“No quiero pisar el palito de la melancolía constante”, dice Emmanuel Horvilleur adentro de un buzo blanco XL. “Por momentos me puede pasar”. Atrás de él, por las ventanas de un entorno también blanco, se ven plantas altas. En un momento, el ex Kuryaki cambiará de lugar y su fondo será una hilera de esferas de vidrio sobre el piano, y en cada extremo un premio Grammy. Un póster de Bruce Lee. Dice que es hombre de, en lo íntimo y cotidiano, agarrar la guitarra y ponerse a tocar. Que así le salen la mayoría de las canciones. Y no, Pitada, el disco acústico de reversiones que acaba de publicar a los 46 años, no es reflejo de sus noches rocker devenidas juntadas en la naturaleza con instrumentos –“no somos tan gitanos”–. La grabación –casi toda al aire libre en un campo de la provincia de Buenos Aires– se filmó e hizo película de tres actos con momentos testimoniales. “Ahora ya están todas las canciones por separado, pero desde ya recomiendo que si tenés esos 55 minutos, te puedas meter en el viaje que conseguimos”, dice.

Todo coincide para que sea, de su carrera solista, el momento que mayor cobertura está generando. Emmanuel confía más en la prensa que en el algoritmo para la difusión. Su parámetro es que artistas como Benjamin Biolay o Annie Lennox no miden en redes: “Dentro de esa ecuación, me interesa este tipo de promoción un poco más como era antes, que también hace que llegue gente”. El momento en sí no es una cúspide, más bien un entretiempo, un puente, el registro de un presente que tira a revalorizar lo que se tiene. “Es una etapa dura y difícil. No artística sino de vida. La pandemia genera miedos y por momentos un ostracismo que no es el que más me copa, pero a la vez suscribo. Me refugié en Evangelina, mi chica, en André, mi hijo, y en esa naturaleza que fue un poco la que me empujó a hacer esta grabación de mis canciones llevadas a un registro más actual, más donde estoy flasheando con eso, no con la granja, pero con salir y saludar a los teros, las lechuzas, en vez de salir a saludar a mis amigos que extraño”.

Pero Emmanuel todavía vive en la ciudad. “La naturaleza apareció como escenario”, dice sobre el lugar donde filmaron Pitada, a pocos kilómetros de la quinta a la que iba de chico, donde él y sus hermanos se mezclaban con los hijos de Spinetta, a raíz de la amistad de Luis con Eduardo Martí. La quinta de los días infinitos, la fantasía a toda máquina, las primeras canciones. En su caso, lo primero fue bailar y escribir letras. “La chanchita de porcelana tiene un pulóver de lana y nunca en su chancha vida fue a caminar por la vía pues ella tenía miedo de que la pise un tranvía”, recita un poema que escribió de niño y se tienta de risa. Con Kuryaki “a veces pasaba” que Dante era el que más hablaba en las entrevistas. “Soy tímido pero no tanto a esta altura”, dice. “Alterno. Ya no le encuentro tanto resguardo a ser tímido. El resguardo no lo encuentro en no expresarme. Cuanto más puedo expresarme, cuanto más puedo hablar, más tranquilo me quedo. De hecho, cuando hablo mal, me quedo mal. Por eso para poder expresar hay que estar medianamente despierto, medianamente conectado con lo que estás diciendo”.

Empezó a probar instrumentos con Fabrico Cuero (1991) en la calle –tomó clases de bajo con Malosetti, pero fue un poco frustrante, dice–. Conoce lo que es haber creado un hit desde los 20 años. La versión de “Abarajame”, “Jaguar House”, todo el MTV Unplugged de 1996, bah –rapeando “Chaco” sentados, él de rastas y vincha, los ojos pintados de negro, todo de cuero–, con esa big band como Prince criollos, todavía eriza la piel y fue de un nivel superior, a la altura de la competencia internacional. En Argentina, la aceptación que tenía IKV en los 90 se equilibraba con una buena porción de rechazo –de los muy rockeros, los muy hiphoperos, los muy pacatos–, que también los alimentaba, que ellos transformaban y volvían parte de ese producto seductor y prepotente, una banda para los que gustaban y para los que no también. “En su momento nos preguntábamos ¿por qué nos tiran una botella de cerveza por hacer la música que hacemos? ¿Es porque somos hijos del rock nacional y no hacemos ese rock tan así? ¿Es porque somos lindos, porque vienen las chicas a vernos?”. En 2001, después de morir quien ellos llaman el tercer Kuryaki, su manager José Luis Miceli, tocaron en la Trastienda sin avisar que se iban a tomar un tiempo. 

Para Emmanuel vinieron años de, dice él, “jugar a hacer canciones con una estructura un poco más clásica”. Su entrada solista con “Soy Tu Nena” –en Música y Delirio (2003)–, un tema de guitarra distorsionada y esa letra que era lo anti establishment rockero, su modo de cantar con exclamaciones en adelante tan familiar, fue un nuevo tipo de hit para él, y también una entrada justa con la trayectoria –como la continuación de Dante con un rap más puro: una división digna y estética–. “Que un hombre diga ‘soy tu nena’ era buscarroña”, dice Emmanuel. “Cuando te parás en un festival de rock y cantás eso, tiene su parada. Y a la vez, ¿qué es ‘soy tu nena’? La hice porque me gustaba una chica que le gustaban las chicas”. En ese debut quedó definida su sensibilidad para los estribillos y los lentos –en “Te De Estrellas”, “Vuelve A Mí”, “Zoo”–, y también, ahora con el tinte pop cercano a Babasónicos y Miranda!, su parte de psicodelia en IKV: a “Hermano Plateado”, que bien podría haber hecho con Dante, la actuó en Pasión de Sábado

