"Yo actué como tenía que actuar. Como a mí me enseñaron", dijo el policía Luis Chocobar cuando le acercaron el micrófono de TeleNueve Central apenas salió de la audiencia en que su defensa pidiera la absolución, este miércoles por la tarde.
Faltaba día y medio para que los jueces del Tribunal hicieran público el veredicto por el "homicidio agravado" por el que lo acusa Ivonne, la madre de Pablo Kukoc. Lo harán este viernes, después de que Chocobar tenga oportunidad de repetir su versión al cerrar el debate con sus "última palabras" -una denominación remanente de los juicios en que ser acusado era, y aún es en otros países, sinónimo de pena de muerte-.
Aunque reciba la condena más grave, Chocobar está lejos de ese extremo. Pero claro, nadie le va a quitar el derecho a sostener la versión que mejor le venga a su estrategia, sin ninguna necesidad de decir ninguna verdad, aunque se la escuche como tal.
La confesión de Chocobar de haber hecho lo que le enseñaron no lo exculpa sino que afirma su responsabilidad. Ahí es cuando aparecen Mauricio Macri y Patricia Bullrich. Uno, cuando presidente, usando todo el poder de que disponía para elevarlo como un héroe por matar a alguien en fuga. Y la otra, cuando ministra de Seguridad, argumentando en su defensa y trazando los marcos legales a futuro para que los próximos chocobares no sufrieran las consecuencias "injustas" de la justicia y pudieran disparar por la espalda a todo aquel que escape de la fuerza de un protocolo que nadie se había animado a redactar hasta ese momento.
El polémico protocolo que instaló Bullrich diez meses después de que Macri sentara en la Rosada a Chocobar fue el que habilitaba legalmente a las fuerzas de seguridad a disparar por la espalda. No es un modismo. El artículo 2º, que habilitó al uso de armas de fuego, en su inciso d) explicitaba "para impedir la fuga de quien represente ese peligro inminente, y hasta lograr su detención".
Disparar a la inminencia en fuga. Todo un oxímoron. Anular el protocolo fue una de las primeras resoluciones de la actual gestión.
No se le va a achacar a Bullrich la brutal costumbre de tirar por la espalda, que obedece al odio y de tanto odio se habrá hecho costumbre. Lo que hizo la exministra y actual presidenta del PRO fue habilitar la práctica, tanto para intentar una salvaje cobertura legal del salvajismo, como la de buscar adeptos como lo hace ahora, echando mugrita con kerosen para encender la respuesta.
Chocobar aprendió y situó su argumentación en ese espíritu: disparó por la espalda. Incluso, siendo instructor de tiro. Tan salvaje fue aquel mensaje del dueto exgubernamental, que la propia defensa legal del policía se siente en la obligación de tender un velo sobre aquel protocolo que nadie aplaudirá en público y para ello tiene que sostener lo insólito:
Que Chocobar se defendió de un joven que tenía un cuchillo que no vio pero intuyó; que el joven se dio vuelta para enfrentarlo después de que el policía disparara al menos 5 veces antes de impactarlo en dos ocasiones (la recolección de vainas y los proyectiles faltantes en el arma son la prueba y presume 10 disparos); que siendo instructor de tiro disparó al piso cuando los huecos en las paredes a uno y dos metros de altura y los ángulos de tiro lo desmienten; que el joven pudo correr más de 30 metros con el fémur destrozado y contra la imposibilidad que sostuvieron, sostienen y sostendrán los médicos forenses. Y, lo más insólito, que todo ocurrió fuera de la escena del video en que claramente se lo ve a Kukoc correr y caer por el disparo que le destrozó el hueso.
Pero no. Fuera de la escena del video lo único que sucedió fue la enseñanza que ahora, sin mentores, Chocobar pide que le reconozcan para responsabilizarla.