislocación de la sintaxis, una reinvención del sentido y el uso. En ese nuevo lenguaje está escrito el catálogo de la exposición, luego traducido al castellano y al inglés.
Ese otro mundo posible también precisa de nuevos relatos que lo constituyan y le den cohesión, de nuevas imágenes (o de la alteración y transformación de las existentes), de nuevos usos de lo cotidiano; de un nuevo teatro (del mundo). Las reglas del nuevo mundo también son otras. Como en el célebre cuento de Borges “La lotería en Babilonia”, las leyes son un riguroso producto del azar. Ese mundo posible tiene también, por supuesto, un arte: un arte hecho por un sujeto desplazado (de su autoría, incluso de su objeto), porque lo artístico se nutre de lo menor, de lo anónimo, de todo aquello que no pasa por la circulación habitual del arte (los museos, los centros culturales, las galería, los libros), sino de todo lo demás. El arte es un método que consiste en una larga cadena de (des)apropiaciones, reinterpretaciones, recortes (y fragmentaciones), desplazamientos y transformaciones.
Una buena parte de la obra de Landet se abastece del museo de la revolución, de las publicaciones del Partido Comunista (y sus diferentes usinas) en el que militaban sus padres y su tío; de la profusa teoría política, deshojando, por ejemplo, los veinte tomos de la obra de Lenin. Recorta enciclopedias generales y científicas, revistas de divulgación. Esa cantera se compone de la fe en el progreso, del análisis, de la crítica de la realidad, de la vanguardia política, de la protesta (las manifestaciones de protesta fueron ahora, en pandemia, usurpadas por la derecha ultraderechizada). Se nutre de todo aquel pasado cargado de futuro que hoy es parte de la arqueología política. De allí, de esa escuela de la rebeldía y la transformación, pero también de la revolución institucionalizada, y de la burocracia estatal, toma muchos de sus materiales. También compra gran cantidad de obras de artistas ignotos, ofrecidas en mercaditos y las utiliza de distintos modos, reconfigurándolas.
Además, en el mundo que Landet genera con sus propias reglas, es decir, en la construcción de esa ficción, convoca a pensar y a trabajar a otros investigadores y artistas para poner a disposición sus saberes y talentos en torno de ese nuevo mundo posible. Allí, en ese “mundo por segunda vez”, en el que todo gira en torno de nuevas y azarosas reglas, una de las cuales (con valor fundacional) es el desplazamiento del concepto de autor, Landet ocupa de un modo encubierto (y por eso más ambicioso), el del gran articulador que está detrás de la escena.
“El método Landet -escribe la curadora de la muestra, Sandra Juárez- se despliega en múltiples acciones de recolección de imágenes, selección, clasificación y archivo. Escribe, hace bocetos y puebla numerosas bitácoras. La metodología se asemeja a la arqueología procesual y dirige su investigación a encontrar vestigios culturales a los que denomina ruinas civilizatorias y es a partir de estos materiales que realiza una apropiación radical y poética de las imágenes, sean estas pinturas o piezas gráficas. Toma firmas, retratos, textos y fotos, recorta, pinta y sumerge en pintura. Es a través de una particular y cuidadosa estratigrafía que con capas y estratos matéricos construye con imágenes su propia cosmogonía en la búsqueda de la esencia a partir de un horizonte propio”.
Todas las instalaciones, construcciones, pinturas, grabados, dibujos, collages, citas, apropiaciones, reproducciones, interpretaciones, etc, que configuran la muestra (en un total aproximado de cuatrocientas piezas) obedecen al mismo sistema.
Como último y gran gesto de desplazamiento, aparece la figura del héroe, del artista fundador apócrifo: el tapado, desconocido, encubierto, casi clandestino artista-faro, al que se le atribuye todo. Se trata de Carlos Gómez. Así se consigna en una de las varias publicaciones de Landet: “Carlos Gómez (Argentina, mil novecientos cuarenta y cinco, dos mil catorce), fue un artista desconocido, críptico y en los últimos años el artista José Luis Landet se ha dedicado a difundir y reconstruir su obra”.
Carlos Gómez es el motor del que emana esta compulsiva y constante destilación de obra, para conformar el mundo ficcional que la sostiene. Y para dar cuenta del universo según Gómez, el archivo (y su lógica inherente: recolección, registro, clasificación, fichaje, indización, conservación, etc.) resulta constitutivo de la producción del artista.
* La exposición "El Atajo", de José Luis Landet, se exhibe en el Museo Marco de La Boca, en Almirante Brown 1031, hasta mediados de agosto. La muestra estará abierta al público luego del plazo impuesto por las restricciones debidas a la pandemia. Consultar en museomarco.org