Después del hit “No Como” y la cortina de Soy tu fan –aquella hermosa serie creada por Dolores Fonzi–, de Rocanrolero (2005), su momento más masivo llegó con el dueto con Gustavo Cerati, “19”, para el álbum que lo consagró un profesional de la canción pop, Mordisco (2007). Fue su cima personal en el mainstream, mientras sonaron “Radios” y “Pago La Noche”, “Tu Hermana”, “Llamame”. Amor en Polvo (2010), el disco de los 35 años, producido con su hermano Lucas Martí, es más íntimo y sofisticado. “Me veo siendo coherente a lo largo del tiempo con el deseo y con la búsqueda”, dice. “Siempre me sentí un músico que necesitaba un poco contener una cosa hitera, pero a la vez alternativa: buscando por otro lado, pero que venga la gente a verme. Es parte de mi personalidad. No he sido nunca un músico experimental, pero siento que mis canciones pop son experimental pop, no pop que chorrea radio”.

La vuelta de Illya Kuryaki en 2011 fue la pausa más elegante que podía hacer en su carrera solista. Directo a los escenarios grandes, el vivo en el Luna Park, los premios, la gira europea, vivieron los años de estrellato que se debían desde Leche (1999) –los éxitos “Coolo” y “Jennifer del Estereo”–, y que llegaron a convertir a IKV en esa banda que no pierde la mística y se puede reunir cuando quiera. Chances (2012) fue un gran trabajo para el caso, ninguna réplica de los 90, un disco efusivo con los temones “Chica” y “Soy Música” y momentos pop extraordinarios –la backstreet glam “Adelante”, la balada a lo Estela Raval “Amor”–. En 2016 lanzaron L.H.O.N (la humanidad o nosotros), un disco de mayor suavidad y madera, con colaboración de una orquesta filarmónica y Natalia Lafourcade, los vientos de Prince y de Leche. “Hay momentos de la vida que parecen escenas de cine, porque algo termina y empieza a nacer otra cosa”, dice Emmanuel. “Un día volvimos al hotel de una discoteca de Madrid llena de gitanos. Habíamos estado bailando entre todos la canción de Ketama, ‘no estamos locos, sabemos lo que queremos’, yo me había encontrado con parte de mi familia que no había visto en toda mi vida. Pensaba en eso en el balcón que daba a la Gran Vía y lloraba de emoción. ¿Cómo llegamos hasta ahí? Gracias a la música, a tener este trabajo que nos permitió crecer tanto, con las cosas buenas y malas que tiene todo esto”.

Su nueva etapa solista viene marcada por este viaje y está pensada como trilogía. Grabado en su estudio Avesexua, el primero de los tres Xavier (2019) –su segundo nombre anotado al modo europeo en el nuevo pasaporte– logró ser uno de sus mejores autorretratos, con un sonido formado por la base de IKV –el productor Rafael Arcaute, Mariano Domínguez y Pablo González, bajista y baterista– y una producción estilo Frank Ocean; tiene su tema más épico hasta ahora, “Escenario”: “Cabeza abajo, con mis pies en el cielo voy pateando. Y en un momento dibujo una pista. Los ángeles bailan, me mato de la risa. Viviendo un sueño, soñando despierto. Historias de gigantes llegan a los escenarios, como un farol, como una guía, surcando estos mares turbulentos, melodías de amor”, rapea. La colaboración en ese disco es con los mendocinos nueva generación, Usted Señalemelo. Por entonces, Emmanuel también se había juntado a componer con Ale Sergi, Vicentico, Lisandro Aristimuño. “Aprendí a compartir con los músicos el aquí y ahora”, dice. “Durante muchos años tuve una cosa medio celosa de los músicos, porque venían y nos sacaban a los de IKV. Después empecé yo también a nutrirme de los nuevos talentos, y a esta altura, si nos encontramos en un lugar y la pasamos re bien, ya con eso está bien. Es mi banda del aquí y ahora”.

Se refiere a la que toca en Pitada, grabado antes de llegar el verano pasado, con voces invitadas, dos guitarras acústicas, contrabajo, banjo, cavaquinho, guitarra dobro y percusión; tocan Mariano Domínguez, Andrés Cortés (Lo’ Pibitos) y el chamánico Carlos Salas, de IKV. Empieza con una intro larga de película de cowboys, y lo primero vuelve a ser “Soy Tu Nena”, demostrando una supervivencia inesperada a tiempo lento con la guitarra dobro. Le sigue la que parece su respuesta y apareció en Xavier: “Yo nunca perseguí el hit, yo solamente buscaba gustarte a ti”. El recorrido de diez canciones abarca toda su discografía –incluye “19” en una nueva vida con Chiara Parravicini– y hay dos temas de amor nuevos, “Pitada” y “Cosa Loca”, donde silba su novia bailarina. “Es ser coherente con la vida que tenés”, dice Emmanuel sobre su trabajo a la vez más sensible y dogmático, el momento al natural que le llega a todo performer, otro cliché que le queda bien. “En “19” en un momento pasó un tero gritando y fue como que nos dijo ‘van bien’. La canción no tenía un final definido, nosotros entramos en un trance y se fue alargando, y de pronto salió el sol en mi cara. Eso a veces es tan importante como buscar el estribillo hitero”, describe el experto en cantarle a la mujer que le gusta, en su momento más contemplativo, con un disco que no puede más que agradar, que pasa como una siesta y deja frases y melodías de souvenir, una estela algo triste y también dulce.