Quiero que me invites a tu casa, quiero que dejemos de chatear, quiero conocer tu terraza y también creo que te quiero besar. Quiero cerrar los ojos, quiero volar, volar, que se detonen tu piel y la mía, pero creo que no va a pasar. Sigo, sigo esperándote que me llames, sigo, sigo esperando y no me llamas.
Porque sos un cagón, sé que te gusto y todo esto te aterra. Porque sos un cagón, te da miedo que se desate la guerra.
Sigo, sigo esperándote que me llames, hoy te dejé un mensaje para el WhatsApp, pero empecé a pensar que sos un salame, por eso creo, bien en el fondo, que eso nunca me va a pasar.
Que el lunes tenés que trabajar a la mañana, y el martes es el cumpleaños de tu hermana y el miércoles no tenes ganas y así van pasando todos los días de la semana.
Y yo no sé si te reís de mí, o si fue que boqueaste y te arrepentiste, entonces pienso que quiero decirte que “mejor andate, dejame así”.
(Miss Bolivia, Cagón)
La duda es una jactancia, qué duda cabe (aunque sí caben todas las dudas) antes de mandar un mensaje amoroso, una señal de gustarse, un unicornio o una perrita caniche que decodifique rasgos de ternura, pasión, alegría o diversión. La duda se enciende ante la posibilidad de quedar en una papelera virtual de ilusiones amorosas o de concretar una noche que no merezca ir a una papelera real. La duda, a veces, esconde los dedos y los guarda. Y, otras veces, los titila en busca de una coreografía por encima de los 37 grados. El placer, tal vez, nunca estuvo tan fácilmente al alcance de las manos. Y nunca se esfumó tan descortésmente como si el mismo placer no fuera una contradicción con el olvido. La duda se envalentona y se manda con un mensaje de corazones o espadas –da lo mismo y no da nada, darse o no darse–, un “¿qué haces?” casi de compromiso para mostrarse descomprometida o una foto que muestre la raya donde empiece el escote y se delaten las ganas. Y, a veces, muchas veces la respuesta no es –siquiera– ni si, ni no, ni blanco, ni negro. La respuesta es azul y titila como un flechazo de rechazo con más heridas de las que parece lógico que genere apenas una ojeadita táctil. El rechazo se vuelve mudo. Y deja muda también a la esperanza de acción, romance, besos, cita postergable o texteo hot. La maldita línea azul se impulsa desde un cuadradito que lo dice todo, pero no dice nada y va directo al corazón del amor, no solo ajeno, sino propio. A veces, también, puede disfrazarse más discretamente y tener el azul desactivado. Se ponen, entonces, un traje gris, pero el silencio artero es el mismo.
La no respuesta es una respuesta legitimada como una indiferencia valida en tiempos de coqueteo moderno donde todo vale y nada vale mucho. Poner el cuerpo y sacarlo es tan fácil como contarse todo y no contarse nada. Contar cada comida que se le prepara a los hijos, hablar de política o dónde se está a cada hora y lugar, reírse de los mismos memes o recomendarse series, mostrarse la ropa y la piel interior y, de repente, no deberse nada, ni el respeto de estar del otro lado de la línea. No se trata de sexo furtivo, de relaciones pasajeras, de touch and go, ni de sex toys. No es libertad, ni libertinaje, sino una indiferencia sistemática, repentina y unilateral que puede pasar de contarse hasta las semillas del pan de la mañana hasta la última ducha y, de golpe, desaparecer como si los fantasmas habitaran en la ausencia como golpe fatídico a un corte que no merece explicación o, a lo sumo, algún emoticón de gatitos que aúllan un desprecio sin palabras y eximido de abrazos o intercambios por despidos forzados sin derecho al pataleo. Ni siquiera un “hasta luego”.
La indiferencia es dueña de la pulseada y genera nuevas sensaciones y zozobras que ya fueron medidas por el estudio “Me clavó el visto: cómo las nuevas tecnologías pueden generar control y violencia o potenciar el amor”, de las y los sociólogos del Instituto de Investigaciones Gino GermaniMariana Palumbo, Maximiliano Marentes y Martín Boy y que fue dirigida por Mario Pecheny y en la que realizaron 25 entrevistas a jóvenes –de entre 18 y 24 años– heterosexuales de clase media del Área Metropolitana de Buenos Aires. El estudio fue publicado por la revista “Astrolabio” de la Universidad Nacional de Córdoba. “Se espera en el médico, se espera en la parada del colectivo, se espera en la entrevista laboral para un nuevo trabajo y en un embotellamiento de autos. Y también se espera en el amor: que se repita una cita, que se enamore, que aparezca el amor de la vida. La espera en las relaciones amorosas –ese tiempo suspendido, nube de expectativa y ansiedad que flota en el universo cotidiano de cada uno sin poder predecir su fecha de vencimiento, pero que además se potencia por el uso de tecnologías como Facebook y WhatsApp”, relatan desde el CONICET.
