La memoria tropieza con la punta de la lengua. “El perro tiempo me tira del ruedo del vestido para que me levante. Me huele distraída, lo sacude y lo rompe. Tiro del vestido, se lo saco de la boca. Lo empujo con el pie. El reloj aúlla, gruñe, se defiende. Así descosida voy por la casa, llena de pedidos mudos, de cosas sin terminar, de telarañas frescas”, dice Carolina, una mujer mayor, ama de casa, casada y con un hijo, que tiene que anotar en papelitos “las instrucciones para evitar el derrumbe”. En su primera novela Otras cosas por las que llorar (Tusquets), Luciana De Luca construye un monólogo luminoso sobre una mujer que intenta exorcizar el miedo a la desmemoria, con una cadencia en el decir que destila, sin desbordes melodramáticos, la tristeza por los recuerdos que se extravían en el agujero negro de la vida.
De Luca nació en Buenos Aires en 1978 y vivió en la ciudad de Santa Fe hasta los doce años. Otras cosas por las que llorar es una novela bella, con una voz tan singular que Carolina permanece como esos personajes cuyas heridas nos acompañan. “La historia está basada en mi abuela paterna, que se llamaba Carolina. Mi abuela tuvo un deterioro neurológico y cognitivo, y yo vi cómo se iba desarmando, como una montaña de tierra que se desmorona de a pedacitos”, cuenta la autora de los libros de literatura infantil y juvenil Soy un jardín (2017) y Ratón de Biblioteca (2019), traducido al inglés y al coreano.
-El médico le sugiere que anote “las instrucciones para evitar el derrumbe”: “Hágase escribiendo”, le dice. ¿Se puede aplicar esta recomendación en tu caso? ¿Te hiciste escritora escribiendo?
-Sí, me hice escribiendo y leyendo. Yo escribo desde hace muchos años, pero no publiqué para adultos hasta ahora. Hay una especie de constitución desde la escritura. Y cuando no estoy escribiendo, estoy rumiando cosas todo el tiempo. Y hasta hablo sola, como si estuviera murmurando permanentemente algo. Una amiga que me conoce hace muchos años me dijo que yo escribía poesía en papelitos cuando éramos adolescentes. El personaje de Carolina es una especie de nido en donde fui metiendo un montón de mujeres, entre ellas a mí misma; hay en Carolina distintos fragmentos de muchas mujeres que conozco en sus distintos roles, como amigas, madres, trabajadoras, amas de casas; mujeres que querían ser y no pudieron; mujeres que pudieron ser lo que querían. Como los pájaros, armé un nido con fragmentos de distintas mujeres.
-¿Cómo llegaste a la voz de Carolina?
-Yo creo que me funciona un nivel subterráneo, como si tuviera un subsuelo dentro de mi cabeza. Todo eso que está debajo de lo que uno tiene que hacer, debajo de las obligaciones, de los pensamientos más cotidianos, domésticos e inmediatos, se abrió y salió este monólogo con la fuerza de un chorro de agua. La voz de Carolina tiene también algo de murmullo colectivo; es como si hubiera armado una voz con muchas otras voces de mujeres. Y mucho de lo que hay en esa voz tiene que ver con esos días en que pasábamos juntas con mi abuela Carolina. Todas las personas miradas muy de cerca terminan siendo extrañas. Yo la veía muy diferente a otras mujeres, pero a lo mejor no lo era. Mi abuela Carolina fue una persona muy importante en mi vida y me tomé el atrevimiento de inventarle una voz que no sé si la representaría.
-La voz de Carolina tiene algo muy poético. ¿Te interesa leer y escribir poesía?
-No sé si podría escribir por fuera de la poesía. Me interesan los escritores que llevan la poesía en la lengua. Estuve muchos años escribiendo y trabajando para encontrar mi voz, para encontrarme a mí en la escritura. No sé si ahora me siento cómoda porque si hay algo que no tiene la escritura es comodidad; pero sí me siento a gusto, como si hubiera encontrado mi agua en la que nadar. Me fascina Estela Figueroa y Juan L.Ortiz; (Juan José) Saer tiene mucha poesía en su escritura; hay escritores que no escriben poesía pero tienen poesía debajo de las uñas. Me gusta Osvaldo Bossi, Laura Wittner, Carlos Battilana; cada vez que la leo a Sharon Olds me desmayo. Cuando leí a Wislawa Szymborska, fue como si me hubieran prendido la luz. Descubrí a Alejandra Pizarnik a los trece años y fue también muy impactante.
-¿Por qué te llevó muchos años encontrar tu voz?
-Creo que es una cuestión de autoexigencia. Llevo más de una década como madre y la maternidad me tomó por completo. Así como la inundación venía y se llevaba todo, la maternidad vino y se llevó todo puesto. En esos años me resultó muy difícil escribir y lo tuve que hacer en los márgenes del día. Al final de todo el proceso, me di cuenta de que no tendría que haberme enojado conmigo por eso. Ese fue el tiempo que me tomó y está bien. En el apuro no iba a lograr nada. Yo soy una persona ansiosa y sufro la ansiedad de una manera muy física. La sufro en el cuerpo. Llegué a esta voz, a esta edad, en una sociedad en la que una siente que hay mucha presión por hacer joven y hacer pronto. Me reconcilié mucho con mi manera de escribir y de pensar los textos. Yo sigo escribiendo en los márgenes, tomando notas en mis papelitos, que voy juntando de a poco. Estuvo bueno dejar de castigarme y dejar de sufrir porque “hay que escribir rápido”. Nadie me lo estaba pidiendo, nadie estaba esperando nada.
--¿De dónde viene la rabia de Carolina? ¿De la frustración de no haber tenido la oportunidad de elegir lo que quería hacer?
--Sí, creo que también conjuga mi rebelión personal contra esta piedra de Sísifo que es empujar la piedra de la casa, más allá que hoy los modelos de gestión doméstica y de la maternidad no son los mismos y por suerte no es lo que yo vivo. Un montón de mujeres en el mundo viven igual o peor que Carolina en cuanto a la posibilidad de elegir algo. No sé si el personaje quería otra cosa porque no sé si sabía bien qué quería... A lo mejor lo que hubiera querido era elegir o tener la posibilidad de levantar la voz y decir “esto sí”, “esto no”. Carolina tiene rabia por no poder decir y no poder elegir.
-¿Qué importancia tienen los sueños en la novela?
-Quizá lo que encontré en el sueño, como en el río, es lo desbocado. El sueño es algo que no podés controlar. Así como el cuerpo que cuando se enferma escapa de nuestro control, el sueño escapa a la posibilidad de organizar una narrativa. En el sueño salen las cosas como salen y una a lo sumo es protagonista o espectadora y se puede aterrar o sentir reconfortada. A veces se cree tener la vida demasiado ordenada y el sueño irrumpe para desordenarla. Me gusta mucho verle la cara a la verdad, aunque sea horrible o incómoda. En los sueños la verdad se revela de una manera muy cruda.