La soledad de las parejas, la espera acongojada de una voz humana del otro lado del tubo, lxs amigxs de una sola borrachera, lxs amigxs para todas las borracheras de la vida, la filosofía etílica entre bohemios cercanos o desconocidxs, el amarillismo íntimo, las rondas nocturnas. Y también las tragedias mínimas de la dama de entreguerras, como puede ser romperse una liga en público. Con todos esos elementos amasaba Dorothy Parker (1893-1967) un retrato agrio de la sociedad neoyorkina de la primera mitad del siglo XX. Con algo de la desclasada sospecha de ser una espectadora cercana pero nunca parte de ella y con muchos detalles de un contexto que Dotty conocía de primera mano: la vida de tertulias durante la ley seca, en la que la mayor preocupación de los mareados era, por lo menos en apariencia, en qué bar clandestino seguir la gira. No era cierto que el alcohol oscureciera la conciencia, como le decían algunos editores, menos si se lo usaba como ella, para cultivar el arte de la última palabra y de la salida chispeante.
Acercarse a su literatura hoy se parece mucho a una sumergida en una temporada de Mad Men. Con una mirada sarcástica del machismo latente y evidente de su época, Dorothy Parker se hizo un lugar en la mesa de la polémica en el bar y la puso patas arriba. Con una lengua pendenciera que no se apiadaba ni de sí misma; Dorothy fue su propio objeto de análisis o de descuartizamiento. La falta de filtro le valió más de un despido, de Vanity Fair por ejemplo, pero también la eyección de varios grupos sociales. Fue la orquestadora de Algonquín, un círculo virtuoso de amistades en estado de tertulia permanente. Fundó la liga antinazi, y fue el blanco de prohibiciones y persecución en pleno macartismo por su lucha por los derechos civiles, contra el racismo y sus simpatías rojas. Se casó y se separó hasta perder la cuenta, abortó y escribió una ficción sobre el tema que se publicó en la prensa masiva a mediados del siglo XX, se rió de su persona al punto de burlarse de su falta de éxito hasta para suicidarse.
(D) una leve aproximación a la literatura de Dorothy Parker la invoca cincuenta años después de muerta. La obra va siguiendo la progresión de un diálogo de borrachera cada vez más brumoso. De las cordialidades, la cáscara, hasta las profundidades alcanzadas a fuerza de shots. Las que hablan son dos Dorothys, interpretadas por Nadia Albarracín y Dana Crosa. La de juventud y la que espera la muerte en una habitación de hotel sin más compañía que su perro y una botella. Con dramaturgia y dirección de Silvia Oleksikiw, (D) es un viaje a las que podrían haber sido las ansiedades más oscuras de la escritora: la falta de dinero, la falta de amor –cada amante era desde el vamos un pasaje de ida para la infelicidad garantizada–, el reconocimiento negado y la devaluada imagen de la comediante que escribía por encargo, la crítica y la autocrítica, la procrastinación a la hora de sentarse frente a la máquina de escribir y, en un lugar central, la angustia frente a la que se prometía que sería su última copa. En (D) se representa el choque generacional Parker versus Parker, un recorrido a través de sus textos y los textos que otros escribieron sobre ella; y aparece más vivo que nunca su hábito de desplumar con la más encantadora saña, primero, a sus seres queridos, después, a todos los demás. (D) cuenta la historia de Dorothy hasta el final, hasta su última voluntad, que se concretó post-mortem y en forma de chiste negro: la amiga que rescató sus cenizas olvidadas después de veinte años mandó a grabar en la lápida, a pedido de la difunta Dotty, el epitafio “perdonen por el polvo”. ,
(D) una leve aproximación a la literatura de Dorothy Parker: domingos a las 19 en Querida Elena, Py Margall 1124.