La clavada de visto reactiva una frase tonta y fatídica como la expectativa amorosa: la tensa calma de la espera de un “escribiendo” cuando se ve a la persona de la que se gusta en línea. “Lo que pasa hoy en día –asegura Maximiliano Marentes– es que hay muchas formas de mitigar y derribar esa espera. Pero a la vez es un engaño: creemos que podemos romper esa espera rápidamente, pero como a la vez no se rompe, si yo puedo ver que el otro no me está respondiendo, se fabrican otras esperas, más dolorosas”. El polemiza sobre estos trazos que no aparecen como un golpe pero que también desdibujan los límites entre amor y maltrato: “Hay algo de lo que pasa en el amor en términos generales en torno a cómo lo definimos y cómo debería ser –agrega Maximiliano Marentes–. Estamos acostumbrados a decir que si hay violencia no es amor, pero nosotros nos paramos un poquito más atrás, y vemos que si en todos estos vínculos hay escenas o rispideces, tensiones, entonces son parte del amor. Las relaciones son más porosas de lo que acostumbramos a pensar”.
Mariana Palumbo deshoja estas nuevas rispideces a través de las nuevas tecnologías que no son similares a la violencia física pero que tampoco son inocuas: “No son violencias extremas, como los feminicidios, pero sí son primeras violencias, más cotidianas e invisibilizadas, que deben tenerse en cuenta. Como son parte de lo amoroso la gente no se escandaliza, pero al analizarlo y verlo seriado se ve un problema: las redes sociales disparan los celos y control en la espera, con mucha vehemencia y de modo vertiginoso”.
En este sentido, la nueva prueba de amor -que en algún momento fue la entrega de la virginidad y en otro ceder al no uso de preservativo como escala superior, y nociva, de la elección amorosa- ahora es entregar (o no) la contraseña de Facebook entre los y las jóvenes. “Se toma como una prueba de amor. El amor romántico tiene muchos elementos violentos, de control y celos. Pero también, a partir de estas prácticas violentas, los jóvenes reactualizan su amor porque si finalmente brindan su contraseña, dan a su pareja una señal de confianza”, advierte Mariana Palumbo.
Casarse y tener hijos como modelo de amor y familia único: tedioso y esclavo, pero claro. Querer cambiar el mundo y empuñar las aventuras y los ideales juntos pero con la palabra compañero y compañera en la boca y en el cuerpo como arma de lucha. Descontrolar y probarse, saberse en la noche y disfrutar sin ataduras, sin riesgos de enamoramientos, pero tampoco de filos de idas y venidas más que encuentros fugaces. Los modelos clásicos, revolucionarios y liberados perimieron en su estructura cerrada y los mandatos de nuevas mujeres conviven con hombres viejos -aunque sean jóvenes o maduros- que no movieron su chip frente a chicas que van por todo. Así se conjugan ideales de amor de película de Disney donde el beso termina con perdices (a las que, en general, nadie probo con su propia boca) y desaprensiones que implican contactos no solo sexuales, sino textuales, emocionales y cotidianos sin ningún reparo en romper sin ningún aviso. Frente a este escenarios los desencuentros son los más vistos.
Marentes ahonda sobre la diferencia entre mujeres y varones frente al impacto de la clavada de visto: “La retórica de la espera es más feminizada. Quienes más detalles dan sobre las esperas son las mujeres y los varones gays. Los varones heterosexuales tienden a minimizarlo, al menos en su discurso”. Una diferencia generacional enorme es que los varones fueron criados para cabecear y sacar a una mujer a bailar y –con muchos vaivenes– la posibilidad de la frustración o el rechazo también forma parte de su educación amorosa. En cambio, a las mujeres se les enseñó que deben ser conquistadas y elegir entre sus pretendientes. Ese esquema que parece de Cenicienta no cambió demasiado en la cultura pop que se trasmite de amiga retadora a amiga retadora al grito de “vos no le escribas”. Sin embargo, hoy las chicas avanzan más y eso sí es una modificación gigante. No necesitan que les calce el zapatito para ir a buscar baile. “Las mujeres están más dispuestas a empezar el vínculo o insistir”, destaca.
No quiero vivir esperando un Guatsap
Ya no me contesta ni un solo mensaje. Me dejo de garpe una vez más. Y hoy no está. Me metió un chamuyo re gigante. Me dejo manija. Y ahora se va. Esto ya no tiene ningún sentido. No quiero vivir esperando un guatsap o que quieras hablar.
Pasaron los dias y no volviste. No me llamaste no me escribiste. Pero en guatsap siempre te conectabas.
Y donde está? No se, no quiere aparecer. Antes mandábamos guatsap hasta el amanecer
¿Y ahora que flasheas? Ni un texto contestas. No seque hice o que paso. Pero me fantasmeas.
