“¿Ve? Empieza así, con él que está perplejo, con algo de comprensión en la mirada y nos observa a todos nosotros, empieza con su cara, la que me ha quedado más en la memoria: la miro y entiendo afectivamente cada uno de los golpes de pluma de aquí, en los encastres y el pómulo, ¿vio que son como escritura de heridas, de carne cansada?”, señala José Muñoz en torno a la portada del ay de mí pecador, es decir, del Alack Sinner integral que recopiló Salamandra y que hoy a las 20.30 presentará junto a su compañero de ruta Carlos Sampayo en la sala Adolfo Bioy Casares de la Feria del Libro. Un tomo que reúne todas las historias del detective norteamericano que es –sin exagerar ni un poco– una de las obras cumbres de la historieta universal. Una edición impecable de 702 páginas (y más fácil de manejar de lo imaginable) con las historias publicadas de 1975 a 2006.
Para entender la importancia de Alack Sinner, alcanza con saber que para muchos especialistas de la disciplina (como el curador del Musée de la BD de Angouleme), es la serie que inaugura la historieta política en Francia. Una historieta espesa como pocas, un policial negro a lo norteamericano pero con sensibilidad política sudamericana, donde los personajes ganan hondura y donde por momentos no queda del todo claro si el protagonista es el propio Sinner, el caso de turno o el trasfondo que refleja. Vietnam, Nicaragua, la Guerra del Golfo, la corrupción policial, son algunos de los temas que Muñoz y Sampayo recorrieron. Muñoz, en tanto, aparta el título de pionero con delicadeza. “Casi en el mismo año estaba otra pareja francesa, Jean-Patrick Manchette y Jacques Tardi, que también trabajaban la inserción del mundo político dentro de la detectivesca privada, pero ligadas al mundo francés”, señala.
“Lo que pasó con Carlos es que nos pusimos a trabajar, americanos del sur como somos, nos construimos un carácter –por ‘personaje’–, ay de mí pecador, Alack Sinner, dentro de la línea de denuncia literaria, cinematográfico, historietística, sobre todo literaria y cinematográfica, de EE. UU. O sea que aportamos desde el sur algo que está en la familia de los Hammet y los Chandler, desde Europa pero con Buenos Aires adentro”.
–A veces es difícil distinguir si lo que está en primer plano es la investigación o su trasfondo social.
–¡Claro! ¡El hormiguero humano! fuimos trabajando los cuadritos en nuestras conversaciones, en nuestra excitación ante esa urbe despiadada, el ser humano con un fragmento de dignidad, de inteligencia afectiva en su corazón, con paisajes de la historia real a partir de la ficción y de la lectura arbitraria, subjetiva y creativa de lo que la historia propone. En esas líneas narrativas se trabajan las figuras sociales desde muy cerca. Muchas veces estás ahí, en el abismo, trabajando con la oscuridad. Cuando apareció en nuestra mente Ay de mí pecador, o cuando tradujimos lo que habíamos encontrado también en sonido y música, nos fue llevando hacia este él. Esta es una cara de llegada, no de partida.
–Aparece mucha viñeta de ambiente con comentarios de la calle, ¿cómo la trabajaban si por entonces no conocían Nueva York?
–A partir de todos los estímulos recibidos en el cine y la literatura y también la historieta. Esa especie de murmurante hormiguero humano del cual somos parte. Carlos iba proponiendo situaciones de encastres, engarces en la calle entre personajes que pasaban que a veces los seguía, a veces no, pero hicimos una colaboración en la cual cuando estas cerca de la multitud sentís el ruido sordo, ese rumor en la cabeza. Eran miradas que abarcaban, no sé, una calle con todos los seres que aparecen. Una cosa que decía Oski, que a él le gustaba ver y poner en los dibujos en cuarto, quinto o décimo plano un tipo que pasa corriendo. Y él decía ¿a dónde va? ¿Por qué corre? Mirando los diminutos universos que cada cuadrito puede evocar. El trabajo de estos años fue de invención de fragmentos diminutos de existencia.
–Esta es una historieta de detectives donde el detective deja de serlo. Eso rompe con el género.
–Empieza a “detectivear” para adentro. Hace una autoinvestigación. Adquiere espesor, contradicciones, adquiere esa mirada. Fue una maravilla de la gestión diaria, de la corporización de su carácter, de sus dichos y sus silencios. Y que esté todo junto... Yo al principio no estaba tan de acuerdo con que fuese un solo libro. Pero pienso que las historias un poco se interpenetran, que los buenos dibujos contrastan a los malos dibujos, las palabras...
–¿Se arrepiente de algún dibujo?
–¡De muchos! Es lo mejor que pude hacer en ese momento, pero si pudiese entraría y empezaría a correr cosas de lugar. Todo no, pero bastante. El trabajo nunca se termina, solo lo entregás. Pero aquí es la alegría de tener este objeto espiritual historietístico histórico todo junto. Esto del objeto completo, de las historias que se mezclan entre sí, una vida de ficción digamos y yo esto lo muevo y va como un caleidoscopio, como una maraca. Si lo agitás, ¡hay ruido de gente adentro! (se ríe).
–También se nota la evolución del dibujo. Cuando Alack interactúa con su hija hay un dibujo más caricaturesco.
–Era necesario ese estilo puro e inocente para dar la tensión espiritual de la ternura.
–Y progresivamente empieza a trabajar más con los blancos.
–Cuando salimos del “Caso de Estados Unidos”, en 2006, saltamos al Carlos Gardel. Yo a Gardel lo veía con más luz y como más neto. La línea que lo envolvía tenía que tocarse más. Sentí todos esos deseos estéticos. Volver a dibujar la línea, porque en los últimos Alack había más manchas, es más pictórico. Esta cara de Alack es toda pluma, va en el sentido de sus reflexiones. En el Gardel inclusive las secuencias nocturnas de Nueva York y Buenos Aires están hechas con mucha luz, porque llevaba más hacia una luz interior, una luz blanca que tenía como fondo y parecía salirle del cuello. Además de que en esa época se maquillaban la piel y los labios porque había una película, la ortocromática, donde los labios rojos salían negros. Y se maquillaban para que saliera bien el contraste. En el caso de Alack Sinner es otra luz, la de la cicatrices, los encastres, del haber trabajado con los avatares del tipo de aventuras que tuvo, o que le propusimos contar.