Una hermosa noticia en medio de tiempos pandémicos: apareció un nuevo documento sonoro de Luis Alberto Spinetta. Se llama Presentación de Artaud, Volumen II, porque precisamente viene a completar el sustancial Volumen I que fuera subido a plataformas virtuales en julio del año pasado, tras haber circulado durante más de cuarenta años en el circuito de la clandestinidad rockera. Ambos pertenecen a las presentaciones en vivo de aquella gema sonora, ocurridas durante octubre y noviembre de 1973, en el Teatro Astral. Lo que se tenía hasta hoy era un preciado registro que destilaba rabia, amor y lucha. Conjugaba los tres sentimientos musicalizando a través de quince piezas aquello del rock como "música dura, suicidada por la sociedad". O, mejor que conjugar, curaba unos con otros. Los retroalimentaba en perspectiva cíclica.
Aquella primera parte, pletórica en filosas palabras de Luis contra cierto choborra denso de platea, brillaba por el estreno en público de tremendos temas como la “Cantata de puentes amarillos”, “La sed verdadera”, “Bajan” y “Todas las hojas son del viento”, todos a voz y viola pelada, ante unas bendecidas mil trescientas personas. Ese material caserito, horneado a fuego lento al igual que sus canciones, fue registrado en forma artesanal por Eduardo Avelleira. Hasta hoy estaba, entonces, la interpretación de esos temas, además de la voz del Flaco explayándose sobre Antonin Artaud en pleno estadio intermedio, de transición, entre Pescado Rabioso -cuya separación había ocurrido a mediados de año- e Invisible, trío con Pomo Lorenzo y Machi Rufino, que ya estaba ensayando en una quinta.
En aquel primer capítulo desclasificado también suenan “Dulce 3 nocturno”, “Mi espíritu se fue” y “La cereza del zar” (de Pescado 2), una perlita inédita de letra etérea llamada “Ella flota por mí”, cuya composición el flaco había compartido con David Lebón, y “Barro tal vez”, la zamba cósmica que Luis había compuesto a los 13 años, diez años antes de tocarla por primera vez en vivo. Parecía bastar –y de sobra— con aquello, pero ahora resulta que un comentario hogareño y al pasar de Catarina, hija mayor de Luis, provocó inesperadamente la aparición de otro material que no le va en zaga a aquel.
La historia es más o menos así: Cata le estaba comentando a su madre lo de la publicación del show de Artaud –el volumen I—cuando Patricia recordó que un amigo le había dado una grabación “similar”, y una nueva caja de Pandora se abrió cuando la actriz y DJ se dio cuenta que no era el show que ya tenía en sus manos. Que la lista de temas era diferente. He aquí entonces la gran noticia musical de este año aciago: el vivo de Artaud, volumen 2.
Los temas que reaparecieron fueron tocados en la misma instancia –la “semi” presentación del disco— pero otro domingo de la primavera del '73. Y lo que hizo el ingeniero Mariano López al encontrarse con ellos fue poner toda su magia técnica a disposición de un racimo sonoro dispuesto a activar emociones dormidas, suspendidas. El material quedó en 55 minutos, y comienza de una manera ultraspinetteana. “Estoy muy contento, solo que anoche mientras dormía tuve un sueño. Metía las manos en un balde con pintura verde y amanecí así, loco”, se le escucha decir al Flaco, y ya entre tal reflexión onírica y el dibujo de una cabeza con un plato lleno de frutas encima que se utilizó para la tapa presagia lo que vendrá.
El sonido es lo que hay, pero no la tentación que significa escuchar por primera vez –para todos los que no pudieron estar en el Astral, ese día, claro- la lectura en voz alta de una carta que un viejo fan le escribió de puño y letra a Luis, refiriéndose centralmente a la musa del disco. “Me siento florecer en los gritos de Antonin. Me siento ahogar en tu música, y siento que mis poemas están prontos a vibrar con tu homenaje al más claro de los seres de este siglo”, lee Luis sobre la esquela que un tal Ricardo le había hecho llegar al camarín.
Bien dispuesto entonces ante la calidez de la misiva, el poeta de Arribeños arrancó el concierto con “Dedos de mimbre”, cuya versión en estudio sería publicada más de veinte años después en la banda sonora de la película Fuego gris. Se parecen muy poco ambas. La más vieja -pero recién reaparecida- tiene una larga introducción y una atmósfera etérea, bien acústica, que contrasta con cierto nervio de la posterior. Primera estocada sorpresiva, entonces. Segunda: “Omnipotencia”, pieza que al primer grito de Luis revela su verdadera identidad, o al menos la que conoció todo spinetteano que se precie: se trata de “¡Ah, basta de pensar!”, una de las más maravillosas canciones de esa especie de Artaud II que fue Kamikaze.
Tras reflexiones sobre la poesía de la muerte y la guerra de Medio Oriente que no tardaría en atentar contra la producción de vinilos, por caso, Spinetta apuesta luego a la calma sonora mediante otra canción que tardaría años en grabar en un estudio. Se trata de “Jilguero”, que por motivos desconocidos quedó afuera de Artaud y que Luis decidió incluir con melodía algo parecida -solo algo, al principio y al final-, pero letra bastante cambiada, en Pelusón of Milk, placa que es... como una especie de Artaud III. O de Artaud con maquinas de ritmo y aires noventosos.
Los mayores hallazgos del material recién desclasificado llegan en la mitad del show. Tras una serie de efectos raros, eléctricos y psicodélicos que parece una especie de lúdico descenso a los infiernos, Luis arremete con una tríada impensada, sorprendente y desconocida. La conforman “Psicodelia”, “No te detengas” y “Blues”. La primera representa un pasadizo blusero y eléctrico, como para repetir como en mantra el eterno ¡oh yeah!. La segunda habla de perros que “se entuban al ladrar” (sic), mientras que la tercera representa, según su autor, una “especie de blues” compuesto dos días antes del show. “Todavía está muy fresco en mi mente, en mis retinas, pero considero que es válido para cantar”, comenta el joven Luis, antes de entrarle al tema, en una clave que recuerda –entre algunas comillas- al por entonces reciente “Como el viento voy a ver”.
Entre las canciones que ya se conocían por el Volumen I del Artaud en vivo, en el segundo figura la que más se parece en su impronta acústica del rabioso y tenso Desatormentándonos: “Dulce 3 nocturno”, que el músico decidió tocar, al menos, en dos de las fechas duró la presentación total. La misma suerte le cupo a “Barro tal vez”, a “Todas las hojas…” –la más aplaudida del mediodía-, la rémora de Almendra reflejada en la visita a fuego lento por “Que el viento borró tus manos” –festejadísima también-, “La sed verdadera”, a la que Luis presenta como una de las canciones que figura en el “long play deforme”, y obviamente la "cantata" inolvidable.