Monstruo 3 puntos
Monster; Estados Unidos, 2018.
Dirección: Anthony Mandler.
Guion: Radha Blank, Colen C. Wiley y Janece Shaffer.
Duración: 98 minutos.
Intérpretes: Kelvin Harrison Jr., Jeffrey Wright, Jennifer Hudson, Jennifer Ehle y Tim Blake Nelson.
Estreno en Netflix
Monstruo tiene una relación tóxica con el drama judicial, al que utiliza con la frialdad maquinal de un psicópata sin medicación. El objetivo es guiar las resonancias del proceso legal de un afroamericano acusado de participar de un robo seguido de homicidio hacia la denuncia de la brutalidad racial sistémica, un terreno donde se amuchan decenas de películas que durante el último lustro intentaron abrazar con igual fuerza el prestigio y una mirada política del contexto. Una mirada política –valga la redundancia– políticamente correcta, dada la innegociable sensibilidad bienpensante, la ausencia de toda espesura dramática que ponga en riesgo la interpretación unívoca y la facilidad con que divide el mundo entre buenos (negros y blancos con conciencia de los privilegios de su pigmentación) y malos (el resto de los blancos).
Debe reconocerse, sin embargo, que Monstruo ensayó esta maniobra un poco antes que la mayoría: fue estrenada en el Festival de Sundance de 2018, más de tres años antes de su lanzamiento en Netflix y poco después del Oscar a Luz de Luna. No es habitual que pase tanto tiempo entre las primeras proyecciones y la llegada a las salas y/o plataformas. Las demoras suelen deberse a desacuerdos entre los productores o a películas consideradas incómodas, difíciles de encasillar y, por lo tanto, de “vender” a la hora de cortar entradas o acumular visionados. Ninguno parece ser el caso de la ópera prima de Anthony Mandler, que hace gala de un carácter acomodaticio e igual de dócil que su protagonista.
El muchacho se llama Steve Harmon (Kevin Harrison, Jr.), es más bueno que el pan y muy, muy sensible. Como se encargarán de explicar los inevitables flashbacks, su padre es artista plástico y él estudia cine y se conmueve viendo con su noviecita los atardeceres de Harlem más bellos que el cine haya imaginado. El sol poniéndose en el horizonte. La voz en off de Steve reflexionando “poéticamente” sobre la construcción de los relatos y el amor juvenil. La cárcel iluminada con haces de luz cálida. La búsqueda formal resulta cuanto menos contradictoria con lo que se narra, aunque es acorde a un mundo donde todo, incluida la pobreza, la drogadicción y la marginalidad, es lindo e impoluto. Como si fuera una versión de Los dueños de la calle hecha por Cris Morena, en el barrio abundan las pilchas nuevas coloridas, los partidos de básquet donde nadie transpira y las bravuconadas que funcionan como separador entre los tranquilos y las “malas influencias”.
Imposible no ubicar a Steve en el primer bando, aunque la policía primero y el fiscal después –que en uno de sus alegatos lo tilda de monstro– piensen lo contrario. No es para menos: un video de seguridad lo muestra haciendo de “campana” mientras dos vecinos asaltan una licorería y asesinan a su dueño. Lo que debe probar la abogada defensora Maureen (Jennifer Ehle) es que, efectivamente, Steve conocía a los asaltantes pero terminó paradito en la puerta del local por obligación y no porque tuviera algo que ver con ellos. Para eso desfilan por el estrado personajes de todo tipo, desde delincuentes hasta su profe de cine, para quien la sensibilidad artística es razón suficiente para justificar la inocencia. Esa discriminación positiva sí se puede ver.