Desde París. ¿ Aceptar una responsabilidad sin pedir perdón o disculpas ?. El presidente francés, Emmanuel Macron, jugó en esos dos planos en Kigali, la capital de Ruanda, cuando, al evocar el genocidio de los tutsis (1990-1994) que dejó cerca de un millón de muertos, admitió, por parte de Francia, “la responsabilidad abrumadora en un engranaje que condujo a lo peor” sin extender ese sentido de la “responsabilidad” a la culpabilidad o a la complicidad con el régimen genocida que perpetró la matanza. En un discurso pronunciado el jueves 27 de mayo en el memorial de Gisozi donde se encuentran los restos de 250.000 personas victimas del genocidio, Macron evocó una “deuda con las víctimas” y expresó la esperanza de “salir de esta noche y caminar otra vez juntos”. Emanuel Macron agregó luego que “solo los que atravesaron la noche pueden, quizá, perdonar, hacernos el don, en este caso, de perdonarnos”. El perdón puede tardar y la noche también será extensa. La verdad --o su complejidad-- está bajo toneladas de interpretaciones, manipulaciones, disputas ideológicas y conveniencias memoriosas. Además, tanto en Francia como en Ruanda varios sectores vienen reclamando desde hace tres décadas que la verdad surja de una vez por todas, tanto sobre el papel que desempeño París en el desencadenamiento de la matanza como en la posterior protección de los genocidas pertenecientes a la etnia Hutu. En Francia el tema de Ruanda es como una braza encendida que quema las manos y la memoria de los socialistas. El difunto presidente socialista François Mitterrand (1981-1995) estaba en el poder cuando toda la mecánica que condujo al genocidio se puso en marcha. Su papel, y el de quien fue en esos años su primer ministro, el conservador Edouard Balladur, jamás fue transparente.
Emmanuel Macron buscó aportar una pincelada más de luz sobre esa saga sangrienta y le encargó al historiador Vincent Duclert que llevara a cabo una investigación sobre los hechos. Dos años después, el informe académico de Duclert se publicó en marzo de 2021. El informe contiene la misma ambivalencia que el discurso del mandatario en Kigali. Enumera los aplastantes errores cometidos cuando se respaldó militar y políticamente al régimen que dirigió las matanzas, pero no ve en ese respaldo ninguna huella de complicidad. El texto “Francia, Ruanda y el genocidio de los tutsis” se pregunta si Francia “ ¿ fue cómplice del genocidio de los tutsis ? “. La respuesta es no: el informe dice: “Si se debe entender con esto una voluntad de asociarse a la operación genocida, nada en los archivos consultados lo demuestra”. Con todo, la investigación si reconoce los lazos de París con un régimen que “alentaba matanzas racistas”, denuncia el hecho de que Francia “permaneció ciega frente a la preparación de un genocidio por los elementos más radicales del régimen” y termina admitiendo que se comprobó “un conjunto de responsabilidades graves y abrumadoras”. La Francia del presidente liberal conservador Valery Giscard d’Estaing (1974-1981) y la del socialista Mitterrand (1981-1995) respaldaron al presidente ruandés Juvénal Habyarimana (1973-1994). Mitterrand estaba llamado a romper con esa visión étnica y colonialista de doble componente, es decir, hutus buenos y aliados y tutsis rebeldes, heredada de la terrible colonización belga. No lo hizo. Su política africana y la confrontación con Estados Unidos en la región de los Grandes Lagos lo llevó a preservarla y, con ello, a continuar siendo el pilar de un régimen racista y asesino. El desencadenante mismo del episodio final del genocidio, entiéndase, la muerte del presidente Habyarimana luego de que un misil alcanzara su avión el seis de abril de 1994, sigue envuelto en un cargado nubarrón de misterios. El informe Duclert consta de 1.200 páginas y se lo puede sintetizar como el retrato de un naufragio político, militar, administrativo y ético por parte de Mitterrand y sus consejeros. Se produjo, afirma el texto, ”una crisis de la acción pública” y una quiebra “personal” de Mitterrand”.
La filosofía expuesta por Emmanuel Macron en Kigali es similar al informe: se admite la “responsabilidad abrumadora” al mismo tiempo que se excluye toda responsabilidad con el genocidio, así como cualquier principio de arrepentimiento o perdón. Emmanuel Macron dio, con todo, un paso significativo que sigue las huellas del ex presidente Nicolas Sarkozy. El mandatario fue el primer presidente francés en viajar a Ruanda luego del genocidio y en ese entonces también reconoció “graves errores” y una “forma de ceguera de las autoridades francesas”. ¿ Macron debía pedir perdón o arrepentirse ?. La respuesta a esa pregunta, en este contexto preciso, merece reflexión porque, a su manera actual y potente, el perdón y el arrepentimiento suelen condenar los hechos al olvido, trazan una frontera como si con un par de palabras se pudiese borrar la historia y el dolor. La verdad final sobre el genocidio ruandés no está escrita. Esa verdad es aún objeto de querellas políticas entre los adoradores de Mitterrand y la derecha y habrá que esperar bastante más para que la historia se levante de las sombras donde la cultura colonial y las morales ideológicas todavía la tienen encerrada.