Fue resonante el caso de los bailarines del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín que en 2007 debieron abandonar el elenco ya que sus contratos no fueron renovados, tras exigir mejoras en sus condiciones laborales. Varios de ellos habían sufrido accidentes bailando –Victoria Hidalgo, por ejemplo, se rompió el tabique de la nariz en un ensayo–, no contaban con ART ni con cobertura médica, y no recibieron una respuesta positiva a sus reclamos de parte de las autoridades. Lejos de bajar los brazos, los intérpretes decidieron seguir avanzando, se acercaron a la Secretaría de Cultura de Nación, que les ofreció un espacio de trabajo (la ex Biblioteca Nacional de la calle México, actual Centro Nacional de la Música y la Danza) y dieron forma desde el 2009 a la Compañía Nacional de Danza Contemporánea. Se sumaron otros bailarines y mantuvieron durante los primeros años una dirección colegiada integrada por tres miembros, a la vez tomaban todas las decisiones en forma colectiva y horizontal. Fue un proyecto artístico y político, con la mira puesta en la calidad artística y en el reconocimiento de los derechos de los bailarines como trabajadores de la cultura y de la danza como una actividad profesional. Esta evolución se entronca con el Movimiento por la Ley Nacional de la Danza, que el 29 de abril del 2014 logró presentar en la Cámara de Diputados el proyecto para regular un ámbito cultural desprotegido, acompañado por una masiva movilización frente al Congreso. Todo esto y mucho más refleja el documental Trabajadores de la danza, dirigido por la argentina Julia Martínez Heimann y la griega Konstantina Bousmpoura, estrenado ayer en el Cine Gaumont, día en que tuvo lugar una nueva movilización para que la ley sea efectivamente tratada y no vuelva a perder estado parlamentario.
Las directoras y guionistas se conocieron en Buenos Aires, cursando una maestría en Antropología Social en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Egresada de Diseño de Imagen y Sonido, Martínez venía trabajando en danza andinas, y Konstantina Bousmpoura, economista con una intensa vinculación con la danza desde chica, había realizado un documental sobre bailaoras de flamenco. “Teníamos muchas ganas de hacer algo juntas. En la presentación del documental de Konstantina en Buenos Aires conocimos a este grupo de bailarines alejados del Ballet del San Martín. Nos invitaron a ver un ensayo abierto y nos enamoramos del proyecto que venían desarrollando, tanto en el plano artístico como en lo político. Eran y son bailarines increíbles; Ernesto Chacón, por ejemplo, recibió el premio Clarín Figura de la Danza el mismo año en que fue despedido. Y el modo de organizarse y de pensar su actividad nos atrajo para investigar desde lo antropológico y desde lo audiovisual”, cuenta Martínez a PáginaI12. Ese fue el germen de la película que contó con el apoyo del Incaa y de dos productoras griegas. La post-producción se realizó en Atenas, adonde viajó el director de fotografía José Pigu Gómez para dosificar el material. El documental se estrenó en la capital griega y recorrió varios festivales europeos, como Thessaloniki Documentary Festival, Istambul Documentary days, AegeanDocs Festivals y el Festival de Cine Latinoamericano de Trieste, entre otros. Con una duración de 75 minutos, la película da cuenta de la creación del grupo, su crecimiento y transformación, su cotidianidad, sus conquistas y su articulación con el Movimiento por la Ley de Danza. Las directoras realizaron una investigación y un registro que se extendió casi cuatro años, mixturando y amalgamando la poesía de la danza, de los cuerpos en movimiento, y también las instancias de reflexión y discusión al interior del grupo y fuera, las movilizaciones en la vía pública, además de material de archivo.
“Arrancamos en 2009, una primera etapa que duró hasta fines del 2011. Trabajamos desde la observación participante, asistiendo a los ensayos, a las obras en vivo, a las reflexiones, a los debates del grupo, a las asambleas. También consiguiendo material de archivo y armando el vínculo con los bailarines. Eran jornadas muy largas, casi una convivencia. Eran los tiempos de la dirección colegiada a cargo de Bettina Quintá, Ernesto Chacón Oribe y Victoria Hidalgo, que dirigían los ensayos, coreografiaban y se quedaban trabajando hasta cualquier hora para gestionar los espectáculos”, detalla la cineasta. Luego vino una pausa, presentaron el proyecto en el Incaa y recibieron el apoyo económico. Comenzaron una segunda etapa desde otro lugar. Las realizadoras, con el respaldo del Instituto, con otro equipamiento y acompañadas por más personas; y la compañía, porque ya se había expandido. “Cuando volvimos en 2013, el grupo habría crecido. Pasaron de diez bailarines a veinte, además de diez técnicos. Y prefirieron delegar la dirección artística en alguien externo al grupo. Entró Cristina Gómez Comini como directora artística. Esta segunda etapa consistió en un registro más tradicional: eran grabaciones más específicas, más puntuales” agrega. El rodaje terminó el 29 de abril del 2014, día de la presentación en el Congreso de la Ley Nacional de Danza. “Quisimos cerrar con ese momento: un hito importante para la comunidad de la danza y también para el grupo”, señala. El documental incluye escenas muy diversas; algunas son muy poéticas, y prima la abstracción, la belleza y la emocionalidad de los cuerpos en movimiento; otras son de una gran intimidad (las discusiones al interior del grupo y con la directora, entrevistas a los bailarines, asambleas); y también las hay muy explícitas y concretas (los reclamos y la defensa de sus necesidades como trabajadores). “En los dos campos, en la poética de la danza y en los cuerpos inmersos en causas políticas, está implicada la corporalidad de las personas. Es posible reflejar la belleza de los cuerpos al vincularse entre sí y con un tema en particular. Nos interesó prestar atención a los cuerpos también en las situaciones de asamblea o de debate”. La cámara revela gestualidades y detalles en las escenas de danza como en las de discusión y acción política, y hay cierta plasticidad que hilvana esa trama diversa y compleja, buscando la cercanía con los protagonistas e interpelando al espectador desde un lugar sensorial. “La información, en esos momentos, no sólo pasa por la palabra, también por los cuerpos”, advierte. Trabajar con la montajista Victoria Lastiri desde el comienzo de la investigación, y post-producir la película con recursos, permitieron a las directoras alcanzar la profundidad y el rigor deseado. La recepción del film en el exterior fue muy auspiciosa. “En Grecia, en particular, los espectadores se conmovieron mucho por haber vivido ellos también situación parecidas en cuanto al cierre de fuentes de trabajo. La película despertó interés por el grupo, por todo lo que logró desde lo artístico y desde la defensa de los derechos. Llegaron a estrenar más de treinta obras, coreografías propias y de maestros invitados a trabajar con ellos. Actúan en el país y en el exterior, dan clases, se presentan en lugares atípicos. Es muy esperanzadora. Y además, no hay muchas películas que crucen danza contemporánea y política”, advierte.
* Trabajadores de la danza se proyecta en el Gaumont, Rivadavia 1635, a las 12 y las 19.