En una habitación de hotel en Mar del Plata, dos compañeras de colegio empiezan a descubrir las ambivalencias de la amistad, el amor y el deseo. Su mundo se ve invadido, literal y metafóricamente, por un afuera que lo transforma.
Eso vino planteando hasta ahora Las oceánicas que, apenas pueda, volverá a subirse a las tablas del Teatro Cultural Morán (Pedro Morán 2147), y lo va a anunciar desde su cuenta de Instagram. “La obra habla de un momento de crecimiento. Se trata de desacralizar algunos ideales y el encuentro con la otredad que se da en ese momento”, le amplían al NO la autora Lucila Rubinstein y la directora Manuela Méndez.
La obra transcurre en un ambiente un tanto opresivo (no tanto como para asfixiar), en una noche perdida, en un hotel que podría ser cualquier hotel. La relación entre las protagonistas y un personaje que aparece para quebrar definitivamente un equilibrio inestable, lleva a situaciones densas, que terminan resolviéndose por el lado del humor, sea a través del gag, o por la ridiculez en la que los personajes terminan enroscándose sin saber cómo salir.
De adolescentes a adultas
Esas dos compañeras, que se enfrentan al mundo que las espera (y un poco las aburre por la forma en la que lo hace), se ilusionan y se frustran casi al mismo tiempo con lo que vendrá. Sin embargo, la ausencia de un camino sin desvíos y la falta de garantías sobre los resultados, hacen que a pesar de todo vayan a recorrer ese sendero por el disfrute de la experiencia.
“Los hombres son objetivamente feos”, dice una de las protagonistas, y sin embargo… “Es un momento de pasaje entre la adolescencia y el mundo adulto -explica la directora-, que vincula a las protagonistas entre ellas, y con lo que se modifica entre las expectativas y la realidad”. “¡Como los memes!”, bromea, y ambas ríen. Por eso, es en Mar del Plata, en invierno y de noche. “Hay algo de nostalgia, pero también de patetismo porque el verano ya pasó, se nos fue la gloria. La fragilidad y la fuerza valen para todos”, detalla Rubinstein.
Méndez afirma que trataron de no solemnizar algunos momentos. “La obra se mete en temas importantes: la muerte, el crecimiento, la indagación sexual en términos amplios. Había que encontrar por dónde volver eso algo dialogable, cómo hacer que quien esté viendo entre por algún lado y no solamente esté escuchando una idea”, recuerda. Rubinstein agrega que es un bajón cuando una obra se vuelve “bajalínea”: “Nosotras tampoco la tenemos tan clara. Podemos preguntarnos cosas pero no siempre tenemos la respuesta, y salió que tocar algunos temas a través del humor lo hace más llevadero”.
Correlatos materiales
La puesta en escena deja todo a la vista. Todo ocurre frente a los ojos de lxs espectadorxs. Nada está oculto ni sucede en otro espacio. Así, las transformaciones subjetivas de las protagonistas tienen su correlato material en la invasión de ese cuarto de hotel, de manera física y literal. De un (cierto) orden definido, cada elemento que aparece motiva curiosidad, preguntas, acciones y cambios. Al no priorizar ningún lugar de ese cuarto en particular, la iluminación acompaña esa idea e invita a la mirada a elegir el foco.
“La ficción crea realidad”, sentencia Rubinstein, y revela que ese aspecto de la obra no estaba, sino que apareció en la escritura. “Dicen que las obras son más inteligentes que les autores”, plantea y sonríe. Méndez sostiene: “Trabajamos en esa potencia performativa de la palabra; qué construye, qué crea”. Por eso propusieron que lo que se nombre en escena aparezca materialmente, para que el efecto que produce en la escena y en lxs personajes tenga su propio peso material, concreto.
Las palabras al frente
La obra apuesta fuerte al uso del lenguaje. En el texto se convoca a Alejandra Pizarnik y a Alfonsina Storni (al fin y al cabo, concurren a un encuentro de poesía) pero actualizando sus usos: los contrapuntos literarios entre las protagonistas se dan casi trapeados. Rubinstein eligió a esas dos autoras por tratarse de “universos contrapuestos”, un contrapeso que veía en parejas o grupos de amigos. “Se arman dúos que se compensan mutuamente, ahí todo se empieza a mezclar. Las pasiones también son adolescentes, es la riqueza de ese vínculo”, se entusiasma la autora.
Para Méndez, esa centralidad de la palabra también tiene sus motivos desde la puesta. “Venimos de una tradición, sobre todo porteña, de la dramaturgia de actuación, donde la construcción de lo que pasa es primordial y el texto pasa a un segundo plano”, compara. “Me parecía que estaba bueno que el texto apareciera en sus potencias, que esas palabras ganen sentidos posibles en la escena”, considera la directora.
¿Qué hizo que escribiera un texto como Las oceánicas? Rubinstein empezó a percibir que en la ficción había pocos personajes protagonistas femeninos que condujeran la acción. “Me crié con la tele, tenía imágenes de la amistad o el amor mucho antes de vivirlas, pero sin referentes femeninos. Acá tenía que haber dos mujeres que llevaran la obra”, se planta. Méndez siguió esa línea desde la dirección: “Las protagonistas están pensando en qué es ser mujeres hoy, por momentos de manera más ingenua, y por otros en lo concreto del ejercicio”, define.
El equipo de trabajo tiene preponderancia de mujeres, y no es casualidad: si la situación general es de desigualdad en el acceso a algunos laburos, hay que crear las condiciones para revertirla. “Hay poco espacio para mujeres en la escena, y si estoy conduciendo un equipo, me dan ganas de que podamos trabajar mujeres. La responsabilidad es también de habilitar espacios, así como Lucila los habilitó en la acción dramática. Es parte constitutiva del proceso”, destaca Méndez.