Desde Río de Janeiro. Desde la retomada de la democracia en Brasil, en 1985 y luego de 21 años de dictadura militar, el Ejército no vivía períodos de tensión interna como los que enfrenta bajo la presidencia del ultraderechista Jair Bolsonaro.
En las elecciones presidenciales de 2018, los militares se posicionaron claramente al lado del ultraderechista. Hubo inclusive una intervención indirecta, pero clarísima, cuando el entonces comandante del Ejército presionó a los integrantes del Supremo Tribunal Federal en vísperas de que se analizase un pedido de habeas corpus presentado por el ex presidente Lula da Silva, franco favorito, para evitar ser preso.
Los integrantes de la corte suprema de Justicia en Brasil se sometieron a la presión, y el resto es historia.
Hay al menos seis mil uniformados, entre reformados y activos, esparcidos por el gobierno. Con eso, agregan a sus sueldos los beneficios de pagos suplementares, y todos felices. De los actuales 22 ministros, nueve son militares retirados. Desde la dictadura nunca hubo tal proporción. En una incongruencia olímpica, hasta la jefatura de la Casa Civil, que coordina el gobierno, tiene a la cabeza un general retirado.
Pese a toda esa generosidad con los uniformados, el ultraderechista no logró lo que más aspira: una alianza con los altos mandos del Ejército. Todos sus esfuerzos para politizar a los comandantes no tuvieron éxito. Peor: haber mantenido a un general activo, Eduardo Pazuello, al frente del ministerio de Salud, en una gestión tenebrosa, provocó inmenso malestar en el Ejército, por el riesgo de verse confundido con la política que provocó el genocidio vivido por Brasil.
En marzo, irritado por actitudes de generales activos con puestos de mando que se rehusaron a salir en público a defender la política que impuso durante la pandemia, Bolsonaro alejó abruptamente a su entonces ministro de Defensa, general retirado Fernando Azevedo e Silva, quien se negó a presionar a los comandantes activos para que defendiesen su política de salud. Los tres comandantes renunciaron de inmediato, pero el presidente ordenó al nuevo ministro de Defensa, un general retirado absolutamente alineado, que los echara, una medida de humillación pública.
Nada, sin embargo, llegó al nivel de tensión experimentado desde el pasado lunes, con una vez más el mismo Pazuello en el centro del huracán.
Por normas y reglamentos internos, es absolutamente vedado a militares activos participar en eventos de carácter político. Y el sábado anterior fue precisamente lo que hizo Pazuello: se unióó a un desfile de motos encabezado por Bolsonaro, y al cierre del evento subió a la tarima para, al lado del presidente, dirigirse al público.
Al día siguiente, el comandante en jefe del Ejército, general Paulo Sergio Nogueira, anunció – como determina el reglamento del arma – la apertura de una investigación. La punición prevista va de advertencia a 30 días de prisión.
Empezó entonces un estirón de cuerdas entre el ultraderechista y el alto mando del Ejército. Si el comandante Nogueira no avanza con lo que determina expresamente el reglamento, pierde autoridad. Si avanza, el enfrentamiento con Bolsonaro podrá llegar a consecuencias tremendas.
La conclusión será conocida en los próximos días. La tendencia de Bolsonaro es seguir estirando la soga. La de los comandantes del Ejército, encontrar un término medio: una punición clara pero no extrema, bajo el compromiso de Pazuello de finalmente pasar a retiro.
La tensión, en todo caso, seguirá creciendo. Bolsonaro insiste en llamar a las tropas de “mi Ejército" cuando amenaza movilizar fuerzas para impedir que gobernadores y alcaldes impongan medidas de aislamiento y restricción de tránsito mientras la pandemia se mantenga en su nivel más elevado. Es palpable el malestar que la expresión provoca en los cuarteles.
Entre ingresar en la academia militar y salir expelido luego de una secuencia formidable de actos de indisciplina, que le valieron inclusive prisiones, Bolsonaro pasó en el Ejército casi 15 años.
Entre su elección como concejal y luego sus cuatro mandatos como diputado nacional, más los dos años y medio como presidente, como político profesional tiene más que el doble de tiempo que tuvo como militar.
Sin embargo, insiste en recordar su condición de uniformado. Y sobran indicios de que es precisamente ese el punto que más molesta a los actuales altos mandos del Ejército: ser identificados con el peor y más absurdo gobierno de la historia brasileña en todos los tiempos.