Ahora abrazate vos solito hasta la vista baby. No va mas. No quiero vivir esperando un Guatsap
(Esperando un guatsap / Megath - Leo García)
“Clavar el visto es la expresión contemporánea de un viejo malentendido. La velocidad y facilidad de la comunicación (casi simultánea y universal) sumada a la distancia hace interpretar como desinterés la dilatación de la respuesta. Pasaba con los mensajes telefónicos y antes aún con las cartas. Lo cierto es que las razones para leer y no responder pueden ser muchas, incluyendo –claro– el estar en lista de espera de otras prioridades. El mito del amor romántico nos hace pensar que ese mismo amor que nos juró que éramos lo más importante de su vida y que iría a alcanzar la luna para ponerla a nuestros pies, bien podría evitarnos la angustia de las rayitas azules. Pero chicas, a veces lo urgente supera lo importante. En venganza, tal vez, veo muchas parejas que estando físicamente juntas están cada cual absortxs en su teléfono. ¿Qué se está clavando entonces?”, se pregunta la filósofa feminista Diana Maffía.
Yo también puedo jugar ese juego
Aclaro que no somos nada pero si fuera por mí hubiésemos sido todo...hasta ese minuto que te escribí un mensaje preguntando si te pintaba salir conmigo y la clásica respuesta... “hoy salgo con mis amigos”.
Ah bueno entonces listo, te clavo el visto y nos vemos...
Mira si me voy a quedar en casa metida en la cama con el pijama y vos de gira pasándola bien
justo la noche me está llamando el taxi en la puerta me está esperando
yo puedo jugar ese juego también...
(La noche no es para dormir / Mano arriba)
La escritora feminista española Coral Herrera Gómez es Doctora en Humanidades y Comunicación y la autora de “La construcción sociocultural del amor romántico”, de Editorial Fundamento. Ella lleva adelante un Laboratorio del Amor desde su web donde imprime un feminismo práctico en el que el amor, el duelo, la construcción y el enamoramiento tienen un lugar de respiro o sororidad frente a pasiones que, muchas veces, elevan y, muchas otras, destartalan todas las construcciones clásicas y renovadas. Ella reflexiona sobre el padecimiento de la clavada de visto como forma de indiferencia amorosa: “El problema está en que las mujeres nos han educado en la cultura que asocia el amor romántico con el sufrimiento y la renuncia. Esto nos hace mandar mensajes a alguien con quien tienes un coqueteo o un vínculo y que no te contesta. El problema es que la autoestima de las mujeres es muy frágil porque está construida sobre el reconocimiento de los hombres. Si un hombre que te gusta te hace caso te sientes guapa y que mereces la pena y estas alta en el ranking y si el hombre no te ofrece el trono de la mujer más increíble te hundes en la miseria. Si la autoestima baja aumentan los celos, la inseguridad y el complejo de inferioridad y hace muchísimo daño”. Pero Coral tiene el don de combinar la mirada de lejos con las palmaditas imprescindibles para salir adelante y regala una frase de su abuela: “Al enemigo que huye puente de plata” para arengar que “al tipo que no quiere estar contigo que se vaya rápido y se vaya corriendo porque no merece la pena”.
Coral cree que la indiferencia tecnológica en donde la mujer pasa de ocupar un lugar de seducción a no ser nadie –un fantasma sin entidad– también es una forma de maltrato. “No contestar los mensajes es una forma de maltrato total y absoluto. Es curioso porque muchas mujeres no lo interpretan como violencia. Es tomado como una forma de seducción del juego amoroso. Y no: es una forma de disciplinamiento espantoso”. ¿Cuál es el efecto de la indiferencia? “Ante el desprecio y la indiferencia, que es una forma muy potente de hacer daño, la solución está en el feminismo, en el empoderamiento individual y colectivo, creerse que una vale independientemente de que le gustes a un tío o no. Hay que apuntalar muy fuerte tu autoestima para que no dependa de absolutamente nadie. Se va muchísimas energía de las mujeres en obtener ese reconocimiento. Cuando alguien no te contesta los mensajes por mucho tiempo es fundamental darle pasaporte y romper ese vínculo porque cualquier relación de maltrato nos pone tristes y nos quita las energías. No merece la pena perder tiempo en un tipo que no te contesta, te contesta mal, te contesta tarde o se hace el interesante. En la idea machista y patriarcal está que cuanto más le muestras desprecio a una mujer ella más se empeña en ser querida. Y no. Si te encuentras con un tío que te dice que no te enamores de él hay que echarse a correr en dirección contraria. El feminismo es un buen instrumento. Hay que empoderarse y entender que una se merece un tipo que le conteste los mensajes, que sea claro, honesto y constante y no que sea cariñoso solo cuando quiera follar y utiliza esta estrategia para tener a las mujeres de rodillas. Hay que alejarse de la gente que no te trata bien porque si no se cae en el masoquismo romántico”.