Los lentes negros tapiaban el fulgor de la mirada de Lou Reed, pero igual se sabía cuál era su flash: solo había que escucharlo aullar con su guitarra Heroin y I’m Waiting for the Man, canciones que por mitad de los 60 sonaban opuestas al folk al uso. Eso fue lo que a John Cale lo imantó para ser su cómplice delictivo en fundar Velvet Underground, adosando más experimentación sonora, que también era algo que los reunía en la misma desviación. Cale recuerda que, por aquella época germinal de la banda de New York, a Reed lo llamaban Lulú, porque andaba como un putazo y quería ser la loca más mala. La falopa y el desencuadre sexual estaban ahí para detonar las canciones que parían, para que sean espasmos narcóticos mensurables en escala Richter, con una energía sensual en potencia que después tiñó todo el disco de ambos músicos, especialmente tras ser el centro sónico de la Factoría de Andy Warhol, quien sería hada madrina de la Velvet. En ese cruce se sumaría como imposición Nico, la cantante alemana que ya era superstar de la troupe warholiana, y que su brillar rubio contrastó tanto con la oscuridad de Reed como con el aspecto tomboy de la baterista Moe Tucker. De hecho, el rango dinámico de representación de lo masculino y femenino de la banda que grabó The Velvet Underground & Nico, editado en 1967, es tan experimental como el ruido que fraguaron: sensualidad y sonoridad polimorfa. En su idea romántica de la amalgamar intoxicación, música y belleza plural, la banda era el perfecto cruce homoerótico de Dioniso con Apolo, según lo había descripto Nietzsche en El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música: una filosofía de vida que danzaba nudista y poseída. Con Venus in Furs, canción que toma su título de la novela de Sacher-Masoch, tal vez hayan llegado al máximo nivel de fusión: el brillo de las botas de cuero de una dominatrix como haz de luz, como guía dark. Del amor rosa fatal al ritual leather en las líricas de Reed, del baile del látigo célebre en performances de la banda a las imágenes warholinanas proyectabas sobre sus cuerpos en recitales, a cincuenta años de editado, The Velvet Underground & Nico será siempre el disco de la banana. El celebérrimo dibujo pop de Warhol de la tapa, que originalmente se “pelaba lentamente” para ver una banana rosada y elevar el ícono fálico a niveles gráficos de porno insuperable. Ese fruto, ahora estampado entre las tetas de mil remeras, nutrió a venideras generaciones glam, punk, post punk, new y no wave, noise, queercore, etc., etc., que se propusieron licuar el pop y el rock hasta hacerlo concha, con buena y mala leche, contra cualquier autoritarismo genérico y sonoro. A comerla.